Ponerle el cascabel al gato fue la solución que en la fábula infantil encontraron los ratones para saber a tiempo cuándo se acercaba y poder robar comida a su antojo, pero ninguno se atrevió llevar a la práctica la idea por encontrarla muy arriesgada.
Llama la atención que en muchos de estos cuentos los “buenos” son los ratones y el “malo” el felino, cuando este es en realidad el elemento vigilante que trata de impedir que se cometan fechorías. El cascabel, entonces ¿a quiénes habría que ponérselo?
La respuesta es a quienes actúan como ratas, intentando socavar los principios de una sociedad que ha apostado siempre por la equidad y la justicia. Y ello significa ponerles coto a cuanto colero, acaparador y revendedor proceden en detrimento de la población. No caben las dudas ni las vacilaciones: Hoy más que nunca batallar contra estos elementos es un imperativo.
El fenómeno del acaparamiento y la reventa de productos no es nuevo, pero cobra fuerza en nuestro entorno debido a las carencias acentuadas por el recrudecimiento del bloqueo y la presencia del nuevo coronavirus que genera ansiedad ante el desabastecimiento de artículos de primera necesidad.
Mucho se habla de los coleros que se apoderan de los espacios de los consumidores, especulan con los turnos, retienen un volumen de productos para luego revenderlos a sobreprecio…
Pero ninguno de los almacenes clandestinos bien surtidos, que más parecen tiendas por departamentos, ni los locales repletos de materiales de construcción o de otros medios muy demandados, por mencionar solo algunos ejemplos de los que han salido a la palestra pública, se forman con el aporte de coleros, por muchas ocasiones en que estos se sitúen en las filas de compra o utilicen compinches que multipliquen su presencia en ellas.
De lo que también no caben dudas es que además de estos personajes hay otros actores que generan malestar e irritación, invisibles a los ojos de quienes se congregan en las afueras de los establecimientos, porque operan puertas adentro.
Son, por una parte, los que en la tienda actúan en complicidad con los coleros para que sean los primeros en conocer qué productos se van a expender, o pasan por alto su presencia reiterada en las cajas registradoras.
Por otra parte están los autores de los desvíos de recursos dentro de las unidades de comercio o empresas, que van desde dependientes o almaceneros inescrupulosos, custodios que se hacen de la vista gorda, administrativos sin principios, transportistas ambiciosos, contadores que falsifican documentos u otros, que a cambio de beneficios personales, se convierten en suministradores de los almacenes clandestinos. Todos ellos con responsabilidad material definida, incurren en delitos contemplados en el Código Penal.
Si bien la población ha contribuido con sus denuncias a la realización de operativos policiales que han desarticulado muchos de los lugares donde se acumulan los bienes desviados y propiciado la detención de los implicados, todavía el combate contra esa cadena de corrupción no se hace con la energía que reclaman estos tiempos en el colectivo laboral.
Es desde allí que se apoya o tolera la labor de los coleros y de donde salen los productos que van a parar a manos de los revendedores, que han llegado al descaro de anunciarse en sitios de la red de redes.
La batalla contra la corrupción y el delito en las entidades estatales debe involucrar a todos los trabajadores, que junto a los cuadros administrativos, la organización sindical y las demás del centro, tienen la responsabilidad de velar, con un alto sentido de pertenencia, por la preservación de los recursos que el Estado ha puesto en sus manos.
Ocurre, sin embargo, que a menudo las irregularidades no se detectan desde adentro, sino en auditorías o en denuncias externas que ponen sobre aviso a las autoridades policiales y judiciales.
Imponer el orden y la disciplina, garantizar una adecuada organización del trabajo, descubrir las vulnerabilidades en los procesos productivos o de servicios —que pueden facilitar la acción de elementos deshonestos—, son poderosas armas contra estos personajes.
Cualquier detalle que se aparte de lo establecido puede favorecer su actuación. ¿Por qué mutilar horarios en los comercios en detrimento de quienes deben hacer sus compras? Ello no solo irrita a los consumidores, sino que la ausencia de vigilancia colectiva propicia los comportamientos delictivos.
No puede existir impunidad. A los que especulan a costa de las necesidades del pueblo hay que ponerles el cascabel del cuento para no perderles la pista.