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El día que se anunció que no se harían los diez millones

Trabajadores reproduce apuntes inéditos del colega de nuestro semanario y Premio Nacional de Periodismo Julio García Luis (1942-2012), publicados en su libro ¿Qué periodismo queremos? Aquí se relata el momento en que Fidel informa públicamente que la «Zafra de los Diez Millones» de 1970 no alcanzará esa meta y devela un principio que ha acompañado invariablemente al líder cubano: al pueblo se le dice la verdad siempre, por dura que sea

 

En La Habana, mayo 20 de 1970
4 de la madrugada.

Escribo estas notas apresuradamente después de un día y una noche sumamente agitados y repletos de acontecimientos. Ayer fue el apoteósico recibimiento de los 11 pescadores secuestrados por apátridas a la paga de la Agencia Central de Inteligencia el pasado 3 ó 4 de mayo, quienes, después de vivir una verdadera odisea de varios días en la cayería de Las Bahamas, fueron abandonados por sus cobardes captores del “Alpha 66” y traídos desde Nassau en horas de la tarde por un avión nuestro.

 

 

Fidel en el acto en el Melecón de La Habana por el regreso de los 11 pescadores secuestrados por un grupo terrorista de Miami, el 19 de mayo de 1970. Foto: Jorge Oller/ Granma

 

Ayer fue el momento de incomparable emoción junto a la avenida de Rancho Boyeros, cuando, entre el aullar de las sirenas, entre el atronar de las motocicletas y las aclamaciones de la muchedumbre enardecida, pasaron radiantes los hombres del mar liberados, con sus barbas, sus humildes sombreros de guano, más que héroes, verdaderos trofeos por los que el pueblo libró una de sus batallas más hermosas.

Ayer también, ya con las primeras sombras de la noche, fue el vibrante acto junto al malecón, acto de inmensas multitudes frente a la antigua embajada norteamericana, vigorosa demostración de un pueblo en pie de lucha que se estremeció con las sencillas, violentas y combativas palabras que le dirigieron tres de los pescadores caibarienenses.

 

Uno de los pescadores habla en el acto. Foto: Jorge Oller/ Granma

 

Después, sobre las inquietas olas del pueblo, resonó la voz de Fidel. Habló sobre la inolvidable victoria lograda por el pueblo. Habló sobre la necesidad de enfrentar al enemigo no solo a la defensiva, sino también pasando a la ofensiva, llevando la guerra al territorio de quienes traten de hacérnosla, prestándose como trampolines o como instrumentos para los designios agresivos del imperialismo yanqui. Habló de la situación interna en EE.UU. y del desarrollo creciente de las fuerzas revolucionarias en eses país frente a la política fascista de Nixon, frente a su desenfreno guerrerista en el sudeste de Asia y en todo el mundo.

Dijo que sería muy difícil imponer la represión a un pueblo con las tradiciones del pueblo norteamericano. Luego se refirió a cómo el enemigo, especialmente un agentucho de la CIA radicado en La Habana, el corresponsal de Reuters, Adrew Tarnowski, había estado intrigando en sus despachos sobre si Cuba había creado deliberadamente este incidente para atenuar o relegar a segundo plano las dificultados que estábamos teniendo en la zafra.

Fidel reconoció las dificultades muy serias que hemos confrontado con los rendimientos azucareros en Camagüey y Oriente y rechazó de plano, por indigno, las malintencionadas elucubraciones del mencionado corresponsal. Por esta vía llegó Fidel al tema de la zafra. Continuó en el análisis de los problemas surgidos en ella y, llegado a un punto de su discurso, planteó con toda claridad la tremenda noticia: “no haremos los diez millones de toneladas”.

Pocas veces ha habido tanto dolor y tanta amargura en la voz de Fidel. Pocas veces se ha visto tanta emoción en sus gestos y en su voz. Muchos coincidieron después en que solo en una oportunidad anterior le habían visto así: cuando anunció al pueblo la caída del Che y luego, en la velada solemne de la Plaza de la Revolución. Luego sabríamos, confesado por él, que no pensaba abordar este tema, tema que prácticamente no le había dejado vivir en las últimas semanas, pero que llegado a ese momento del discurso, ante la inmensa masa del pueblo congregada allí, viendo su combatividad, su fervor revolucionario, no pudo reprimir el deseo y la necesidad de ofrecer toda la dura verdad. Una vez más, la lealtad, la sinceridad y el respeto de Fidel por su pueblo se expresaron con toda su fuerza. ¡Y qué valentía, con esas palabras que nadie ni en broma se atrevía a emplear!

Así, en un día de triunfo se unieron la victoria y la derrota. Porque este anuncio de Fidel proclama sin duda una derrota para la Revolución. No es que desconozcamos la magnitud del esfuerzo realizado ni los logros históricos de esta zafra. Ellos son evidentes. Pero eso no atenúa lo doloroso del revés: uno de los golpes más duros que haya sufrido nuestra patria. En tales circunstancias, he tenido el privilegio incomparable de estar junto a Fidel en dos ocasiones esa noche, durante las dos visitas que realizó al periódico. Por ello dejo este testimonio, como recordación de un día amargo para nuestra Revolución, y de la imagen de Fidel en este día, más grande si se quiere en la imponente fuerza de su angustia, de su valentía moral inconmovible, de su infinita lealtad al pueblo trabajador.

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“No estaba en el plan hablar de la zafra. Pero no hubiera sido leal con el pueblo.» Foto: Jorge Oller/ Granma

 

Llegó agitado. Eran sobre las 11 de la noche o quizás algo más. Hacía un rato que había terminado el acto del Malecón. Uniforme ajado y un tabaco apagado en la mano. Se sentó ante el círculo de compañeros que rodeaban la mesa y que permanecían de pie esperando sus palabras. No parecía triste, más bien cansado y lleno de preocupaciones. La mano derecha, en gesto característico, mesaba la barba algo rala y apuntada de un anuncio de canas en la barbilla. Sin preámbulo:

“No estaba en el plan hablar de la zafra. Pero no hubiera sido leal con el pueblo. No sería lo más político, pero era lo más honrado. Teníamos la idea de esperar que arribáramos a los ocho millones y entonces hacer la explicación. Eso quizás hubiera sido lo más político. Pero no era correcto darle al pueblo hoy la alegría neta de esta gran victoria, y después, al cabo de los 20 días, la gran derrota”.

Queda callado un instante. Mira a todos los presentes. Luego dice, en voz baja: “Los revolucionarios no tenemos alternativa. Solo el deber”.

Escuchó con mucho interés las opiniones que le dimos algunos compañeros. Fueron frases de cariño y aliento. Hablaron los subdirectores Modesto González y Ramón Perdomo; el jefe información Tubal Paez, y el corrector de estilo Agustín Pi. Yo le dije: “Comandante, nunca como hoy el pueblo hubiera estado en mejores condiciones para recibir semejante noticia. Estaba enardecido. En frío, más tarde, no hubiera sido igual”.

Pensando en voz alta, dijo: “Ahora debo ir, mañana o pasado, a la televisión y explicar todo lo relativo a la zafra. Después lo que quisiera es meterme en el Pico Turquino, qué sé yo, meterme en el cañaveral más apartado, donde más malas sean las condiciones.

“El MINAZ tiene una parte muy grande de responsabilidad en esto”.

“Siempre preferiremos siete millones y medio con la verdad, que once millones con mentiras.

“Esta zafra, que supera en un 70 por ciento el promedio histórico de los últimos diez años, y en un 100 por ciento la zafra anterior, marcará un saldo imposible de igualar jamás en el futuro por ningún otro país; no será superado jamás ni siquiera por nosotros mismos.

“Sin embargo, tenemos que poner el énfasis en nuestros reveses.

“Otras veces hemos tenido derrotas muy duras. Así el Moncada, Alegría de Pío, la Huelga de Abril; pero esta derrota duele más. Entonces éramos un grupo, más o menos numeroso en una u otra circunstancia, ahora es todo el pueblo. Esta derrota duele en proporción a la cantidad de gente que estaba metida en esto, luchando por este objetivo.

“No nos cabe duda que vamos a sacar más provecho de no hacer los diez millones que de haberlos hecho; esto va a servirnos para tomar conciencia y superar muchas de nuestras deficiencias y nuestras limitaciones. Nos ha demostrado que no éramos tan fuertes y tan grandes como nos habíamos creído.

“Pero eso no quita la amargura de la derrota”, agregó. Llegan más compañeros. Primeramente Celia. Luego Piñeiro, Dreke, Enio Leyva. Las caras serias. Fidel continúa: “Hemos quedado parejos con la contrarrevolución. Hemos obtenido una victoria y recibido una derrota.

“Ahora hay que luchar por mantener al máximo la tensión de la zafra. Si la gente se desmoraliza es que no servimos para nada. Al hombro, debajo de los rayos, de las lluvias, tenemos que pelear las cañas que nos quedan.

“Por lo demás, esta sigue siendo la zafra de los diez millones y tenemos que mantener ahí, en primera página, con un valor estoico, el cuadrito de la zafra, con los rendimientos, con su lema de los diez millones y todo.

“La bronca por los pescadores terminó aquí, ahora tenemos que seguir peleando por la zafra”. Dirigiéndose a Piñeiro: “Empecé el acto cansado, tenía sueño”. Luego, pensativo, para sí mismo: “Nixon, saliste bien, hemos quedado parejos.

“Toda la estrategia que ellos estaban elaborando –prosigue diciendo- estaba basada en la humillación por el fracaso de los diez millones. Estas acciones que hemos visto eran para ir caldeando el ambiente. Pensaban que esa circunstancia les daría el momento propicio para llevar adelante sus planes.

“Pero si era mejor plantearlo ahora que dentro de 20 días, honestamente tengo que reconocer que no fue algo intencional hacerlo así, fue por casualidad. Fue la honradez ante la gente lo que me llevó a decir esto. Cuando aquel pescador dijo lo de los diez millones sentí un sufrimiento insoportable, una vergüenza de saber que se seguían alentando las ilusiones, y lo mismo fue cuando el acto del domingo, el dolor de ver cómo todo el mundo unía la lucha por la liberación de los pesadores con la tarea de la zafra de los diez millones.

 

Teníamos un pueblo para hacer los diez millones, y ese pueblo no nos ha fallado. Foto: Jorge Oller/ Granma

 

“Hablé con varios compañeros y me había convencido de que no debía decir aún lo de la zafra. Pero sentí la vergüenza del problema en medio del discurso, cuando comencé a hablar de las dificultades. La vergüenza de que alguien pudiera tener siquiera una sombra de duda o de sospecha de que estuviéramos disimulando la realidad para que la gente no se desanimara.

“Un político frío hubiera pensado primero en garantizar los ocho millones. Tal vez eso sería lo más político. Pero yo no actué como político. Fue la honradez y la lealtad hacia el pueblo. Si era más correcto haberlo dicho hoy, eso no es el resultado de un deliberado acto político.

“¡Nosotros no haríamos cortar una sola caña al pueblo en nombre de algo que sabíamos que ya no sería alcanzado!

“Hay una verdad incuestionable: le hemos quitado un arma al enemigo. Ellos hubieran sacado más provecho de la noticia en frío dentro de 20 días”.

Sobre la mesa de la dirección hay una propuesta de primera página. Fidel la lee. Dice:

“En estos momentos de victoria y de revés:

¡ADELANTE!

PUEBLO REVOLUCIONARIO

¡CON MÁS CORAJE Y VALOR

QUE NUNCA!

¡CONVIRTAMOS EL REVÉS

EN VICTORIA!

¡PATRIA O MUERTE!

¡VENCEREMOS!”

Luego de revisarla, extrae el bolígrafo y escribe al pie: “Fidel hablará hoy a las 8 y 30 por radio y televisión”. Entretanto, ha llegado también Llanusa.

“¿Cómo le llamamos: la ‘victoria de mayo’? ¿… y al revés? ¿El revés de qué…? Quizás no debí decir revés, sino ‘derrota.

“La magnitud de la empresa que nos propusimos nos ha permitido conocer nuestras debilidades, nos ha enfrentado crudamente con ellas. Todo está de acuerdo a la vara con que nos midamos. Si la vara es chiquita, entonces la Revolución nos parece alta, enorme, poderosa. Si la vara es grande, entonces vemos que no estamos tan alto, ni somos tan grandes, y sí que tenemos muchas deficiencias y muchas limitaciones… Yo creo que la medida del revolucionario no debe ser de orden relativo, sino de orden absoluto.

“Los nueve millones no son tampoco fáciles, hay que pelearlos. Los nueve millones son medalla plata, pero pudimos alcanzar medalla de oro.

“Para mi esta ha sido la prueba más dura. Yo no quería que me aplaudieran, ni nada. Es traumático. Creo que jamás en mi vida tendré que pasar por una prueba más traumática que esta. Lo que me hace falta ahora, física y mentalmente, es meterme 45 días cortando caña. Creo que serán mis primeras vacaciones en 11 años.

“El mérito más grande que puede tener el pueblo es pelear hasta la última caña, sabiendo que no se lograrán los diez millones; pelearla en la adversidad, en la derrota. Es increíble el esfuerzo que se ha hecho. En caminos. En el corte. En todo. El pueblo no ha fallado. El pueblo no tiene la culpa de esto. Hay que considerar que saltamos en 18 meses para sembrar toda la caña que no se había sembrado. Un esfuerzo colosal.

“Así que lo peor en este momento es no tener remordimientos, no tener complejo de culpa, porque se ha hecho en cada momento todo lo que podía hacerse.

“Jamás en mi vida le he dedicado a algo tantas energías como a la zafra de los diez millones, sabiendo todo lo que ella significaba para la Revolución y para el país. Creamos las condiciones en el pueblo. Teníamos un pueblo para hacer los diez millones, y ese pueblo no nos ha fallado. Pero no teníamos el aparato administrativo para hacerlos”.

“Esto tiene que servirnos de mucho. La Revolución es una cosa maravillosa, fabulosa, pero requiere más seriedad de la gente, más reflexión… Creo que hice mal en llamarle ‘revés’, en realidad esto ha sido una ‘derrota’. Mañana en la televisión rectificaré el concepto”.

Algunos compañeros opinan. Llanusa discrepa. Dice que no está de acuerdo. Lo cree excesivo. Fidel insiste. Firme: “No. Digamos que esto ha sido una derrota, es más valiente que llamarle un revés”.

Llanusa acepta: “Buena, tú eres más valiente que yo”. Y Fidel remata: “Así le quitamos también un arma más al enemigo… Ahora tenemos que trabajar en cuatro direcciones –señala Fidel-: mantener duro hasta el final el trabajo de la zafra; lograr un autoanálisis de nuestras deficiencias, de nuestras limitaciones, y comenzar a superarlos; superar la actividad de la Revolución en todos los frentes y convertir la derrota en victoria”.

Ya Fidel se ha puesto de pie. Grave, se vuelve hacia la puerta, hace un breve gesto de saludo y dice: “Correcto. Entonces nos vemos mañana”.

No habría, sin embargo, que esperar mucho. Al poco rato, 1 y 30 de la madrugada, estaba de regreso. Llegó jadeante. Había subido por las escaleras, a zancadas. Pide papel. Parece que no había quedado conforme con la primera página y venía con nuevas ideas. Toma un cable de encima de la mesa y escribe al dorso, con mayúsculas grandes: “DERROTA”.

¿Qué ustedes creen si ponemos este título? (Ese día, la edición de “Granma” presentaba en primera página un titular enorme con la palabra ¡VICTORIA!, por haberse obtenido la devolución incondicional de los 11 pescadores. En contraste con ello, Fidel propuso ese cintillo.) Se convence y desecha la idea.

“Busquemos conceptos”, dice.

Así prepara la primera página, escribe los titulares, pregunta analiza. Después se sume en los temas que explicará esta misma noche por la televisión. Se anima. Uno le mira y piensa: bajo esa frente hay un torbellino de ideas que no le deja dormir. Uno tiende a la pena. Uno sabe que el más acariciado de sus sueños ha muerto públicamente en esta noche. Uno sabe qué duro debió serle ese anuncio de fracaso en una jornada de combate y victoria. Qué dura noticia para la nación y para nuestros amigos de todo el mundo. E inevitablemente viene a la mente las frases sobre el Che en su “Introducción necesaria”: “Ningún hombre mejor preparado que él para enfrentarse a semejante prueba”.

El Primer Secretario se recuesta en la butaca, razona, piensa en voz alta, se mesa el cabello y la barba con sus largos dedos, y uno no acierta a decidir si acaso ya en estos amargos momentos de derrota, Fidel está trazando en su mente el camino para victorias superiores y decisivas.

 

“Siempre preferiremos siete millones y medio con la verdad, que once millones con mentiras”. Foto: Jorge Oller/ Granma

 

Amanece. Fidel ya se ha ido. “Chago” deja escuchar un relato de la Sierra: “Había fracasado la Huelga de Abril. Nadie se atrevía a darle la noticia a Fidel. Se habían ido juntando compañeros en La Plata. Después alguien le explicó lo sucedido. La represión. Los cuadros diezmados del movimiento en las ciudades. El fracaso. Fidel extrajo su pistola, la armó y comenzó a hacer fuego sobre el tronco de un árbol: “Ahora sí que se cae Batista”, dijo.

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