La certeza propició el nacimiento. Los trabajadores necesitaban un periódico, su periódico, para reflejar intereses, inquietudes, dudas, realizaciones… La Revolución cubana ya había vencido su primer duro decenio. El almanaque del año 1970 deshojaba los primeros días del sexto mes.
Salones y oficinas de la sede de la Central de Trabajadores de Cuba sirvieron de redacción, que es decir ajetreo. Lázaro Peña cuidó cada detalle de la génesis: el nombre, Los Trabajadores, el contenido de sus 12 páginas, la tirada de apenas 3 mil ejemplares, la distribución gratuita para colectivos laborales en un primer momento…
Y lo más importante: la disposición, preocupaciones y aspiraciones de quienes fundaban el medio de prensa. Testigos de aquellas largas horas recuerdan con agrado las palmadas que en sus hombros sintieron del Capitán de la Clase Obrera, gesto seguido por indagaciones sobre “cómo anda la salud, la familia, el trabajo, qué más se puede hacer”.
Temprano llegó el llamado del jefe de la Revolución para señalar que “la cuestión de la productividad del trabajo debe ocupar, de ahora en adelante, el primer lugar entre los objetivos del movimiento obrero…”.
Los inicios siempre son difíciles. Lo nuevo encierra desafíos. El periódico puede hablar de otro alumbramiento, el que tuvo lugar en las sesiones del histórico XIII Congreso de la CTC, en noviembre de 1973. Digamos que a partir de entonces se oficializó la publicación; ganó en organización y coherencia.
Sucedieron episodios no menos decisivos; se unieron redacciones y talleres en el inmueble del antiguo periódico El Mundo, en la céntrica calle habanera de Virtudes. El nombre se simplifica a Trabajadores; llega el sofocante encanto del diarismo.
Los años ochenta trajeron nuevos horizontes. Otra mudada, esta vez al Combinado Poligráfico. Otra tecnología, offset; otro formato, tabloide. Ganancia creciente de lectores. Frases de elogios del Comandante en Jefe:
“(…) mi lectura preferida en horas de la noche es el periódico Trabajadores, que plantea muy bien todos los problemas que surgen en el sindicato (…) Informaciones de extraordinaria importancia. Recibo más información por esa vía que por los informes oficiales”.
Un sinnúmero de asuntos del universo sindical-laboral, salidos de las propias fábricas, han desbordado las páginas del periódico en este medio siglo. La eficiencia, el ahorro, los contratos, los sistemas de pago, la seguridad y salud en el trabajo, el ingenio de los innovadores… son algunos que recuerdan cuán inmenso ha sido el compromiso de los integrantes de la plantilla y colaboradores.
No han faltado los editoriales. Mejor dicho, Trabajadores se convirtió en bastión de ese género mayor durante los años del período especial. Los lectores recibimos verdaderas lecciones de periodismo, política, economía y sociedad de las manos de Julio García Luis y Renato Recio, quienes cerraron filas con Pedro Ross, entonces al frente del movimiento sindical, y el dirigente partidista Jorge Risquet.
El fin de siglo y el nuevo milenio nos trazaron derroteros alrededor de saberes propios del periodismo contemporáneo. El periódico volvió a nacer, esta vez digital. Cómo, si no, entender la revolución que significa la llegada de Internet al ecosistema mediático.
El periodismo se vive deprisa, adelantado a los acontecimientos.
El amor al periódico contiene magia. Bien lo saben los iniciadores, los de muchos años, los que fueron llegando y dijeron (dicen hoy) “de aquí no me voy”.
En el umbral de los cincuenta años, Trabajadores se encamina hacia una gestión editorial superior en correspondencia con las exigencias que nos plantean hoy las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y el periodismo digital.
La realidad epidemiológica actual impone límites en la celebración de la media centuria que nos anima. Reconocimientos y festividades quedan postergados. El mejor agasajo, la realización máxima, vuelven a ser el trabajo en función de los lectores que cada día nos recuerdan el mayúsculo deber que con ellos tenemos. Claro que cincuenta cuentan; no obstante, el largo camino recorrido y el por vivir, preferimos verlos como un renacer constante.