En 1959 Domingo Urrutia Estrada ya tenía más de 25 años y no sabía ni leer ni escribir. “Era un ñame”, decía sonriente, con ese humor que siempre lo acompañó. Se alfabetizó en 1961 y con mucho esfuerzo llegó hasta el noveno grado.
Había quedado huérfano a los 14 años, y como hermano mayor se vio en la necesidad de luchar para mantener a la familia. “Y eso fue lo que hice siempre: trabajar y trabajar”.
La vida lo formó en la inseguridad de no saber si podría comer luego. Su casa era de tablas y guano, y de pequeño, en su natal Manatí, ayudaba al padre en lo que podía. Fuerte como el roble, noble hasta el infinito.
“Todos esos trabajos que pasé de niño me ayudaron en mi formación, y mire usted, con 16 o 17 años no había machetero por estos contornos de Las Tunas que picara más que yo. Se hablaban muchísimas cosas, pero lo mío era cortar. No me importaba mucho lo que dijeran”. Cuando llegaron las Zafras del Pueblo se metió de lleno en esa vorágine, aunque no quería emular.
“Un día piqué mil 200 arrobas para normas técnicas y de ahí en adelante le fui cogiendo el gusto a la emulación. Fueron 45 zafras y tanta la caña que corté que por varios años me eligieron como Héroe Nacional del Trabajo y de la Zafra”.
Para todos era solo comparable con Reinaldo Castro, Roberto Tamayo, Torreblanca, Justo Gutiérrez… con los más grandes. Su vida fue una verdadera hazaña, llena de cosas casi imposibles, como aquel día en que cortó y alzó 210 arrobas para normas técnicas en poco menos de dos horas, o las tantas veces que ganó un automóvil y no lo quiso coger.
“En zafra, yo trataba de mantener el cuerpo en constante ajetreo y a la hora del almuerzo comía poco, porque mucha comida adormece y mi descanso era entonces amolar las mochas. Por la noche comía más. Pero los años no pasan por gusto, y en 1993, lesionado del codo, dejé de cortar y pronto me jubilé.
“Lo fundamental es que no se puede descansar tanto y menos a mi edad. Mire, si me paso una semana sin hacer nada, después casi no puedo caminar. Por eso, para mí el trabajo es un placer”.
Y me habló de la ocasión en que mientras Fidel lo condecoraba le preguntó, pícaramente, de dónde sacaba el tiempo para tantos hijos —nueve en total—, y él, con humildad sincera le dijo que “siempre había tiempo para todo”. Entonces, por el entorno de sus ojillos pequeños lo creí galán enamorado en sus años juveniles, aunque con poco tiempo para andanzas amorosas.
Domingo Urrutia Estrada, Héroe del Trabajo de la República de Cuba desde 1994 y una leyenda de los campos cañeros, fue sepultado el jueves último en el cementerio Vicente García, de Las Tunas, justo cuando cumplía 87 años de edad.