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Belarús, ¿acaso otra revolución de color?

Cierra el mes de agosto con un viraje en los acontecimientos de Europa Oriental tras agudizarse la situación en la nación belarusa. En las elecciones del día 9 Alexander Lukashenko, ratificado como presidente con más del 80 % de los votos, ha tenido que adoptar desde entonces medidas de seguridad en el país, en particular en la frontera de la provincia de Grodno con Polonia y Lituania.

Y es que, en una componenda, fuerzas como la OTAN y la Unión Europea (UE) desconocen el resultado de los recientes comicios pese a que el grupo se negó a enviar allí observadores internacionales. Parece insólito, ¿verdad? Sobre el hecho, el presidente ruso Vladímir Putin considera que «la cuestión no es lo que pasa ahora en Bielorrusia, sino que alguien desea que suceda algo más allí: quiere influir en esos procesos».

En la pugna, aparece de una parte, la presunta “buena voluntad” de la oposición e injerencistas foráneos, quieren imponer el fin de lo que tildan como la “última dictadura europea”, mientras esconden el afán de reconfigurar el entorno geopolítico regional y de socavar los lazos empresariales del gobierno de Lukashenko con el exterior. De la otra, el reelegido, obligado a cambiar la agenda de su sexto mandato consecutivo, ejecuta ahora una nueva estrategia para paliar el efecto de las duras sanciones y demandas de la Unión Europea, sin ceder terreno.

Entre sus decisiones más recientes figuran la búsqueda de conversaciones conciliatorias con los opositores, el cambio del primer ministro y la aceptación de nuevas elecciones en caso de que se aprobase una nueva Carta Magna mediante referendo, algo que a última hora tampoco acepta la oposición, representada desde el 2016 en el Parlamento.

Observadores políticos confesaron a la agencia local BelTA sus sospechas sobre las fuentes de financiamiento y las ambiciones de la junta coordinadora de la oposición, y alertaron los peligros de una posible salida de la integración de Belarús con Rusia, subyacente en los objetivos occidentales. Esa ruptura es lo que se induce de la actitud de la UE y los Estados Unidos, país que en marzo abrió su embajada en Minsk.

En las semanas tampoco han faltado las expresiones negativas y sanciones de estadistas de Alemania, Polonia, Lituania y Letonia, estos tres últimos protagonistas en pleno boicot al gobierno belaruso en pos de crear otro Maidán, nombre dado a las protestas de Kiev en 2014.

El presidente Putin expresó, en reciente entrevista televisiva, su preocupación y rechazo a cualquier intervención foránea en la crisis y confía en una salida pacífica a las inconformidades de la ciudadanía belarusa. El mandatario reveló que intervendría, en caso extremo en el conflicto, con una asistencia integral para garantizar la seguridad de esa República vecina.

 

¿Otro capítulo de la rusofobia?

Los estudiosos plantean que fomentar la rusofobia es un leit motiv de la intentona desestabilizadora desde las otrora repúblicas soviéticas, a las cuales Occidente ha trazado pautas no obedecidas por Belarús debido, entre otras razones, a la génesis etnohistórica y cultural de las relaciones con Moscú.  De hecho, algunos reportajes acerca de la presente crisis asumen como antecedentes esquemas de otras revoluciones de “colores” como la de Georgia en 2003 y las protestas masivas de Ucrania en 2004 y 2014.

La historia de la Segunda Guerra Mundial explica los peculiares vínculos entre Rusia y Belarús, cuya arista comercial quedó afianzada cinco años atrás con la formación de la Unión Económica Euroasiática (UEE), integrada además por Kazajistán, Armenia y Kirguistán. Además, fue anunciado que los bielorrusos serán los primeros en beneficiarse con la vacuna rusa contra la covid-19 a partir de septiembre.

Occidente trata de desestabilizar a Belarús, destacan observadores,  más allá de reales preocupaciones sobre democracia y derechos humanos, asuntos que Lukashenko busca resolver de la mejor manera, cuando se gesta un intento de golpe de Estado desde el exterior que, de concretarse, afectaría a Europa Oriental y la ruta comercial Europa-China.

El ministro de Asuntos Exteriores de la Federación Rusa Serguéi Lavrov ha reiterado el repudio de su Gobierno a la interferencia en los asuntos de un Estado soberano con el fin de dividirlo y provocar “un baño de sangre”. Vale recordar que las dos naciones, Rusia y Belarús, conforman el bloque de defensa Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, a la cual también pertenecen Armenia, Kazajistán, Kirguistán y Tayikistán.

Lukashenko enunció, a su vez, la investigación de los posibles abusos policiales, y la realización de maniobras militares en la zona oeste donde se reportó un intento de violación del espacio aéreo desde Lituania y ante el incremento de tropas militares de la OTAN en países vecinos. Ante las acusaciones, la OTAN aclaró que su presencia es de naturaleza “estrictamente defensiva”.

 

¿Qué medios sustentan las protestas en Belarús?

El empleo de plataformas digitales como Telegram, se encuentran entre los medios útiles a la oposición para reclamar nuevas elecciones y la renuncia del presidente, lo que apunta a un financiamiento yanqui, mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, solamente ha alegado en Twitter: “La situación en Belarús es terrible”,  y  condenó “el uso excesivo de la violencia”.

Hasta ahora las fuerzas opositoras, sin mayoría popular, parecen estar dirigidas desde la Alemania y la colindante Polonia. Uno de los excandidatos presidenciales, Valeri Tsepkalo, hizo un pacto para crear un fondo polaco-estadounidense con el fin de subvertir el orden en Belarús. En Lituania la otra aspirante a la presidencia, Svietlana Tikhanóvskaya, es acusada por expertos de no tener «ningún programa», y proyectar ante los medios la imagen de una “ama de casa” “víctima del accidente de Chernobil”. La Tikhanóvskaya, quien obtuvo poco más del 10 % de los votos en las elecciones, pretende liderar  la oposición después de sustituir, como principal rival en las urnas, a su esposo, un videobloguero encarcelado en mayo, acusado por fomentar disturbios.

Termina el mes de agosto y permanece irresuelta la crisis política en Belarús, con una serie de confrontaciones entre opositores con la policía y los simpatizantes que parecen desconocer los verdaderos móviles económicos y geopolíticos detrás de la crisis.

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