El silencio absoluto durante ocho minutos y 46 segundos en la primera ceremonia del funeral de George Floyd tiene una escandalosa carga simbólica. Demostró que ese lapso de tiempo alcanza para matar y, quizás, también para despertar.
Las imágenes del pasado 25 de mayo en las que el agente de policía Derek Chauvin hinca su rodilla sobre el cuello de Floyd incendiaron la nación. Miles se sumaron a las protestas, algunas de las cuales terminaron con saqueos, violencia, detenciones, y cargas policiales que dejaron muertos y heridos.
Los alrededores de la Casa Blanca permanecen cerrados más allá del perímetro de seguridad habitual. Su residente, el presidente Donald Trump, insiste en calmar los ánimos con represión, o lo que es lo mismo, agregando gasolina al fuego.
Las exequias de Floyd, previstas para al menos seis días, no han paralizado las manifestaciones en diversas ciudades. Los servicios religiosos recorrerán lugares donde nació, creció y murió. Comenzaron el jueves en Mineápolis; les siguió el sábado en Raeford, Carolina del Norte. El lunes es el velatorio en Houston, Texas, donde vive la familia Floyd; y el martes será el funeral privado.
Según el abogado Benjamin Crump: “A George Floyd lo mató la pandemia del racismo y la discriminación”, asuntos que para muchos es el gran tema de la sociedad estadounidense hoy, incluso después de haber tenido un presidente negro.
Las protestas por el asesinato han sido tan intensas y emotivas que consiguieron desplazar los temores de contagio por la pandemia, en la que, por cierto, los afroamericanos también han llevado la peor parte: padecen las mayores tasas de mortalidad en varias ciudades aunque solo representan el 13,4 % de la población del país.
Muchos de los que se han lanzado a las calles por estos días pertenecen, o son hijos, de la primera generación que nació sin limitación legal para votar debido al color de su piel, derecho refrendado en 1965 (Voting Rights Act) como resultado del empuje y liderazgo del movimiento por los derechos civiles de entonces, en el que destacó el reverendo Martin Luther King, asesinado en 1968.
A estas alturas del siglo XXI muchos están persuadidos de que el derecho a votar no basta. El expresidente Barack Obama en declaraciones calificadas por analistas como “poco frecuentes”, alentó a los manifestantes y pidió revisar las políticas policiales sobre el uso de la fuerza. Antes, en el 2018, había alertado acerca de que «somos la única democracia avanzada que desincentiva el ejercicio del derecho al voto de manera activa». Y se refería, en lo fundamental, al voto de origen afroamericano.
“En el 2016, debido al impacto de los límites impuestos sobre los votantes en más de 30 Estados, el voto negro cayó en más de siete puntos. Lo que para el Partido Republicano supuso una ventaja crucial fue, en realidad, un ataque letal a la democracia estadounidense”, afirmó la historiadora Carol Anderson en el artículo Voting While Black (Votar siendo negro), publicado en el influyente diario británico The Guardian.
Esa realidad ha sido sistemáticamente condicionada por varios Estados, sobre todo de mayoría republicana, luego del 2013 cuando aprobaron regulaciones específicas de cara a los comicios, entre estas qué tipo de documentos se consideran válidos para identificarse en el acto de votación.
Dicho así parece loable, pero poderes legislativos a lo largo de todo el país han alertado que en EE. UU. el 7 % de los ciudadanos no tiene un documento con foto como los exigidos, cifra que aumenta entre los ciudadanos negros o hispanos, lo cual los excluye automáticamente.
En medio de la tormenta, los detractores de Trump han denunciado su incapacidad para dirigir el país en tiempos de crisis. En lugar de unir a la nación contra el SARS-CoV-2, dicen, ha insentivado el llamado supremacismo blanco y la enorme carga racial que conlleva.
No obstante, otros dudan de que ello pase factura a los republicanos en noviembre. La ciudad donde comenzaron las protestas, Mineápolis, es mayoritariamente demócrata, igual que el Estado de Minnesota, al que pertenece. Allí prevalecen las diferencias raciales que sirven de combustible a las protestas de ahora. Tales asimetrías no fueron atenuadas en los ocho años de la Administración de Obama, ni en los casi cuatro que lleva Trump, argumento al que seguramente se abrasará en la venidera campaña.
Mientras tanto, los lemas “Black Lives Matter” (la vida de los negros importa) y “I can’t breathe” (no puedo respirar) seguirán cargándose de significados ante cada nueva víctima. Tal como Andrew Cuomo, gobernador de Nueva York, definió, “son capítulos de un libro cuyo título es La continua injusticia y desigualdad en Estados Unidos”.