El primero que quizás no hubiera aceptado este título era él. La bondad de su alma periodística lo lanzaría a una llamada telefónica y diría: “oye, mulato, no exageres, solo he sido un narrador de historias deportivas, no un rey ni un campeón olímpico”. Pero Elio Menéndez sí merece una reverencia y no solo porque nos abandonara físicamente a los 90 años este 12 de junio del 2020.
Su memoria para no pasar por alto fechas de hechos o figuras que siempre merecían una crónica o un artículo; la sencillez y generosidad de una prosa cadenciosa y humana; la posibilidad de aprender con cada vivencia sin estridencias; o la amplia huella dejada en tres deportes: béisbol, boxeo y ciclismo, bastarían para ubicarlo, con todo derecho, entre los grandes cronistas deportivos cubanos del siglo XX.
Y es que Elio había bebido de todos y creado su propio estilo. Tenía la altura ética de Rafael Conte, el magisterio encantador para contar de Eladio Secades y vestía los verbos con la elegancia que lo hacía José González Barros. Además, reunía la chispa encendida de Bobby Salamanca, la profundidad para investigar de Enrique Montesinos, y como si fuera poco, un total amor por el periodismo franco, innovador y creativo.
Nunca le interesaron los lauros o reconocimientos, aunque se ganó dos más que merecidos: el Premio Nacional José Martí por la Obra de la Vida que entrega la Unión de Periodistas de Cuba, y el Abelardo Raidi que concede la Federación de Periodistas Deportivos de América. En este último vestía de guayabera blanca y se apoyaba en su bastón. “Todo lo que he hecho ha sido entregarme al deporte. Nada más”, dijo entonces. Y y todos supimos que eso era más que suficiente para aplaudirlo y tenerlo como referencia.
En los últimos años la vista le fallaba y casi no salía de casa. Había perdido a su gran amigo de siempre, exactamente hace ocho años y un día: Teófilo Stevenson. Desde 1990 no usaba el cronómetro salvador en las Vueltas Ciclísticas a Cuba, en las que hizo de juez, ayudante y periodista e inmortalizó sobrenombres como El Búfalo Arencibia o La Locomotora Vázquez, al tiempo que dedicó crónicas al rutero desconocido (el último que llega a la meta) y al hombre más importante de esas caravanas (el mecánico).
Pero su pasión más grande siempre quedó reservada para la pelota. Con un orgullo no declarado por los Industriales y una afiliación total hacia el Almendares en la pelota profesional hasta 1961. Elio vivía cada batazo, cada jugada de la Serie Nacional y del equipo Cuba. Y su relación con el Coloso del Cerro era de privilegio porque lo vio construir, renovarse y disfrutó en sus gradas y palco de los mejores partidos.
A los 90 años nos dijo adiós uno de los periodistas más entregados y emblemáticos de Juventud Rebelde, a pesar de que respiró hasta el final la angustia de no haber podido cubrir unos Juegos Olímpicos por injusticias y arbitrariedades editoriales. “Mulato, trátame de tú y no de usted”, era el primer consejo cuando un estudiante de periodismo se le acercaba para solicitarle una ayuda o simplemente conversar de deporte.
Por tanta consagración, voluntad, perseverancia, dedicación y ejemplaridad y por haber cumplido bien la obra de la vida la muerte vuelve a no ser verdad cuando una nota informativa nos dice: Falleció Elio Menéndez. Reverencia y más. Usted es rey, campeón olímpico y más. Mis dedos en el teclado ni siquiera se acercan a su estatura con estas líneas. Reverencia y más.