Designadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz para cumplir importantes misiones en La Habana, Lidia Doce Sánchez y Clodomira Acosta Ferrales fueron detenidas el 12 de septiembre de 1958 en el apartamento 11 del edificio marcado con el número 271 de la calle Rita, en el reparto Juanelo, en San Miguel del Padrón, donde se ocultaban también los combatientes clandestinos Alberto Álvarez Díaz, Onelio Dampiel Rodríguez, Leonardo Valdés Suárez y Reynaldo Cruz Romero.
A los hombres, a quienes se les conoce como los Mártires de Regla, los asesinaron de inmediato, y a ellas las condujeron primero a la Oncena Estación de la policía, y después a la Novena, donde las sometieron a horribles torturas hasta que el 17 de ese mes, aún con vida, las introdujeron en sacos con piedras y luego de sumergirlas varias veces en el mar las arrojaron a él.
Como mensajeras —Lidia del comandante Ernesto Guevara de la Serna, Che, y en ocasiones de Fidel, y Clodomira de este último— habían recorrido en incontables ocasiones los escabrosos caminos que conducían de las empinadas montañas de la Sierra Maestra al llano, desde donde tomaban diversas direcciones para cumplir sus encomiendas.
Lidia había llegado a la capital del país el 27 de agosto de 1958; Clodomira lo hizo días después, el 10 de septiembre. Para atenderlas, la dirección del Movimiento Revolucionario 26 de Julio designó al combatiente Gaspar González-Lanuza Rodríguez, quien acerca de la impresión que ambas le causaron, escribió:
“Al observarla [a Lidia] sentí toda la alegría, el candor y la fuerza revolucionaria que emanaba de su presencia. Ese día ella cumplía 42 años y se lo celebramos” (…) El encuentro con Clodomira fue muy emotivo. (…) No parecía tener 22 años. (…) El saludo entre Lidia y Clodomira fue muy alegre”.
Detención y muerte
Lidia se alojaba en una casa de la barriada de La Jata, en Guanabacoa, pero en la noche del día 11 decidió acompañar a Clodomira en el apartamento del reparto Juanelo en que también se ocultaban los combatientes clandestinos Reinaldo Cruz Romeo, Alberto Álvarez Díaz, Onelio Dampiel Rodríguez y Leonardo Valdés Suárez, Maño.
Aquel lugar no reunía las condiciones mínimas de seguridad, por lo que González–Lanuza intentó convencer a Clodomira de que se uniera con Lidia, a lo cual la joven se negó por ser aquel el sitio indicado para localizarla. Allí, en horas de la madrugada del 12 , ambas y los cuatro jóvenes fueron sorprendidos por efectivos de la policía que, encabezados por los coroneles Esteban Ventura y Conrado Carratalá, asesinaron a los cuatro jóvenes, y a ellas se las llevaron consigo.
Por lo general se afirma que del puesto naval de La Chorrera, en el área de La Puntilla, en la avenida de Malecón, partían las embarcaciones empleadas para lanzar al mar los cuerpos torturados de numerosos revolucionarios, por lo general aún con vida. Sin embargo, investigaciones realizadas por la Licenciada Milagros Gálvez Aguilera, ya fallecida, indican que la macabra acción se realizaba desde la casa de botes de la Marina de Guerra, situada en la ribera este del río Almendares, en 21 esquina a 22, en la barriada de El Fanguito, donde eran custodiados los yates Yemayá y Marta, del tirano Fulgencio Batista, y los de otras personeros del régimen.
Las pesquisas de la citada historiadora, narradas por ella a esta reportera, precisaron que se trataba de un lugar aislado, oscuro, muy próximo al Departamento de Investigaciones (Buró) ―sitio en el cual hoy se levanta el Parque de los Mártires―, un centro de torturas desde donde se accedía hasta allí con tan solo cruzar la calle 23, y también desde el puesto naval de La Chorrera, donde el jefe del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), teniente de navío Julio Stelio Laurent Rodríguez, acudía a torturar, y cuyo jefe, comandante Jesús Blanco Hernández, también lo hacía.
La Licenciada Gálvez Aguilera señala que el patrón de la lancha 4 de Septiembre era el cabo Alberto Rodríguez Hernández, alias el Rana, residente en El Fanguito, cuya función, como la de otros, consistía en sacar los cuerpos de los revolucionarios de noche y lanzarlos en una fosa muy profunda, popularmente conocida como La Campana, distante aproximadamente una milla de la desembocadura del Almendares, y puntualizó:
«Me han afirmado que a Lidia y a Clodomira las sacaron por el mismo lugar, y no es de dudar, porque el sitio era ideal, apartado, desolado, oscuro y accesible desde distintos puntos de la ciudad. La lógica indica que tales operaciones, de las cuales fueron víctimas numerosos combatientes, se realizaron siempre por allí, pues contaban con un patrón dispuesto y una embarcación preparada para ello”.
Las heroínas del silencio en la memoria
Acerca de Lidia y Clodomira, el comandante del Ejército Rebelde Delio Gómez Ochoa, ofreció a esta periodista las valoraciones siguientes:
“La vi por primera vez conversando con el Che en su casa de San Pablo de Yao, en el camino que va de allí a Pico Verde, donde ella residía y tenía una panadería, cuando tras el combate de Bueycito, librado el 1 de agosto de 1957, él decidió bajar hasta allí.
“Posteriormente supe que en aquella conversación ella le ofreció su colaboración. Entonces a partir del encuentro, Lidia se convirtió en mensajera y abastecedora de la columna del Che. Y prestó servicios de mucha importancia, para mí excepcionales. Che tuvo gran confianza en ella. Después, a lo largo de la lucha, nos vimos varias veces en la Sierra y más tarde nos encontramos con frecuencia en La Habana, ciudad en la cual tuvo una participación muy destacada en la lucha clandestina.
“Luego de la reunión del 3 de mayo en el Altos de Mompié, Fidel me envió a la capital como delegado nacional de acción del Movimiento Revolucionario 26 de Julio. Arribé a ese destino el 15 de ese mes, y pasados tres o cuatro días llegó Lidia con mi nombramiento.
“Ella creó una especie de campamento clandestino en medio de la ciudad, en el taller de Gustavo Mas, en un lugar de Guanabacoa bastante poblado, y lo convirtieron en un almacén al que iban a parar todas las cosas que Lidia acopiaba para llevarlas hacia la Sierra Maestra. Extremadamente arriesgada, recorría todas las tiendas importantes de La Habana, y abría la cartera para que se viera bien una pistolita blanca, plateada que llevaba en ella.
“Lidia impresionaba a primera vista por su dignidad y su carácter decidido; no se aguantaba. Era valiente, no le tenía miedo a nada. La vi por última vez un día antes de que las detuvieran. Fue en la casa de Fructuoso Pire, adonde me entregó una pistola que me mandaba Ángel Ameijeiras Delgado, Machaco. Yo le había dicho que me llevara a Clodomira para ver dónde la escondíamos y cómo la mandábamos para la Sierra, porque no sabía dar un paso en la ciudad; había vivido siempre en la Sierra.
“Partí rumbo a la Maestra el 13 o el 14 de septiembre, sin saber que las habían detenido. Ambas son ejemplos; eran osadas, atrevidas, y sin cultura ninguna fueron capaces de realizar las acciones más riesgosas con un valor a toda prueba”.
Al rememorarlas, en cierta ocasión Fidel señaló:
«Mujeres heroicas (…) Clodomira era una joven humilde, de una inteligencia y una valentía a toda prueba, junto con Lidia torturada y asesinada, pero sin que revelaran un solo secreto ni dijeran una sola palabra al enemigo».