El Canciller de la Dignidad, Raúl Roa García, decía que el sello de correos era el primer embajador de Cuba porque entraba en cualquier lugar u hogar del mundo, sin pedir permiso, con el mensaje de la Revolución.
Así ocurrió con la Primera Declaración de La Habana, aprobada por más de un millón de cubanos, reunidos en la Plaza de la Revolución José Martí, el 2 de septiembre de 1960. De ella se realizó una emisión conmemorativa en microimpresión, que volcó el histórico texto al diminuto espacio de la estampilla.
La conforman nueve sellos, con valores faciales de ocho, 12 y 30 centavos, lo que permitía su utilización tanto en el territorio nacional como en el extranjero, e impresos en español, inglés y francés. Comenzaron a circular el 28 de enero del siguiente año y no por casualidad tienen la silueta del Héroe Nacional, porque desde el inicio de la Declaración se señalaba que era junto a la imagen y el recuerdo del Maestro, en Cuba, Territorio Libre de América, que el pueblo, “en uso de las potestades inalienables que dimanan el efectivo ejercicio de la soberanía expresadas en el sufragio directo universal y público, se ha constituido en Asamblea General Nacional”.
Razón no le faltaba a nuestro ministro de Relaciones Exteriores sobre el valor divulgativo del sello, ya que fue una manera más original y atractiva de dar a conocer un hecho inédito en el mundo: que la dirección de un país sometiera a votación de la multitud reunida en la Plaza, en representación de sus compatriotas de toda la nación, la posición de principios de la Revolución frente a la agresividad del imperialismo yanqui y el servilismo de sus lacayos.
En el décimo aniversario del acontecimiento se emitió el sello más largo de la historia postal cubana, que reproduce en foto aquella concentración que, según destacó el Comandante en Jefe, era la más grandiosa efectuada desde el triunfo revolucionario y posiblemente la más prolongada.
Además, durante los años de 1961 a 1989 circuló nacionalmente un billete de 10 pesos que en su reverso reproducía también ese decisivo momento.
Y es que el acercamiento a la historia no solo es posible por medio de los libros sino mediante el coleccionismo, en este caso a través de la filatelia y la numismática, que en el transcurso de más de seis décadas han plasmado instantes cruciales de nuestro devenir como aquel, cuya trascendencia rebasó la coyuntura en que se produjo. Así lo destacó el Comandante en Jefe cuando escribió que la Revolución no se había hecho socialista el día 16 de abril de 1961: “Era socialista en su voluntad y en sus aspiraciones definidas, cuando el pueblo formuló la Declaración de La Habana”.
El líder vibró con su pueblo
Entre el 22 y el 29 de agosto de 1960 había tenido lugar en Costa Rica la VII Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la que Washington logró la complicidad de los cancilleres latinoamericanos para aprobar la llamada Declaración de San José, enfilada contra la Revolución cubana.
Aquella vergonzosa y servil maniobra no podía quedar sin respuesta y esa la dio el pueblo cubano aquel 2 de septiembre, en que se manifestó lo que el Che denominó “esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro” y su extraordinario afán de auscultar siempre la voluntad popular.
Tras referirse al contraste entre la situación que había vivido la nación en el pasado y los avances logrados durante la breve ejecutoria revolucionaria, dio a conocer las acusaciones de los cancilleres, que fueron rechazadas una tras otra por los reunidos.
Y a continuación sometió a consideración de la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba la Declaración de La Habana, contentiva de nueve puntos.
Comenzó con el repudio a la Declaración de San José como documento dictado por el imperialismo, y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del continente; continuó con la condena más enérgica a la intervención abierta y criminal que por más de un siglo había ejercido Estados Unidos sobre América Latina; expresó el rechazo al intento de preservar la Doctrina Monroe, y proclamó, frente al hipócrita panamericanismo calificado como el predominio de los monopolios yanquis, y su manejo de los Gobiernos de la región, el panamericanismo liberador de José Martí y Benito Juárez. Proclamó la amistad con el pueblo estadounidense y la voluntad de marchar con el mundo y no con una parte de este.
Resaltó que la ayuda espontáneamente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba, en caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares imperialistas, no podía ser considerada jamás un acto de intromisión, sino de solidaridad; negó categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la URSS y la República Popular China de utilizar la posición económica, política y social de Cuba, para quebrantar la unidad continental y poner en peligro la unidad del hemisferio, y afirmó que no se les podía culpar de la existencia de una Revolución que era la respuesta cabal de Cuba a los crímenes y las injusticias instaurados por el imperialismo en la región.
El documento expresó el propósito de establecer relaciones diplomáticas con las naciones socialistas, además de rescindir los vínculos con el régimen títere de Formosa sostenido por “los barcos de la Séptima Flota yanqui”.
Condenó enérgicamente el latifundio, la explotación del trabajo humano, la ausencia de maestros, de escuelas, médicos y hospitales, la falta de protección a la vejez en los países latinoamericanos, rechazó la discriminación del negro y del indio, la desigualdad y la explotación de la mujer, repudió a las oligarquías que mantenían a los pueblos en la miseria e impedían su desarrollo.
Defendió además el deber de las naciones subyugadas y explotadas a luchar por su liberación, y la solidaridad entre los pueblos oprimidos, colonizados o agredidos.
Expresó la fe en que América Latina marcharía pronto unida y vencedora, libre de las ataduras que convertían a sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impedían hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres domesticados hacían coro infamante al amo despótico; y manifestó la decisión de Cuba de trabajar por ese común destino latinoamericano.
Un mar de brazos levantados respondió a la convocatoria de Fidel de que alzaran las manos los que apoyaran la Declaración, y a su pregunta de qué hacer con la Declaración de San José, la multitud reclamó: “¡La rompemos!”, y a la vista de todos la hizo pedazos.
Aquel 2 de septiembre constituyó para Cuba una rotunda victoria moral y política. A los enemigos se les fue el tiro por la culata.
*Agradecemos al proyecto Por una cultura del coleccionismo, que lleva a cabo durante más de 40 años, el profesor Roberto Julián Arango Sales, Premio Nacional de Filatelia 2015.