Nunca imaginó que escribir pudiera convertirse en un entretenimiento que la ayudaría a superar el aislamiento social al cual ha estado obligada durante estos meses debido a la Covid-19. A sus 86 años de edad, Dinorah L. Martín, residente en el reparto Poey, en el municipio de Arroyo Naranjo, es una abuela que gusta de pasear y emplear su tiempo en el taichi, dar clases de inglés a un grupo de niños; pasear por la Habana Vieja, ir al Jardín Botánico, o visitar amistades.
Por eso, cuando se vio dentro del apartamento, sin poder hacer prácticamente ninguna actividad, comenzó su tormento. A sugerencia de una amiga, un día empezó a redactar sus memorias, en un ritual al que suma más de sesenta crónicas, que revelan sus recuerdos de la infancia, la juventud y la vejez. Cada día el reto es buscar el tema en el cual se inspirará: pueden ser los árboles que rodean su casa, el perrito que la acompaña, los primeros maestros, los tranvías en capital cubana, en fin, un largo recuento que según dice, quedará después de la Covid.
Así empezó uno de sus escritos: “Creo que ver televisión es algo que nos entretiene, pero no se debe estar todo el día en esta actividad. Bueno, yo he buscado algo que es útil y, al mismo tiempo, hacer que las horas del día pasen volando.
“Al lado de mi casa hay un terreno que pertenece a nuestra familia, sembrado de árboles y algunas plantas de adorno. Como es natural, muchas hojas caen en el suelo. Pues precisamente, ahí tengo otro entretenimiento. Antes de que el sol muestre sus rayos más fuertes, me dedico a barrer y mantener el patio ordenado. Da gusto verlo, así, todo bien limpio. Hay que refugiarse en esos menesteres, son tiempos de imaginación, hasta que pase todo este fenómeno provocado por la epidemia. Ojalá sea pronto”, así escribió ella.
Según cuenta, practicar taichi ha contribuido a su rejuvenecimiento. “Nunca imaginé que ir todas las mañanas a hacer ejercicios iba a ser tan beneficioso para mi salud y vida en general. Este tiempo del día que dedicó a practicar el taichi ya se ha vuelto esencial para mí. No solo por lo que reporta a mi cuerpo, sino al espíritu. He hecho amistades, personas a las que no conocía; algunas son de mi propio barrio y, sin embargo, no tenía conexión con ellas.
“Puedes encontrarte con individuos de muy variado carácter, que ya no son tan jóvenes, pero reúnen condiciones excepcionales, lo mismo de conocimientos, que de buena actitud ante la vida”.
Ir a sus vivencias ha sido reconfortante. “Recordé que hace algunos años, visité el Acuario Nacional, un lugar situado en el municipio de Playa. Había oído hablar de ese sitio y tenía curiosidad por conocerlo. Una tarde en que no sabía qué hacer, me encaminé hasta allí, en uno de los ómnibus que pasa cerca de mi reparto.
“Tuve que caminar unas cuadras y el sol de la tarde me castigaba inclementemente, pero valió la pena. Disfruté del maravilloso espectáculo que ofrece. El público se emociona, los niños forman el alboroto natural de sus edades y en general, todo aquello se convierte en una tarde de maravilla. Por demás, también podemos observar el mar que tanta belleza nos ofrece y al final se pasa una tarde que nos queda en el recuerdo”.
Según dijo, que, al concluir el aislamiento, tendría el gusto de salir a caminar por su barrio usando el nasobuco, para cuidarse y no incumplir lo orientado. “Caminaré hasta el cansancio, pasaré por lugares donde viven personas conocidas, pero sin entrar o visitar a nadie, pues en la confianza está el peligro.
“Quiero también dar una vuelta bien grande a La Habana, visitar tiendas u otros lugares. Y ya, cuando pasen los primeros meses, haré planes más amplios para desquitarme de todo lo pasado. Trataré de ir a Cooppelia, aunque tenga que hacer una larga cola, pues estoy deseosa de tomarme un rico helado; buscaré mis ansiados caramelos y galleticas que son un componente de mi vida, y disfrutaré de todas las cosas de las que me he privado en estos agobiantes días de la Covid-19”.