Sobre el tema de las colas, las indisciplinas sociales y las tiendas en divisas comentan tres periodistas de Trabajadores
[tabs active=»1″ vertical=»yes»][tabs active=»1″ vertical=»yes»][tab title=»¿El último en la cola?» disabled=»no» anchor=»» url=»» target=»blank» class=»»]Días de pandemia, días de colas. Así parece entronizado en los vecinos y “no vecinos” de mi barrio, a quienes lo mismo veo con sillas y taburetes en las madrugadas, que a la una o cuatro de la tarde enfrentando el sol y el calor para comprar alimentos (pollo, picadillo, gallina, perritos, etc.) productos de aseo (jabón, champú, detergente).
Por la naturaleza del trabajo periodístico es casi imposible pedir el último de esas colas, pero hace poco, en el mercado de Infanta y Manglar, me asombré del poco gentío y marqué, justo en el momento en que entregaban turnos para comprar pollo dos días más tarde. Según los habituales, incluidos algunos cargados de mochilas y acabados de salir del propio centro, los clásicos revendedores, darían 100 salvoconductos, “es lo que siempre dan”.
Sin embargo, ante el asombro de los presentes, en el número 90, los encargados de repartir los tiques y el policía que escaneaba los carnés informaron el punto final porque dejarían 10 para casos sociales (impedidos físicos, embarazadas, abuelitos y todo el que usted quiera poner como caso social).
A la pregunta de muchos, nadie supo decir quién orientó eso, de dónde vino esa metodología y, por supuesto, lejos de ser una acción solidaria motivó inconformidades, pues dentro de los 90 entregados había cuatro minusválidos, que supuestamente serían favorecidos con la improvisada medida y nadie les dijo nada. Dos días después no aparecieron la decena de casos sociales.
¿Qué lección deja este hecho, al que pudiéramos sumarles todas las singularidades o métodos de hacer cola impuestos hace cuatro meses en todo el país? En tiempos de escasez y desabastecimiento hay que ser muy transparentes; los compañeros designados para organizar o cuidar colas no pueden ser vitalicios porque triunfa el sociolismo y se relaja la disciplina; el humanismo hacia casos sociales no puede regirse por cuotas, sino a partir de situaciones puntuales, pues conocemos de familias que mandan a abuelitos con bastones para evitar colas en lugar de preservarlos en casa.
El fenómeno se complejiza si además se le deja solo al pueblo honesto que sea el que denuncie a los coleros o repitentes asiduos. ¿Acaso lo que está expuesto en redes sociales no sale de las tiendas, y hay órganos de investigación con recursos y formas para detectarlos antes de que se convierta en una shopping alternativa?
Los tiempos en que pedíamos el último de la cola y podíamos comprar en minutos o en una hora pueden volver. Y no todo está ligado a lo objetivo del abastecimiento. Hay mucho de valores y ética por rescatar, o mejor, por no dejar morir.
[/tab][tab title=»Ojalá tuviera divisas» disabled=»no» anchor=»» url=»» target=»blank» class=»»]“Claro, socio, claro que quisiera tener bastantes USD en mi bolsillo, mandarme a hacer una tarjetica y comprar en las tiendas recién abiertas por todo el país; decir lo contrario sería deshonesto de mi parte, como también si no asegurara que me gusta la medida. Sí, me gusta, y le veo muchas, muchísimas razones para existir”.
Ello, a contrapelo de las expresiones —para mí malolientes— de quienes, bajo el pretexto de que “quieren lo mejor para el pueblo cubano” critican la creación, arremeten contra el Gobierno y aducen que la medida es para dolarizar la economía, que no favorece a los trabajadores, porque estos no ganan USD y lo que ganan, al cambio, no les alcanza para comprar allí y mucho menos para vivir.
Hoy se erigen en corazones desbordados de amor por los cubanos, desconociendo lo que bien conocen, aunque entre tantas cosas que olvidan u ocultan, no quieren decir que medidas como estas no son nuevas.
Cuando surgieron las tiendas recaudadoras de divisas orquestaron ataques similares. Pero no les importa no haber tenido éxitos, siguen en su batalla. Sembrar dudas, alimentar desconfianza, desesperanza y desaliento. Esa es su máxima.
La mayor parte de los que así se expresan adoptan, antes o después, similares argumentos que aquellos que con actitudes abiertamente hostiles, manifiestan su desacuerdo con la obra de la Revolución y su deseo de echar por tierra cualquier resultado o beneficio nacional luego de 1959. Nada, cada loco con su tema.
Vociferan en igual proporción el fastidio que sienten por algo que bien saben que favorecerá a la mayor parte de la población. Bueno, hablemos mejor. Será para toda la población del país, pues la recaudación se revertirá en cada ciudadano, incluso en aquellos que no trabajan, y en los que se oponen al sistema, ¿o también lo dudan?
Además, obvian que se mantienen, y con muy altos costos, la canasta familiar normada y ventas fundamentales para la población en las tiendas en CUC. Pero eso no importa, el “negocio” es despotricar, ya sea contra Venezuela o Nicaragua, o asegurar que la información de que es exitosa la lucha cubana contra el coronavirus es, cuando menos, cuestionable. Si de alabanzas se trata no faltan quienes pronuncian su amor por el señor Trump.
A la hora de analizar habrá que saber diferenciar la crítica honesta y valiosa de la propuesta impracticable o ponzoñosa.
Un gran reto para la economía cubana será cumplir con el abastecimiento prometido en todas las tiendas, las de divisas y las otras, las más antiguas. Sin duda, un serio compromiso que con toda saña querrán torpedear quienes ahora censuran la apertura. Basta, con eso basta.
[/tab][tab title=»A tutiplén…» disabled=»no» anchor=»» url=»» target=»blank» class=»»]Me arriesgo a reflexionar en estos tiempos difíciles sobre ese fenómeno social que es el verano, porque estoy convencido de que, casi por doquier en Cuba, se escuchó alto y claro la voz popular: “¡A veranear, a gozar!”.
Lógica avidez del disfrute. Porque, lo vivido antes del 11 de julio pasado, fecha de arrancada del denominado Verano por la Vida, fue más que una cuarentena en el tiempo y en el distanciamiento tanto físico como social entre millones de personas expuestas a la COVID-19.
Ante la presente etapa estival atípica, uno no puede ser absoluto en su reflexión sobre un asunto de múltiples aristas. Dos ejemplos pueden ser aleccionadores desde Ciego de Ávila.
Retomando uno de mis comentarios, la soledad ya no da deseos de llorar en el centro recreativo Pozo Brujo, del municipo de Ciro Redondo.
En agosto del 2018 colapsó la añeja turbina que bombeaba el agua hacia la piscina. Cuando arrancó el verano del 2019, llamado Vívelo, moría de tristeza la instalación, influyente no solo en la recreación de los avileños, sino también en ese indicador de oro de la economía que es la circulación mercantil minorista, el cual suele ser incumplido.
Allí los ingresos por concepto de venta, superiores al millón y medio de pesos, buena cantidad de estos recaudados durante julio y agosto, vuelven a revitalizar los aportes a la economía. Este Verano por la Vida demuestra que no hizo falta una vacuna para resucitarlo.
Aunque no todo es tan refrescante hoy como las frías aguas del pozo. Una visita al centro corroboró la baja percepción del riesgo aún; en el área de baile-cafetería había cantidad de personas aglomeradas y sin nasobuco.
Similar inquietud tuvo un ciudadano del municipio de Bolivia, quien nos escribió vía correo Nauta, acerca de que en la conocida por playa Cunagua, la afluencia es menor este año, mas eso no quiere decir que no constituya un peligro el molote y la falta de la mascarilla protectora dentro de un ranchón de madera y guano, nombrado La Cueva.
Tan pronto leímos el mensaje comprobamos en el terreno que en la playa Brisas de Bolivia no había alta concentración en espacios públicos el jueves último. No obstante, en reciente recorrido de la prensa avileña, se evidenció en un fin de semana la ausencia del medio de protección en unidades gastronómicas con alta presencia de veraneantes.
Todavía el país no está en la normalidad. ¿Podemos arriesgar la vida disfrutando del verano sin protección, a tutiplén?
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