El mar conquista y enamora. Pedro Bárbaro B. Torres lo sabe desde pequeño, cuando ansiaba los días de vacaciones o los fines de semana para ir junto con su hermano mayor a las playas de Marianao.
“Aprendimos a nadar como los delfines. A veces, hasta nos escapábamos de mi mamá para ir a la playa. Ahí comenzó la pasión que me llevaría a convertirme en oficial de la Marina Mercante”, añade.
Al concluir los estudios de Secundaria Básica no tuvo dudas en solicitar matricula para la Academia Naval, ubicada entonces en el Mariel. A partir de ahí, comenzaría un matrimonio interminable con las profundas aguas azules. En sus más de 35 años de oficio, ha visitado todos los continentes. “Me encanta mi trabajo, me ha permitido conocer diferentes países, sus pueblos y culturas. He ido a Italia, Grecia, Japón, España, China, Angola, Turquía, México, Canadá, en fin…”, señala.
Asegura que un buen marino no se forma en dos días. “Necesita prepararse teórica, práctica y físicamente. Cuando se sale del puerto, uno tiene que estar apto para resolver cualquier situación, por difícil que sea. El marino tiene que ser valiente y disciplinado; superarse constantemente, reciclarse, hacer cursos sobre nuevas tecnologías, cursos de supervivencia, de comunicaciones y primeros auxilios, entre otros.
Resalta los contrastes del mar. “Cuando permanece en calma, todo está bien; la gente habla, ríe, hace cuentos. Pero cuando enfurece, se pone feo, entonces nadie conversa. Todo el mundo dice: cuándo pasará esto.
Entre los tantos momentos vividos, Bárbaro recuerda la difícil situación que tuvieron que enfrentar durante una travesía rumbo a Japón. “El barco iba cargado de azúcar. Navegábamos por el Pacífico, cuando nos sorprendió una tormenta muy fuerte. La balsa salvavida que está en la proa del buque, por si ocurre alguna situación, debido a los embates, empezó a zafarse y estaba desbaratándose.
Decidimos rescatarla. Se alistó el personal para la operación y cuando se dio la orden de cambiar el rumbo del barco, este dio un bandazo y por poco nos vamos a pique. Tuvimos que dejar que la balsa se desbaratara. Ha sido uno de los momentos más complejos que he tenido”.
Añade Bárbaro que el marinero no puede estar sin el mar. “Cuando estás en tierra mucho tiempo, añoras volver a navegar, subirte a un barco, porque ahí uno se siente como en casa. Los marineros son la otra familia, quizás la más cercana que uno tiene durante muchos meses”.