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Aprobación de la Primera Declaración de La Habana: Una votación inédita en el mundo

El Canciller de la Digni­dad, Raúl Roa García, decía que el sello de correos era el primer embajador de Cuba porque entraba en cualquier lugar u hogar del mundo, sin pedir permiso, con el mensaje de la Revolución.

 

Emisión puesta en circulación el 2 de septiembre de 1970 por el décimo aniversario de la Primera Declaración de La Habana. Es el sello más largo de la historia postal cubana que muestra en foto la concentración en la Plaza de la Revolución. Diseñado por Miguel A. Peñate

 

Así ocurrió con la Primera De­claración de La Habana, aprobada por más de un millón de cubanos, reunidos en la Plaza de la Revolu­ción José Martí, el 2 de septiembre de 1960. De ella se realizó una emi­sión conmemorativa en microimpre­sión, que volcó el histórico texto al diminuto espacio de la estampilla.

El texto íntegro de la Primera Declaración
de La Habana, con la silueta de José Martí,
está incluido en el sello. Diseñado por Héctor
Hernández

La conforman nueve sellos, con valores faciales de ocho, 12 y 30 cen­tavos, lo que permitía su utilización tanto en el territorio nacional como en el extranjero, e impresos en es­pañol, inglés y francés. Comenzaron a circular el 28 de enero del siguien­te año y no por casualidad tienen la silueta del Héroe Nacional, porque desde el inicio de la Declaración se se­ñalaba que era junto a la imagen y el recuerdo del Maestro, en Cuba, Terri­torio Libre de América, que el pueblo, “en uso de las potestades inalienables que dimanan el efectivo ejercicio de la soberanía expresadas en el sufra­gio directo universal y público, se ha constituido en Asamblea General Nacional”.

Razón no le faltaba a nuestro mi­nistro de Relaciones Exteriores sobre el valor divulgativo del sello, ya que fue una manera más original y atrac­tiva de dar a conocer un hecho inédi­to en el mundo: que la dirección de un país sometiera a votación de la multi­tud reunida en la Plaza, en represen­tación de sus compatriotas de toda la nación, la posición de principios de la Revolución frente a la agresividad del imperialismo yanqui y el servilismo de sus lacayos.

En el décimo aniversario del acontecimiento se emitió el sello más largo de la historia postal cu­bana, que reproduce en foto aquella concentración que, según destacó el Comandante en Jefe, era la más grandiosa efectuada desde el triun­fo revolucionario y posiblemente la más prolongada.

 

El billete de 10 pesos emitido a partir de 1961 mantuvo hasta 1989 la imagen de la Declaración de La
Habana. Dibujo de los bocetos por Hernando López Martínez

 

Además, durante los años de 1961 a 1989 circuló nacionalmente un bi­llete de 10 pesos que en su reverso reproducía también ese decisivo mo­mento.

Y es que el acercamiento a la his­toria no solo es posible por medio de los libros sino mediante el coleccionis­mo, en este caso a través de la filatelia y la numismática, que en el transcurso de más de seis décadas han plasmado instantes cruciales de nuestro devenir como aquel, cuya trascendencia re­basó la coyuntura en que se produjo. Así lo destacó el Comandante en Jefe cuando escribió que la Revolución no se había hecho socialista el día 16 de abril de 1961: “Era socialista en su vo­luntad y en sus aspiraciones definidas, cuando el pueblo formuló la Declara­ción de La Habana”.

 

El líder vibró con su pueblo

Entre el 22 y el 29 de agosto de 1960 había tenido lugar en Costa Rica la VII Reunión de Consulta de Minis­tros de Relaciones Exteriores de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la que Washington logró la complicidad de los cancilleres lati­noamericanos para aprobar la llama­da Declaración de San José, enfilada contra la Revolución cubana.

Aquella vergonzosa y servil ma­niobra no podía quedar sin respuesta y esa la dio el pueblo cubano aquel 2 de septiembre, en que se manifestó lo que el Che denominó “esa fuerza te­lúrica llamada Fidel Castro” y su ex­traordinario afán de auscultar siem­pre la voluntad popular.

Tras referirse al contraste entre la situación que había vivido la nación en el pasado y los avances logrados durante la breve ejecutoria revolucio­naria, dio a conocer las acusaciones de los cancilleres, que fueron rechazadas una tras otra por los reunidos.

Y a continuación sometió a consi­deración de la Asamblea General Na­cional del Pueblo de Cuba la Decla­ración de La Habana, contentiva de nueve puntos.

Comenzó con el repudio a la De­claración de San José como docu­mento dictado por el imperialismo, y atentatorio a la autodeterminación nacional, la soberanía y la dignidad de los pueblos hermanos del continente; continuó con la condena más enérgica a la intervención abierta y criminal que por más de un siglo había ejerci­do Estados Unidos sobre América La­tina; expresó el rechazo al intento de preservar la Doctrina Monroe, y pro­clamó, frente al hipócrita panameri­canismo calificado como el predomi­nio de los monopolios yanquis, y su manejo de los Gobiernos de la región, el panamericanismo liberador de José Martí y Benito Juárez. Proclamó la amistad con el pueblo estadounidense y la voluntad de marchar con el mun­do y no con una parte de este.

Resaltó que la ayuda espontánea­mente ofrecida por la Unión Soviética a Cuba, en caso de que nuestro país fuera atacado por fuerzas militares imperialistas, no podía ser considera­da jamás un acto de intromisión, sino de solidaridad; negó categóricamente que haya existido pretensión alguna por parte de la URSS y la República Popular China de utilizar la posición económica, política y social de Cuba, para quebrantar la unidad continen­tal y poner en peligro la unidad del hemisferio, y afirmó que no se les po­día culpar de la existencia de una Re­volución que era la respuesta cabal de Cuba a los crímenes y las injusticias instaurados por el imperialismo en la región.

El documento expresó el propósi­to de establecer relaciones diplomáti­cas con las naciones socialistas, ade­más de rescindir los vínculos con el régimen títere de Formosa sostenido por “los barcos de la Séptima Flota yanqui”.

Condenó enérgicamente el latifun­dio, la explotación del trabajo humano, la ausencia de maestros, de escuelas, médicos y hospitales, la falta de protec­ción a la vejez en los países latinoame­ricanos, rechazó la discriminación del negro y del indio, la desigualdad y la explotación de la mujer, repudió a las oligarquías que mantenían a los pue­blos en la miseria e impedían su desa­rrollo.

Defendió además el deber de las naciones subyugadas y explotadas a luchar por su liberación, y la solidari­dad entre los pueblos oprimidos, colo­nizados o agredidos.

Expresó la fe en que América Lati­na marcharía pronto unida y vencedo­ra, libre de las ataduras que convertían a sus economías en riqueza enajenada al imperialismo norteamericano y que le impedían hacer oír su verdadera voz en las reuniones donde cancilleres do­mesticados hacían coro infamante al amo despótico; y manifestó la decisión de Cuba de trabajar por ese común des­tino latinoamericano.

Un mar de brazos levantados res­pondió a la convocatoria de Fidel de que alzaran las manos los que apoya­ran la Declaración, y a su pregunta de qué hacer con la Declaración de San José, la multitud reclamó: “¡La rom­pemos!”, y a la vista de todos la hizo pedazos.

Aquel 2 de septiembre constituyó para Cuba una rotunda victoria moral y política. A los enemigos se les fue el tiro por la culata.

*Agradecemos al proyecto Por una cultura del coleccionismo, que lleva a cabo du­rante más de 40 años, el profesor Roberto Julián Arango Sales, Premio Nacional de Filatelia 2015.

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