Ama la naturaleza, en particular las flores. Quizás por eso de sus manos nacen los hermosos girasoles, que miran el derredor, surcado por rostros. De formación autodidacta, Elizabeth Rodríguez Reyes recuerda que desde muy pequeña comenzó a pintar y así ha sido siempre, aunque la vida se haya empeñado en llevarla hacia otros derroteros.
“Tenía ocho años cuando empecé a recibir clases de dibujo en la Casa de Cultura del municipio de Diez de Octubre. Ahí estuve hasta los 12 años. Incluso, aprobé las pruebas para la Escuela Nacional de Bellas Artes San Alejandro, pero por problemas de familia no pude incorporarme”.
Esos tropiezos no la detuvieron. Durante su estancia en la entonces Escuela Secundaria Básica en el campo República Popular de Polonia, en Quivicán, siguió vinculada a los talleres de pintura, en particular en la Casa de Cultura de dicho municipio.
Y la vida trató de seguirla alejando de la pintura. Graduada de técnico medio en gastronomía, trabajó durante 20 años en el Centro de Retinosis Pigmentaria. De esa etapa rememora los eventos de arte culinario celebrados allí, en los cuales pudo sacar a flote la artista que llevaba dentro.
Hoy, en la tranquilidad de su sencillo hogar, Elizabeth conjuga su labor como Agente de Telecomunicaciones con las artes plásticas. “Hace dos años opté por este trabajo y me siento bien. Ya hay un grupo de personas habituales que requieren del servicio. Ahora con la COVID-19 es muy oportuno, puesto que la población de la comunidad no tiene que alejarse para conseguir lo que ofertamos, lo mismo tarjetas propias y cupones para su recarga, como recargas para las cuentas Nauta ─de conexión a Internet─ y para teléfonos móviles”.
Según añadió, ha incursionado en la técnica de papel maché, a través de la cual ha modelado distintas figuras, que fueron expuestas en el Museo Nacional de los CDR. Pero la mayor parte de su tiempo libre lo dedica a los pinceles.
De poco hablar, confiesa ser una admiradora de la obra de la joven poetisa y pintora Juana Borrero; así como de Armando Menocal y Carlos Enríquez, en particular este último, a quien considera uno de los más talentosos de la plástica cubana.
Junto al amor de sus hijos, Andy y Carlos Eduardo, crece la obra de esta aficionada. “Prefiero pintar por las madrugadas. Puede que me inspire un sueño, un paisaje… siempre hay una razón. Quisiera algún día poder exponer mis cuadros. No obstante, junto a un grupo de pintores del barrio, he participado en muestras colectivas, fundamentalmente, en el Joven Club, ubicado en el reparto Martí”.
Así, entre sueños y tesón, florecen los girasoles con rostros de mujer, que hablan por sí solos de los anhelos de esta cubana.