Por su formación profesional, Boris Bencomo García, es un hombre acostumbrado a lidiar con situaciones complejas, con la desesperación humana y el dolor.
Él, es uno de los dos pediatras especializados en oncología en la provincia Pinar del Río, desde hace más de un año, su colega cumple misión internacionalista en el continente africano, lo que lo convierte en el único dentro del Hospital Pediátrico Pepe Portilla.
Cambio de labor
Sin embargo, la última semana dejó de lado la bata de médico y sus rutinas diarias de trabajo, reside en el edificio de 12 plantas, ubicado en la calle Antonio Maceo de la ciudad capital, zona declarada en cuarentena preventiva ante un evento de trasmisión familiar de la COVID-19.
Otros galenos, enfermeras y estudiantes de la facultad de ciencias médicas Ernesto Che Guevara también viven allí, entre todos suman más de 40, asumen labores de pesquisas y atención a la población, por lo que Boris, determinó que “con una tropa tan numerosa, puedo ser más útil aquí” y se refiere al trabajo que desempeña como mensajero, llevando alimentos, medicamentos y cuánto sea necesario hacia las casas de sus vecinos, para que la mayoría pueda cumplir estrictamente con las medidas de aislamiento impuestas.
No se atribuye la iniciativa y reconoce que fue apoyar a su hijo la motivación.
Hijo de gato…
Juan Pablo Bencomo Herrera, es un joven espigado, regresó recientemente de Guantánamo, más exactamente de Caimanera, donde realizó durante un año su Servicio Militar, en la Brigada de la Frontera; ahora espera a la normalización de la situación epidemiológica en La Habana, para comenzar a cursar estudios universitarios en el Instituto Superior de Relaciones Internacionales (ISRI) Raúl Roa García.
El padre dice con orgullo que siempre se distinguió por ser un muchacho muy serio, con interés por los temas políticos y muy claro de que no quería nada relacionado con la medicina, él y su esposa le dejaron espacio para decidir por su futuro y en esta ocasión también eligió por sí mismo.
“Cuando decretaron la cuarentena en la zona solicitaron voluntarios para ayudar en lo que hiciera falta y aunque no sabía con certeza qué labores eran, me ofrecí para lo que fuera necesario”, explica Juan Pablo.
En la mañana del día nueve de septiembre le informaron que requerían mensajeros para llevar hasta las viviendas los diferentes artículos y productos que demandara cada familia, a la vez que sirvieran como enlace entre esas casas y el puesto de mando, para poder actuar con prontitud ante cualquier dificultad que existiese.
Desde entonces sus jornadas son un ajetreo constante, distribuyendo productos de la canasta familiar, de la Industria Alimentaria, módulos agropecuarios, de aseo, balas de gas licuado, medicamentos…
El dúo
Él y su padre comparten la faena, reconocen que se exponen a un contagio si existiesen enfermos asintomáticos en el área, aseguran tomar todas las medidas y mantener la distancia, pero es imposible no tener cierto grado de contacto con las personas.
Ambos señalan que al llegar a la casa realizan una minuciosa desinfección de calzado, puerta y van directo al baño, para evitar que en el hogar alguien resulte perjudicado por la responsabilidad que ellos asumen.
Boris afirma que no paran, pero aun así encuentra tiempo para hablar por teléfono con la colega, que se trasladó del hospital oncológico III Congreso hasta el Pediátrico a sustituirlo, y mantenerse al tanto del estado de sus pacientes; añade: “Es una situación muy complicada, pero tenía que estar aquí, con mi familia.” Tiene palabras de elogio para esa compañera que, sin experiencia en la atención a niños, asumió con mucha valentía.
La satisfacción
Juan Pablo asevera que no tiene miedo, lo que queda es la satisfacción y orgullo por ayudar a personas que lo necesitan, que, en resumidas cuentas, son sus propios vecinos.
En tanto Boris, al pedirle una valoración sobre el estado anímico de la población, explica que es un momento de excepción, genera incomodidad, los han atendido muy bien, y aunque persiste la preocupación por la posible aparición de otros positivos a la COVID-19, ya hay más tranquilidad.
Ellos saben que forman parte del equipo que propicia esa serenidad, el padre encontró otra manera de cuidar del bienestar físico y espiritual de los que lo rodean, en tanto el hijo, se entrena como servidor público, sin dudas, ambos una confirmación genuina de la máxima martiana: “…mejor que ser príncipe, ser útil.”