Tengo ante mí a un hombre de ojos intensamente azules, canoso, hablar pausado y figura espigada, que lo hace parecer adolescente; que se adentra en sus personajes al punto de hacerlos reales, creíbles, logrando una complicidad actor-receptor imperecedera.
Alguien que, lacerado por la muerte de uno de sus gallitos, se levanta sobre el cadáver, y conmina al resto: el llanto pa´dentro, la rabia pa´fuera. Alguien que revive a un hombre mítico: enfrenta al bandido y lo desarma con la temeridad y la calma de los inmortales. El efecto de su voz, de su mirada y su gesto, trascienden la figura.
Fernando Hechavarría Guibert no siente desarraigo por haber cambiado varias veces su lugar de residencia. “Quizás como desde niño me estuve moviendo, aunque el desarrollo de la infancia que es tan importante estuve en un lugar fijo, esa movilidad permanente, ir y venir para estudiar; luego en el Escambray, las giras, La Habana más tarde, los cambios de compañías (uno es nómada de profesión), hace que lo asuma con cierta displicencia.
“También el público ha determinado en eso; la receptividad, el afecto, la condescendencia conmigo; no tengo cómo pagarle al público su buena onda, su buena vibra conmigo, y eso me ha hecho sentirme cómodo en cualquier lugar.
“Pequeñito, de cuatro años, mis padres me llevaron a vivir a Holguín, estuve hasta los 14 ó 15, donde estudié artes plásticas. Vine a La Habana a hacer la carrera y al terminar fui al Escambray (Grupo de Teatro), estuve 20 años en el grupo, viviendo en La Macagua; en el 86 regresé a La Habana, y desde entonces soy habanero.
A Fernando Hechavarría le fascinan los retos. “Es como tirarme a una piscina vacía; esa sensación de adrenalina para mí es fundamental”. Quizás por eso asume personajes fuertes, sólidos. “Soy de los actores que han tenido la posibilidad de escoger y hacer los personajes con una enorme entrega y placer. Es la variabilidad de características sicológicas, ideológicas; personalidades que desde el punto de vista cultural hacen diferencias sustanciales”.
Siempre pensé que ustedes, que llegaron tan jóvenes al Escambray, eran autodidactas.
“El Escambray se fue nutriendo, hasta ese momento, de personas de los centros dramáticos de la provincia de Las Villas: hoy, Sancti Spíritus, Cienfuegos y Villa Clara, y naturalmente de la gente de La Habana, que fue el núcleo central, pero llegó el momento en que Sergio (Corrieri, director general del grupo) empezó a necesitar una generación más joven, con formación académica, y vino a La Habana, a la escuela de arte y ahí lo conocí.
“Incluso, algunos estábamos ubicados, a mí me habían puesto, por la procedencia, en el Dramático de Santiago de Cuba, y hubiera sido genial, estaba Pomares y toda su gente, que nos llevábamos muy bien.
“Pero cuando yo vi la función de Escambray quedé fascinado; fui a Santiago y hablé con Pomares, con los compañeros de allí, les expliqué que lo de ellos me gustaba mucho, pero que esto me había deslumbrado; me dijeron ´nosotros estamos aquí siempre para ti, pero si crees que ese es…´, fueron muy condescendientes y me quedé con Sergio. Fui por dos años y estuve 20, hice mi servicio social y seguí con él”.
¿Qué le aportó el Escambray?
“Fue una gran escuela. Tuve la dicha de empezar con profesores soviéticos, con Raúl Eguren, entre otras importantes personalidades de la cultura en ese momento y a posteriori, pero cuando llegué al Escambray descubrí un… lógicamente, siempre digo que al salir de la academia uno empieza a hacer su propio libro.
“Tenía una sólida formación por esos profesores: académica, técnica, de herramientas, pero desde el punto de vista ético, investigativo, sociológico me encontré cosas deslumbrantes, como era el trabajo de investigación sociológica, que sustentaban los espectáculos que el grupo hacía; eso fue creando un universo mucho más amplio, una perspectiva más abarcadora; por eso digo que no es una experiencia de trabajo comunitario.
“Sin menospreciar la importancia que tiene el trabajo comunitario, el Escambray fue mucho más que eso. Nosotros hacíamos giras todos los años, básicamente por Europa y Norteamérica, y de momento uno llegaba a Suiza y estaban esperando en las universidades para estudiarte como fenómeno cultural, al Escambray por supuesto, en Nueva York, en Chicago, en España, donde quiera, entonces decía, es un fenómeno rarísimo, un fenómeno cultural, indiscutiblemente.
“Hay un libro de una investigadora francesa, que en su momento fue ícono de la cultura europea, sobre el Escambray. Parece que se regó como pólvora y cada vez que llegábamos a cualquiera de esos países, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Alemania, Holanda, Suecia, Suiza, Canadá, Estados Unidos, Brasil, había un interés por el fenómeno Escambray.
“Esa visión más abarcadora, investigativa, punzante en la realidad del hombre; la función del artista, el compromiso con el momento histórico en que vive _no hablo de una razón política sino sociológica_, te da como unos asideros, unos agarres mucho más fuertes para la profesión, y eso lo agradezco al Escambray”.
¿El hecho de que el Escambray radicara en la Macagua, en esa naturaleza privilegiada le representó algo como actor?
“Sí, claro. Sergio escogió el lugar (limítrofe entre Villa Clara y Cienfuegos) porque va a hurgar en las heridas de una zona muy particular, con características propias, y desde lo particular va a lo general, a lo universal; según pasan los años, esa cosa se convierte en algo más nacional.
“La lucha contra bandidos, aunque deja sus secuelas, ya no es lo mismo, la reunificación del campesinado en comunidades deja de ser un desarraigo, lacerante, para convertirse en algo habitual, que pasa en el resto del país, y esas cosas, a excepción de las características culturales y específicas…, musicales quizás de Sancti Spíritus, lo van convirtiendo en algo más de la cubanidad.
“Ese fenómeno si bien sirvió para que uno, de alguna manera, enraizara en las características específicas del campesino de la zona, en la medida que se iba produciendo tenía que ver con lo que se produjo cuando llevaron el cine a las zonas remotas de la sierra, a lugares recónditos; las reacciones eran esas mismas.
“Hubo cosas bellísimas en las funciones; por ejemplo, estábamos hablando de sus problemas, los pobladores se sentían reconocidos, y de momento paraban la obra. Sergio, como hombre inteligentísimo, aprovechaba eso: si el público paraba y empezaba a debatir con uno, había que seguir.
“Si después había una oportunidad, retomaba la idea original, iba a la matriz en el mismo espectáculo, o a veces había más de una función, porque después nos poníamos a analizar hasta la una, dos, tres, cuatro de la madrugada en el grupo y volvíamos al día siguiente o dos días después, se hacía otra función; había un proceso de retroalimentación muy interesante.
“Creo que esas cosas son particulares del Grupo Teatro Escambray y por eso, al inicio, se hablaba de una característica muy cerrada de la zona que después se fue perdiendo. Esas condiciones que propiciaron al Escambray de los años 60 y pico y los 70, no son iguales hoy en ninguna parte de Cuba, por eso los otros proyectos comunitarios, enfrentan otra realidad, otro momento histórico”.
Entre la vida en La Macagua y el Escambray, se familiarizó con la lucha contra bandidos.
“Una de las obras históricas del Escambray es La Emboscada, que trata sobre la lucha contra bandidos: el sesgo que hay en una familia, de la cual una parte son bandidos y la otra son milicianos, la madre es el centro, en fin… Muy bien representada ahora en LCB, que se convierte en un problema terrible, e incluso entre vecinos, o familias vinculadas, un fenómeno complejo que tiene secuelas.
“La Emboscada salió en los años 80, yo llevaba cuatro o cinco años en el Escambray, verdad que ya estaba familiarizado, y cuando uno llega a esos personajes, dadas la capacidad de observación y el interés por la profesión, esa investigación sociológica que uno va haciendo, te va dando el comportamiento, la manera de hablar por zonas, porque no todo el mundo habla igual, te va dando características muy específicas.
“El Caballo de Mayaguara, en quien está basado el personaje del Gallo, de LCB: la otra guerra, me llamó mucho la atención, es un personaje mítico; todo el mundo hablaba de él, en cualquiera de los lugares del lomerío del Escambray donde llegara.
“En general concuerdan en que, Gustavo Castellón era un hombre particularmente valiente, casi a nivel irracional, temerario, lo que hay quien no concuerda con sus métodos, con su manera de hacer las cosas. Estuve a punto de conocerlo dos veces y nunca se pudo por circunstancias de la vida”.
¿Retos para interpretar al personaje del Gallo?
“En la primera parte de la serie uno tiene que exponer la paleta policroma que resulta de la sociedad en ese momento, los bandos, las diferencias, la división, pero en la segunda se puede ir más allá de la singularidad del personaje, porque ya están sobre el tapete, planteadas todas las cartas, y esa obsesión con los muertos, con los jóvenes, todos sus hombres eran muy jóvenes; él le decía mis potricos, y aquí les decimos los gallitos, tiene que ver con su sentido de responsabilidad con ellos. Era lacerante cada vez que herían o mataban a alguno, había que tragar en seco y seguir palante”.
En la dramatización se ve que el personaje está sufriendo y llega el momento en que explota…
“Sí, sí, si…
“La guerra es terrible, aunque sea ficción. De la primera temporada de LCB salí para un salón de operaciones por una hernia inguinal; en esta segunda ya estaba muy, muy, muy agotado físicamente, pero igual, después que uno arranca se olvidan los años, los dolores. Tuve un accidente, me fracturé un tendón (señala la pierna izquierda) y muchas de esas escenas se hicieron parado o dando pasitos en punta de pie para no lastimarme, pero uno pierde la perspectiva del peligro.
¿Cuánto hay de Fernando en sus personajes?
“Nosotros somos el tamiz por el que pasan esas personalidades, cualquier trabajo que haga parte de uno mismo, eso es una regla del método Stanislavskiano; uno es como el instrumento, el violín, el pincel. Estudias el personaje, le prestas tu cuerpo, tus emociones; le quitas lo que tienes y no se aviene, y le pones lo que no tienes y se aviene al personaje, y sirve para exorcizar demonios.
“¿Demonios? Los que llevamos dentro, nuestro valor está en saber lo que se puede hacer o no. Yo no sé discutir, la mentira me mata, la deshonestidad me sulfura, y cuando alguien me saca de mis cabales, doy media vuelta y me voy, hasta que crea que mi cabeza está preparada para conversar; en algunos casos no he vuelto jamás, y la ira, que es uno de los demonios, la exorcizo”.
¿Cuántos personajes ha interpretado?
“El grupo Escambray me dio posibilidades de hacer personajes fuertes, sólidos, que eran como las columnas de muchos de los espectáculos, y llevo 26 años en el grupo de teatro El Público, con Carlos Díaz, y ha sido un regalo de los dioses trabajar con él.
“Yo mismo me asombro de la cantidad de personajes; siempre hay algo que te dice: puedes hacer más, algunos están esperando en un rincón ahí…. Son unos cuantos, no tantos como quisiera, ni como la vida me dará la posibilidad de hacer”.
¿Hace ejercicios para mantenerse en forma? ¿Algún ritual antes de iniciar una filmación?
“He hecho yoga toda mi vida, creo que eso me mantiene, nunca he sido de hacer ejercicios físicos, no porque no me guste sino porque contrae mucho y creo que para el actor la relajación es importante.
“No tengo ningún ritual específico; sí hay algo rígido que es la preparación previa al trabajo, desde que estoy en mi casa y llego al set con todo claro; hay algunos que ponen música, a mí me encantan Liuba (María Hevia) y la Streisand (Barbra Streisand); sus canciones, esas melodías, esos timbres me retrotraen a lo que necesito espiritualmente. No importa que los oiga caminando, que lo oiga en mi cabeza, puede que ni siquiera esté el sonido, recuerdo la canción y me relajo…”
¿Qué prefiere: hacer televisión, cine o teatro?
“Reconozco que soy un hombre de los siglos XX-XXI, donde no es posible desconocer la importancia de los medios, donde la diferencia entre la televisión y el cine prácticamente desapareció, pero desde el punto de vista profesional, del disfrute de lo que pasa, de la complicidad público-actor, el teatro, donde el margen de error no existe y puede ser egocéntrico el placer de sentir que la gente te ´remunera´ directamente, significa para mí un estadio especial, lo tengo en un pedestal. Ahí está la matriz”.