Afuera, del otro lado; lejos relativamente del peligro. Allá donde nada se nombra línea roja o espacio de acceso restringido hay un montón de gente que también está aportando al cuidado de los pacientes con coronavirus. Y es que son muchas las personas que trabajan para garantizar el cuidado de los enfermos con la Covid-19.
En Camagüey, en el hospital militar Octavio de la Concepción y la Pedraja, centro médico que acogió a los últimos pacientes con el virus en el territorio, muchas han sido las manos que en estos meses han ido a apoyar, que tampoco han descansado y que han sentido miedo aunque no hayan atendido directamente a los enfermos.
Comida buena, paciente sano
En la cocina del hospital militar desde hace días todo está más tranquilo, no hay pacientes con coronavirus, solo algunos sospechosos. “La tormenta parece que ha pasado”, dice Yudenia Casanova Cejas. Ella era la jefa de turno de la cocina de la escuela militar Camilo Cienfuegos, pero cuando cerraron la institución por la aparición del nuevo coronavirus en el país, decidió prestar sus servicios en otro lugar.
“No podía quedarme de brazos cruzados, cuenta. Tengo dos hijos, pero ellos saben cómo soy y solo me dijeron que ayudara en todo lo que pudiera y que me cuidara. Así que vine para el hospital a cocinar. Todos los días llego a las cinco de la mañana y me voy luego de las ocho de la noche.
“Y por supuesto aquí la higiene es fundamental. No tengo contacto directo con los enfermos, pero siempre hay que cuidarse, estamos cerca de todas maneras. Por eso el uso del nasobuco y el lavado de las manos constantemente es fundamental”.
Garantes de la higiene
En un centro médico la higiene es fundamental y más si se atienden casos positivos a la Covid-19. Quizás por eso muchas más manos hicieron falta en el dispensario de medicina natural tradicional. Allí, además de preparar los fitofármacos y apifármacos que se destinan al tratamiento de diferentes afecciones, se elaboran todas las soluciones para la desinfección que se emplean en la institución médica.
Caridad Toledo García, licenciada en farmacia, siempre ha trabajado en el dispensario, pero nunca, cuenta, había sido tan fuerte como en estos días. “Las soluciones cloradas e hidroalcohólicas que se emplean en las barreras de contención y en la zona roja del hospital las preparamos aquí. Siempre hemos elaborado soluciones como estas, pero desde que trajeron al primer paciente el trabajo aumentó y de lunes a domingo se labora para que no falte nada”, acota.
Por eso hacia allí fueron enfermeras como Teresa Agüero Martín, quien trabajaba en la sala de los oficiales. “Yo no tengo el conocimiento en farmacia requerido para estar en el dispensario, pero en casa no podía quedarme.
“Tengo un niño pequeño por lo que no podía trabajar tantos días seguidos. Así que me acojo a un cambio de labor para seguir aportando un granito de arena. Aquí ayudo a preparar las soluciones desinfectantes y las de medicina verde, cosas muy útiles”.
Noedys Betancourt Calzado también ayuda en el dispensario. Él era enfermero en la sala de cirugía y desde que comenzaron a atenderse pacientes positivos es mensajero: traslada medicamentos y las soluciones cloradas hasta la zona roja.
“Llevo 34 años en el centro, comenta, así que no podía estar lejos y menos ahora que hay tanto trabajo. No siento miedo, tengo disposición, es lo que importa”.
En la zona de esterilización la actividad también aumentó, como asegura Leily Cairo Ferrer, jefa del área. “Nosotros producimos el material estéril que se usa en la asistencia médica y en las actividades quirúrgicas. Así que debemos tener todo limpio y listo para cualquier situación”.
En sus 19 años, Jesús Álvarez Gómez, sargento de segunda de la unidad antiaérea 3694, quizás no ha comprendido el peligro de su labor diaria de ayudar a lavar la ropa de los pacientes positivos. Para él es solo una tarea más, algo necesario en estos tiempos.
“En la unidad, cuenta Jesús, nos dicen que hace falta apoyar al hospital. Me dan una misión: ir a la lavandería. Me explican los riesgos, las medidas que debía tomar y me piden mi disposición. Y por supuesto dije que sí.
“Cuando llegué me detallaron lo que debía hacer y me repetían mucho las medidas de protección porque me puedo contagiar ante cualquier descuido. Si no me toco la cara y cumplo con todo, sé que no me va a pasar nada. Ya llevo unas cuantas semanas y no siento tanto temor. Esta es mi forma de luchar en esta batalla y no me voy hasta que termine todo”.
Quizás muchos, cuando todo pase, vuelvan a su rutina habitual y no vean a las personas que hoy luchan junto a ellos. Son casi gente anónima que decidió prestar su ayuda en esta tarea grande de curar y nada más.