El rodeo cubano ha perdido a uno de sus mejores exponentes. Virtuoso en las pistas, elegante sobre su cabalgadura, temerario en la monta de toros y la doma de caballos, sonrisa y amor en su alma y en su cuerpo: Gustavo Arias Conlledo, le nació a Sancti Spíritus para gloria de Cuba y del mundo del rodeo.
Brilló erguido en su caballo y sobre sus piernas, con esa convicción de haber nacido para ese que llamamos el deporte de los ganaderos, que no muchos practican y que atrae multitudes, sobre todo en provincias de tradición pecuaria, hasta en La Habana, que llena su parque de Rancho Boyeros, donde brilló Gustavito.
Había engordado un poco y no jineteaba desde que cumplió una misión internacionalista en Angola, y ya había cumplido los 36 años. Él siempre defendió el concepto de que el rodeo es para hombres jóvenes y valientes, un deporte de mucho riesgo, pero que él dominó a su antojo, le puso mañas y le legó un estilo.
Gustavito, como le decíamos todos sus amigos y la afición, celebró su 69 cumpleaños este viernes en la noche. Su familia, los amigos más cercanos y algún que otro vecino, lo vieron bailando, entre risas y jaranas; seguro no faltó alguno de sus cuentos del rodeo o de los amigos.
Lo recuerdo ahora mismo: joven y apuesto, conversador si el tema no era él; escurridizo cuando le comentaba algo que hizo y me gustaba, cuando quería entrevistarlo, o que me dijera alguno de sus secretos.
Bueno, los mejores secretos no eran secretos, los compartió con sus alumnos, con esa hornada de niños y de jóvenes a quienes se dedicó a formar desde las edades más tempranas.
Tempranas como fue para él, quien desde muy pequeño soñaba con caballos, hasta que el abuelo le regaló el primero y lo llevaba a montar a una finca cercana de la casa.
Siendo un adolescente incorporó la monta de toros, con la práctica en los potreros, al saltar sobre animales bravos y caballos cerreros. Ahí comenzó una historia y fundó una escuela.
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Y cuando han pasado algunas horas, me cuesta mucho imaginar a esa mole, inerte, pasar de la fiesta al cielo, de la risa al llanto de todos. “Ayer sonreía a la vida, hoy se despide de ella”, dijo un joven en la despedida del duelo. Gustavito será un perenne recuerdo, y un alma que nos acompañará siempre.
Lo recuerdo ahora mismo: sombrero negro alón, camisa de cuadros, jean azul y botines. Un rostro alegre, o un rostro marcado por los golpes, por las caídas, o embadurnado de mercurio cromo o timerosal. De la feria a su casa, de su casa a la feria, siempre en ese trayecto encontraré a Gustavo Arias.
Su corazón, que parecía invencible, no resistió al infarto masivo que cegó su luz antes del amanecer de este sábado. Sus familiares y amigos lo acompañaron hasta el último instante; sus vaqueros-hermanos de todos los tiempos le rindieron tributo y en cabalgata marcaron los últimos pasos para el adiós.
Aquí una de las últimas entrevistas: El rodeo me hace vivir