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Teófilo Stevenson: el hombre que le ganó a la historia

Teófilo Stevenson, una pegada fulminante. Foto: www.nytimes.com
Teófilo Stevenson, una pegada fulminante. Foto: www.nytimes.com

A veces la vida es injusta. En ocasiones nos arranca de cuajo historias y personajes, que marcaron ciertas etapas de nuestra existencia.

Este 11 de junio hace ocho años que un hombre que peleó y venció a la historia abandonó su reino de gloria y humildad en la tierra para encumbrarse en la eternidad de nuestro agradecimiento, su nombre: Teófilo Stevenson.

Durante muchos años, el Teo no fue únicamente un extraordinario boxeador, sino una marca nacional. No solo porque sus éxitos deportivos repletaron nuestros espíritus de felicidad y orgullo, sino porque con esa conjunción de sencillez y nobleza, que tanto atrae y enamora, consiguió ser diferente y, a la vez exactamente igual que cualquier aficionado. Ese era su mejor encanto.

Sobre el ring casi siempre lució potente y callado. Hablaban su jab cortante y mortal, su recto insuperable. Sus puños le abrieron horizontes vedados para la mayoría. Tres títulos olímpicos y mundiales fueron materia prima que lo instalaron entre los cien mejores deportistas del siglo XX en Cuba y el mundo.

Todavía los fanáticos recuerdan con orgullo sus duelos pugilísticos y estéticos ante adversarios fogosos y de calidad reconocida.  La mayoría danzó a su ritmo. Fuerte, seguro y explosivo. Incapaz de neutralizar una cadencia que se apoyaba en su anatomía alta y perfilada. En su técnica depurada y exquisita.

Siempre me han atraído los relatos increíbles. Esos cuentos exagerados a conciencia, que transitan de boca en boca hasta convertirse en leyendas gigantes. Stevenson los superó. Tuvo la estatura de los mejores artistas porque pintó sobre el ring una obra repleta con los mejores colores de la epopeya.

Dicen algunos que el boxeo no ha cambiado demasiado desde que él lo abandonó. Humildemente, y resguardado por el mayor de los respetos, aseguro mil veces que sí. Gracias Teo. Jamás enterraremos tus combates de épica y delirio, de gloria y resurrección.

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