Unos días antes de cumplir los 92 años de edad, mencionó el regalo que quería para la celebración: ir a ordeñar una de sus vacas. Lo dijo con la firmeza acostumbrada y nadie se atrevió a contradecirlo. Es, como ha dicho en más de una ocasión, un guajiro «encaprichao». Por sus venas corre sangre de vaquero.
El 22 de abril, a las cuatro de la mañana, montado en su caballo, erguido como si fuera un roble, Pepe, como lo conocen todos en Guasimal, enrumbó junto a varios integrantes de la numerosa familia, por el trillo que lo llevaría a cumplir la promesa. En la penumbra de la madrugada, el paso del caballo era seguro, y también su decisión.
Quienes lo conocen de cerca no se sorprendieron de la solicitud. Aún en sus recuerdos está la infancia, forjada entre potreros. Tenía siete años y ya contribuía con la familia. Se levantaba a las tres de la madrugada para ‘arriar’ los terneros en el conuco del padre, un español que logró sacarle frutos a la árida tierra.
Tiempo atrás, en una entrevista, rememoró la finca que tuvo, junto a sus hermanos, en Tayabacoa. Llegaron a ser 12 caballerías en las márgenes del río Zaza, pero a mediados de los 70 del siglo pasado todo pasó al sector cañero.
No se amilanó. Siguió empecinado en su razón de ser y más adelante sacaría a flote las tierras que le fueron otorgadas en usufructo. Él, junto a su hijo Ricardito, desbrozó de marabú el conuco para que las reses tuvieran un espacio digno.
Y lo logró porque no es hombre de darse por vencido. Las vacas de este campesino han estado siempre entre las más lecheras. No por gusto conoce los secretos de la ganadería, obtenidos no por un libro, sino con la experiencia de la vida. Él sabe seleccionar las novillas que reemplazarán a las vacas más productivas, así como el buen toro padre, entre otras particularidades.
Con los años y un marcapaso de por medio, imponiendo los límites del esfuerzo físico, las hijas, hijos y nietos le exigieron la jubilación, porque ya había hecho bastante. Pero, ¿acaso un verdadero vaquero puede aceptar el retiro? José González Companioni sabe que no. Por eso, aunque dejó de ir con la frecuencia acostumbrada a la finca, alguna que otra vez se da una vuelta, observa los detalles y da sugerencia al hijo que lo acompaña.
Eso sí, hacía rato que no podía ordeñar una vaca y hasta soñaba con esto. A alguien que no conozca el oficio, podría hasta pensar que era una testarudez de su parte celebrar su cumpleaños 92, en medio de la madrugada, en plena vaquería. Los que vieron su risa y su pose en el momento en que sentó junto a la res elegida, para extraerle el néctar que tanto disfruta, comprendieron que en ese momento Pepe estaba feliz y hasta había rejuvenecido. No hacía falta nada más para la celebración.