Como la felicidad carece de modelo estándar, a Isabel Cristina Barbosa Díaz le gustan cosas que otros rechazarían. Con lo que ha hecho, o hace, ella es dichosa. “Ya él ha hecho 18 campañas, y en las primeras yo iba a ayudarle, después nació mi primera niña y me dediqué a cuidarla. Lo veía por las noches, y a veces él ni dormía, preocupado por la vega”.
El noviazgo comenzó muy temprano, y han transcurrido dos décadas desde entonces. La familia creció: llegaron Erika y Jessica, quienes demandaban atención, y la madre quedó en casa para proporcionársela. Además, hacía las cosas que nos tocan a las mujeres, prepararle su almuerzo, apoyarlo. El amor por el campo fue relegado, aunque sabía exactamente lo que deseaba. Ella es de esas mujeres que cree que, en la vida, para conseguir algo solo hay que proponérselo.
“Hace tiempo que quería estar aquí, en la tierra, enfangándome.” Nacida y criada en la comunidad rural ubicada en el kilómetro nueve a la carretera a La Coloma, en Pinar del Río, la provincia más occidental de Cuba, precisamente donde este 15 de octubre se efectuó el acto nacional por el Día Internacional de la Mujer Rural y de la Alimentación. Ella dice que desde pequeña aprendió a ensartar tabaco, acompañando a la abuela en esas labores; que le gustaba montar a caballo, subirse a las matas.
“Ahora mi hija mayor tiene 15 años y la chiquita 10, están grandes y puedo trabajar como veguera; la campaña pasada la comencé con 40 mil posturas de sol y acopié 59 quintales (q). Mire, yo no pedí área en la cooperativa de mi esposo, pues está muy lejos de aquí, y no es lo mismo estar cerquita.”
Como amante de los retos, para la presente temporada, subió la parada e incursiona por primera vez en la producción de tabaco tapado, una de las dos mujeres que lo hacen en la cooperativa de créditos y servicios (CCS) Gervasio Hernández.
Claro, cuenta con el respaldo del esposo, Roberto Delgado Pérez, avezado productor de la hoja, que no solo la asesora y apoya, sino que colabora en las labores domésticas y el cuidado de la prole para que ella pueda atender sus obligaciones como campesina.
Sobre ella, Venancio Ramírez Rivas, presidente de la CCS, refiere que por ser mujer es un motor impulsor entre los productores, y resalta que aun en un año tan malo, en que las lluvias hicieron mucho daño, no perdió sus canteros, “ahora está en la siembra y le va a garantizar las posturas a otros”, dice.
Ciertamente, perdió parte del cultivo de boniato, pero el arroz y la yuca rendirán cosecha; apenas libere el área que ocupan los semilleros sembrará hortalizas: “No se trata solo de lo que uno necesita, sino de lo que hace falta para todos.”
Entre sus proyecciones, además de consolidarse como una productora de capa para la exportación, está la creación de un huerto, donde pueda mantener producciones durante todo el año.
Reconoce que no la asusta el trabajo. Para protegerse la piel usa enguatadas, y añade jocosa: “El sol de Cuba no quema. Y si me ensucio la piel o la ropa, pienso que eso es como comer mango, hay que embarrarse”.
Sabe de sacrificios y esfuerzo. Cuando ella y su esposo formaron familia carecían de recursos: “Vivíamos en una casita muy mala, pero me dijo que lo íbamos a lograr y todos los años cuando cobraba la campaña le hacíamos algo, cuando la niña mayor cumplió 13 ya teníamos la casa terminadita; hay que ponerse metas, las cosas no van a venir solas, hay que lucharlas, por eso estoy aquí, para tener lo mío y para producir.”