Estuve cerca de dos semanas en un centro de aislamiento, pues fui contacto directo de un enfermo de COVID-19. Llegué de madrugada; el proceso de ubicación y transporte tardó por las complicaciones de una jornada particularmente intensa. No es fácil dejar atrás tu casa, a tus familiares, ir a un lugar desconocido, llegar con aprensión, sin certezas. Pero es lo que toca: algunos creen que los protocolos que sigue Cuba en la atención a los sospechosos de tener la enfermedad son demasiado estrictos.
En otros lugares esas personas hacen el aislamiento en sus casas (y exponen a sus convivientes). De hecho, muchos enfermos ni siquiera acuden a los hospitales. La decisión del país ha sido ofrecer una asistencia integral, para evitar grandes brotes. Es una decisión que cuesta, pues implica la alimentación, el alojamiento y otros servicios de cientos de personas todos los días; más una cantidad elevada de pruebas sanitarias. Tiene que ver con una disposición eminentemente humanitaria.
Uno lo sabe, pero cuando le toca experimentarlo se agolpan otros sentimientos. Nadie quiere estar aislado, lejos de su casa, expectante. Por eso es vital que la acogida sea cálida, amable, sensible.
Llegué al centro que me correspondió a una hora inusual. Siempre hay un equipo médico de guardia. Me recibió afablemente, cumpliendo todas las medidas. Pero fue preciso ocuparse de cuestiones logísticas. Para eso están los voluntarios.
Que una persona tenga que despertar a las 3:00 a. m. para ocuparse del alojamiento de alguien que llega, y que lo trate con jovialidad, habla muy bien de esa persona… sobre todo si tendrá que levantarse pocas horas después para llevarles el desayuno a otros aislados.
Estudiantes universitarios y trabajadores de varios sectores se ocupan de esa labor. No está exenta de riesgos, aunque hay efectivas medidas de protección; algunas familias se preocupan. Pero ellos están ahí, y son el rostro y la atención más cercanos de los que deben esperar jornadas completas por los resultados de un examen.
Paciencia, solidaridad, vocación de servicio; no todo el mundo puede ser voluntario. Habrá que respirar hondo y mostrarse receptivo cuando se escuchen quejas más o menos justificadas, habrá que resolver cuestiones puntuales con celeridad y eficacia, habrá que ofrecer apoyo emocional a más de uno…
Uno se pregunta qué anima a una persona a renunciar a la comodidad y la seguridad de su casa para acudir a un centro de aislamiento a ofrecer servicio, sin que medien beneficios. Es sencilla la respuesta: solidaridad.
Ellos también están lejos de sus familias, ellos también están temporadas completas aislados, ellos tienen horarios y funciones exigentes.
Y están ahí, en la primera línea, junto al personal sanitario. Merecen más que aplausos. Trabajan sin esperar nada a cambio.