Natasha Lycia Ora Bannan es activista de los derechos humanos y civiles de las comunidades latinas y afrodescendientes en Estados Unidos (EE.UU.). Nos conocimos años atrás en uno de los Encuentros Internacionales de Abogados Laboralistas que organizan la Sociedad Cubana de esa especialidad y el Gremio Nacional de Abogados (NLG, pos sus siglas en inglés), el colegio de legisladores progresistas más antiguo de EE.UU.
En aquella ocasión, ocupaba la presidencia del NLG (fue la primera latina en hacerlo), y disertó acerca de los derechos laborales de las mujeres. Desde entonces la he seguido en las redes sociales y supe de su participación en protestas del movimiento Black Lives Matter (BLM); en los reclamos por la independencia de Puerto Rico, tierra de sus ancestros; y en las manifestaciones que sacaron del poder al corrupto gobernador de Borinquen, Ricky Roselló.
Natasha es graduada de la Facultad de Derecho de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY), donde fue editora en jefe de CUNY Law Review y miembro del Center for Latino and Latina Rights and Equality. Actualmente trabaja como consejera asociada de la organización no gubernamental Latino Justice, especializada en derechos civiles y humanos, justicia racial y de género.
La cercanía de los comicios en EE.UU. y su experiencia como legisladora la convirtieron en blanco de mis preguntas.
Ese sistema electoral presume de modélico. ¿Cómo lo describirías? ¿Las academias de Derecho estudian otros modelos democráticos?
El sistema electoral de EE. UU. presume de ser modélico y ello forma parte del discurso integral del oficialismo que se vende fuera de las fronteras y se presta para justificar intervenciones en otros países bajo el pretexto de liberarlos de sistemas democráticos inferiores al que impera en ese país.
En realidad, el sistema electoral fue diseñado por los terratenientes o hacendados blancos que prohibían el derecho a las mujeres y a los esclavos (a los que no reconocían como humanos). Más de un siglo después se rectificó, enmendaron la Constitución para incluir el voto de ambos grupos poblacionales. Pero nunca ha estado en las intenciones de los legisladores desarrollar un sistema verdaderamente inclusivo que asegure la representación y participación de todos los ciudadanos.
Diseñaron un sistema para proteger los intereses de los terratenientes, sus privilegios y poderío, reflejo de ello es el Colegio Electoral, integrado por personas que nadie conoce ni se sabe cómo salieron electos, a qué responden, ni cómo votan. Esa estructura en realidad es un mecanismo que carece totalmente de transparencia, su propósito es socavar la voluntad popular. Su efectividad quedó demostrada en la elección presidencial que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca con 3 millones de votos menos que su contrincante (Hillary Clinton).
Las deficiencias del sistema democrático estadounidense no se estudian en las academias, como tampoco se indaga en otros sistemas electorales ni legales empleados en el mundo, solo se enseña algo de Derecho Internacional, aunque no descarto que hayan programas de posgrados donde sí se profundice en esa materia.
En los últimos años se ha hecho cada vez más evidente la subordinación de la capacidad de movilizar capitales financieros frente a los capitales políticos en los procesos eleccionarios de EE. UU. ¿Qué implicaciones tiene esa relación para quien resulta ganador?
La inundación de capital en las elecciones, autorizada por el Tribunal Supremo como parte del derecho a la expresión de corporaciones (que son personas jurídicas), existe para asegurar que los intereses económicos de los actores corporativos principales se mantengan reflejados en las políticas públicas y posturas del Gobierno. Todos saben que quien ganó tiene más dinero, no más apoyo.
La elección de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez volcó ese modus operandi una vez que salió electa, porque no contaba ni con dinero ni apoyo de auspiciadores acaudalados. Su victoria tuvo impacto en otras jurisdicciones, pero lo normal sigue siendo la financiación de campañas políticas por cabilderos, empresas y empresarios. Lo hacen entendiendo que cuando su candidato resulta electo, responderá a sus reclamos, aun si chocan con las necesidades de sus constituyentes.
¿Quiénes deben y pueden votar en EE. UU. según el diseño del sistema? ¿Quiénes lo hacen realmente?
Cualquier persona (con ciudadanía estadounidense) de 18 años en adelante, puede y debe votar. No se exigen otros requisitos, solo registrarse y ya, pero la realidad es que el sistema nunca ha servido a los intereses populares y eso ha generado una apatía y disgusto en la mayoría de la gente que explica los altos niveles de abstencionismo, sobre todo en las comunidades afro y latina (más que en otras minorías), y en los jóvenes.
Si salieran a votar, definitivamente y sin duda alguna, muchos de los conservadores quedarían fuera, realidad que ha sido reconocida por los republicanos y el mismo Trump, lo cual explica por qué atacan con ganas el derecho al voto en comunidades negras y latinas, o históricamente demócratas.
En esa estrategia emplean tácticas de represión y odio, inculcan miedo a la comunidad inmigrante amenazando con que eso traerá consecuencias para sus familiares, llaman fraude a quienes persisten en votar, eliminan urnas en distritos negros y latinos para que las colas el día de los comicios sean más largas, todo eso esperando que la gente se rinda.
También dibujan mapas electorales en los que se dividen las comunidades, se les fragmenta para disolver y minimizar su poder electoral; lanzan campañas en años electorales para reducir las listas de personas registradas en distritos progresistas; hacen trucos y trampas para que los que deseen ver un cambio nunca tengan un candidato de su gusto; y lo más reciente ha sido “aguar” el voto que se realiza por correo, conocido como voto en ausencia.
El llamado voto diferido, por correo, o en ausencia, comenzó como una respuesta en tiempos de la Guerra Civil y se ha convertido en una práctica habitual en varios estados. No obstante, la actual Administración le ha hecho duras críticas y amenaza con reducirlo a su mínima expresión. ¿Cómo funciona? ¿Qué intereses hay detrás de esa postura de Trump?
Si un votante sabe que no estará el día de la elección puede pedir su papeleta de forma adelantada. La recibe y la devuelve a través del correo postal, así su voto cuenta de manera oficial. Con el riesgo al contagio impuesto por la pandemia, miles de personas optaron por esa vía en las primarias en junio. Se espera que la práctica persista en noviembre.
La mayoría de los que optan por esa opción son las mismas que toman en serio las medidas de prevención de la COVID-19, los cuales tienden a concentrarse en estados o distritos de tendencia demócrata. El voto en ausencia también es empleado por personas de la tercera edad, con discapacidades, sin transporte confiable, y ahora por padres que están en casa con sus hijos, en teletrabajo o administrando las teleclases.
Para asegurar que esas personas no puedan votar, Trump ha amenazado con quitarle fondos al servicio de correo ordinario con lo cual dejará de funcionar o disminuirá las cajas postales donde la gente podría depositar sus papeletas.
El voto boricua también se ha vuelto polémico de cara a los comicios del 2020. ¿Desde cuándo votan los boricuas en las presidenciales de EE.UU.? ¿Cómo ejercen ese derecho los residentes en Puerto Rico?
Los puertorriqueños que residen en la isla nunca han podido votar en la elección general para la presidencia. En las primarias presidenciales (para elegir los candidatos de los partidos) sí pudieron hacerlo, pero en la general no. Eso es parte del precio que tenemos que pagar por ser colonia: no tener voz entre los que pueden mandarnos a la guerra, dar o quitar suministros y fondos federales para manejar las emergencias, o decidir a quién concederle parte de nuestras tierras para realizar maniobras militares como han hecho en Vieques.
¿Qué rol podría jugar la postura de los candidatos en torno a Cuba con el resultado final de las presidenciales? ¿Consideras esta una variable a tener en cuenta?
En otro momento la postura con respecto a Cuba no necesariamente sería un factor determinante en las elecciones pues la base electoral cubano-americana es poca. Pero este año es distinto por la presencia de un discurso antisocialista clave de la plataforma de Trump y su partido, lo cual pretende contrarrestar el amplio apoyo de oficiales electos como Ocasio-Cortez y Bernie Sanders.
Para desprestigiar al Partido Demócrata lo han etiquetado de socialista cuando está lejos de serlo. Emplean esa narrativa como una herramienta para provocar un miedo irracional. Es en ese sentido que Cuba puede volver a ser tema, por razones históricas y debido a cómo ha sido utilizada por la prensa y los sucesivos Gobiernos de Estados Unidos.