El premio más significativo, entre los muchos que Armando Morales Riverón (La Habana, 14 de septiembre de 1940-1 de febrero de 2919) recibió en vida, es sin dudas, el Gran Premio que varias generaciones de niños le confirieron por su noble y extraordinario desempeño en el teatro especialmente dirigido a ellos. En el aniversario 80 de su desaparición física, sirvan estas palabras para evocar al gran artista que dejó una valiosa hoja de servicios a la cultura cubana.
En los primeros años de la década de los años 60 del pasado siglo, Morales, estimulado por el auge que a la enseñanza artística le había proporcionado el amplio programa cultural de la aun joven Revolución Cubana, realizó varios estudios de formación artística en su natal ciudad de La Habana. Entre ellos los realizados en la Escuela Superior de Artes y Oficios, el Taller de Integración y Plástica del Departamento de Bellas Artes y en la Academia de Arte Dramático de La Habana en 1961, año en que inició su carrera como teatrista en el Guiñol Nacional de Cuba (GNC), entonces dirigido por los hermanos Carucha y Pepe Camejo, lugar en el que adquirió vasta experiencia en el desempeño de la manipulación de muñecos.
Por sus sobresalientes actuaciones, muy pronto pasó a ser una de las figuras principales del GNC, y su nombre comenzó a trascender dentro del ámbito de la escena nacional e internacional, convirtiéndose en uno de los más activos promotores en la reorganización del teatro de títeres en Cuba. Este prestigio le hizo acreedor de su nombramiento como Profesor Titular del Instituto Superior de Arte (hoy Universidad de Las Artes), donde sus enseñanzas resultaron imprescindibles en la formación de las nuevas generaciones de actores y directores de la isla, para las cuales preparó diferentes y valiosos ensayos y conferencias, tales como las tituladas El títere: el superactor; Títeres: el arte en movimiento; Maravillas del retablo; Teatro mambí para niños; y Titeriterías.
Acreedor del Premio Nacional de Teatro 2018, por “su labor sostenida de creación en las tablas y los aportes consagrados a la escena nacional”, lauro avalado no solo por su entrega sin límites a una profesión, en la que además, incursionó como diseñador de escenografías y muñecos (títeres), Armando Morales Riverón pasó a la historia del teatro cubano y en particular el dirigido a la infancia, como una de sus más relevantes figuras.
Tal vez, uno de los rasgos particulares en la actuación de este querido actor es que, en beneficio de ese desempeño, su mediana estatura y corpulenta fisionomía, amén de un discurso bien articulado, preciso y jovial que atraía la atención y simpatía de los infantes desde su salida a escena, en cualquier teatro, plaza, escuela… La gracia y el don del excelente titiritero invadía el espacio para embelesar también a los adultos. De sus espectáculos siempre emanaron enseñanzas que favorecieran la formación integral de las nuevas generaciones.
Inspirado en el personaje protagónico de Pelusín y los pájaros, la primera obra escrita para niños en 1956 por Dora Alonso (Doralina de la Caridad Alonso Pérez, Recreo, hoy Máximo Gómez, Matanzas, 1910-2001) creó el célebre muñeco Pelusín del Monte, considerado como el Títere Nacional; uno de sus más relevantes éxitos para la escena nacional.
En la década de los años 70 fue uno de los principales propulsores del trabajo comunitario con los niños de varias escuelas y barrios, tanto de la capital como del resto del país, labor en la que contó con el apoyo de la reconocida artista de la plástica Antonia Eiriz.
Fue director invitado en prestigiosas compañías, como Children Puppet Group (CYCC) y National Puppet Theatre Company, de Ghana (1991-1992); La Mueca, de Michoacán, México (1998 y 2007); Teatro dei fauni, de Locarno, Suiza (2000) y Teatro Arbolé, de Zaragoza, España (2007). Su presencia fue reclamada en numerosos festivales internacionales de más de una decena de países.
Su amplia capacidad intelectual igualmente le facilitó incursionar como crítico, teórico y analista del teatro para niños en prestigiosas publicaciones cubanas y extranjeras.
Cada actuación de este carismático artífice era única, irrepetible. Lo recuerdo en muchas de estas, como en La República del caballo muerto (1992); Érase una vez un mundo al revés (1993); Abdala (1995); Floripondito o los títeres son personas (1997); Ubú Rey (1998); La Caperucita Roja (2003); Fuenteovejuna (2007). Particular rememoro su versátil entrega durante la 12ma edición del Taller Internacional de Títeres de Matanzas (TITIM), en abril de 2016, fiesta de figuras y actores que, desde 1994, se realiza en esa ciudad —capital de los muñecos—, donde, en el Parque José Martí, una multitud de infantes disfrutó, en grande, de su actuación. En esa ocasión, en la recién remozada Sala White, junto con otra grande del teatro para niños, Xiomara Palacio (Remedios, septiembre de 1942-La Habana, julio del 2016), recibió la Distinción Hermanos Camejo y Pepe Carril, con motivo del aniversario 60 del GNC.
Otras de sus memorables obras —con elogios de la crítica y del público— fueron El Mago de Oz (Tío Enrique y El Mago), La loma de Mambiala (Serapio Trebejo), La corte de Faraón (Putifar), El retablo de maese Pedro (maese Pedro), La lechuza ambiciosa, El globito manual, Pinocho, Chímpete Chámpata, de 1986, año en que comenzó a interesarse más por el unipersonal, en el cual dejó sobresalientes huellas.
Muchos de los que hoy han adquirido la adultez, o transitan por la adolescencia, recuerdan con agrado los momentos de felicidad experimentados a través de sus trabajos en Redoblante y Meñique (1988) y Papito (1991). A partir de esta década fue uno de los más importantes animadores del resurgimiento del teatro de títeres, periodo del que se recuerdan, además, En el infierno (1994); Osobuco soberbio a la parrilla (2002); Mi amigo Mozart (2004), El Quijote anda (2005); y muchas más que aseguraban el lleno total de los espacios donde se programaban.
La mayoría de esas puestas en escena fueron diseñadas y dirigidas por Morales, empresa que acometió en más de cien títulos procedentes de un amplio espectro de los autores clásicos de la dramaturgia titiritera cubana, como Pepe Carril, René Fernández y Freddy Artiles; de la latinoamericana: Javier Villafañe y Roberto Espina; de la ibérica: Lope de Vega y García Lorca; y de la francesa: Jacques Prevert y Alfred Jarry.
Sus muñecos, premiados en disimiles festivales nacionales, no solo por su originalidad, movilidad y colorido, sino además por contribuir a la mejor interpretación de los guiones, labor que asimismo sobresale por sus valores plásticos, fueron expuestos en varias ocasiones, tanto en Cuba como en el exterior, como en el prestigioso Museo Obratzov, de Moscú, en 1981, y la Exposición Cuatrienal de Praga, en 1983.
Fue miembro de la Association Internationales des Arts Plastiques (AIAP) desde 1981; de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba —donde fue presidente de la Sección de Teatro para Niños de la Asociación de Artistas Escénicos; además de integrar el Comité de Expertos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas y el Comité Cubano de la Unión Internacional de la Marioneta (UNIMA).
Premios
Entre muchos importantes premios en reconocimiento a su meritoria labor se destacan el de la Assitej, el de Diseño integral, el Villanueva en puesta en escena, el Caricato por mejor dirección artística, el Avellaneda de puesta en escena, Abril y muchos más.