Icono del sitio Trabajadores

Belarús, en la encrucijada de su destino

Cuando Alexander Lukashenko se presentó como candidato a un nuevo período de mandato, el sexto consecutivo, quizás no intuyó la posibilidad de lo que vendría después: el consenso de las fuerzas del Occidente en su contra.

 

 

Hace unos días, luego de llegar a la ciudad de Baránavichi, en la provincia de Brest, el gobernante belaruso alertó que «si vamos a torcer el brazo unos a otros, saben lo que va a pasar, una guerra civil, como mínimo. Pero no se preocupen, no la tendremos». He ahí donde hizo alusión a uno de los peores escenarios al que podría conducir la crisis actual y que el líder procura evitar.

A seguidas, Lukashenko precisó: “quiero defender lo que creamos hace 25 años con nuestras propias manos. Levantamos el país de las ruinas y cenizas”.

 

Manifestaciones obreras: ¿genuinas o inducidas?

Entre el sinfín de verdades ocultas que se han ido revelando en las últimas semanas están las que demuestra que la oposición que lidera las actuales protestas en la antigua nación exsoviética se ha venido fomentando desde años atrás. Según revelaciones de la inteligencia rusa, surgió hace una década como consecuencia de dispares posiciones en torno al poder que reanimó la economía belarusa y a los nexos Minsk-Moscú.

Varias fuentes han revelado  la intervención de Estados Unidos en el conflicto. Se sabe de la aprobación de un presupuesto de 20 millones de dólares para acciones encubiertas, entre ellas la creación de una red de blogueros donde sobresale el esposo de Svetlana Tijanóvskaya, una de las excandidatas a las elecciones del pasado 9 de agosto, refugiada desde entonces en Lituania y que ha devenido en líder opositora.

Al gobierno de Donald Trump le preocupan las potencialidades de un Estado unificado con Rusia, en particular la integración de esas dos naciones en el campo económico y militar. Por eso aprovechó las fisuras que entre ellos se dieron en el 2019 para, con señas sutiles de cooperación, ampliar su presencia en Minsk. Así, el imperio yanqui logró abrir, en los primeros meses del 2020, la embajada norteamericana en Minsk, luego de conversaciones y visitas del subsecretario de Estado Mike Pompeo.

Hoy se sabe que la representación diplomática no es ajena a las revueltas que se organizan desde redes sociales como Telegram y que también ha financiado manifestaciones.

Lukashenko ha propuesto una reforma constitucional como salida a la actual crisis, pero no todos la aceptan. Las fuerzas opositoras, el Gobierno, y los que presionan desde el exterior, esperan que el conflicto quedará resuelto antes de que finalice el año y todos quieren ganar.

Historias de vida y personas encuestadas por los medios, han expresado temor de que la nación pierda, de la noche a la mañana, las garantías de seguridad y bienestar que han disfrutado en el último cuarto de siglo, gracias a la gestión de Lukashenko.

Las detenciones de centenares de manifestantes desde mediados de año hasta hoy en las calles de la capital belarusa han sido utilizadas por la maquinaria mediática mundial para manipular y obstaculizar una salida pacífica al conflicto.

La Unión Europea, lejos de propiciar o contribuir a negociaciones de paz, ha desconocido los resultados de los comicios del 9 de agosto que dieron a Lukashenko como ganador y ha amenazado con sanciones al país y a los funcionarios electos.

En respuesta a esa actitud agresiva de la UE, los opositores y algunos países colindantes, el presidente belaruso cerró las fronteras con Ucrania, Lituania y Polonia. En el discurso expuso que esos tres países y la República Checa son «satélites» de EE.UU. que pretenden desestabilizar el país, los tachó de «agresores” y develó investigaciones que dan cuentan de que la gestión de los acontecimientos actuales en Belarús comenzó al menos una década atrás.

Alianza que da vida

Mientras, en una visita oficial a Rusia, tras repasar los acuerdos de cooperación mutua en el ámbito económico, Lukashenko pidió al presidente ruso «algunos tipos de armas” e hizo énfasis en que Minsk puede controlar la situación «no solo en Belarús, sino también a lo largo del perímetro de nuestras fronteras».

A pesar de ciertas diferencias de opinión, Putin ha reiterado su denuncia a la injerencia de Occidente en los asuntos internos de su vecino y aliado más cercano. Durante el encuentro de ambos mandatarios en Moscú, el líder ruso reconoció a Lukashenko como presidente legítimo de Belarús y anunció una ayuda millonaria a su gobierno.

En ese contexto, los servicios de inteligencia de Rusia revelaron pruebas de la interferencia de supuestas organizaciones no gubernamentales al servicio de EU.UU., como la USAID, en el montaje de una “revolución de colores” en Belarús.

Este viernes el representante de Rusia ante la Unión Europea, Vladimir Chizhov, adelantándose a jugadas que han barajado enemigos del gobierno de Lukasenko, propuso “tomar en cuenta la experiencia de Venezuela, donde el reconocimiento de un presidente autoproclamado (Juan Guaidó) creó obstáculos adicionales en el camino hacia la resolución política de una crisis en ese país”.

Ante tal panorama, el Gobierno ruso confirmó la presencia de “fuerzas externas” en Belarús, que buscan un “baño de sangre”.

Están por verse los resultados de la nueva estrategia del presidente belaruso, reforma constitucional mediante, para restablecer el orden interior y reconciliarse con la ciudadanía protestante, toda vez que crecen las hostilidades extranjeras. Hasta ahora, las partes en conflicto se reafirman en sus posiciones de manera abierta y existe expectación por el alcance de las sanciones que la UE detallará en los próximos días.

Compartir...
Salir de la versión móvil