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Con Filo: Enseñanzas del Maestro

Hace 125 años José Martí dio su vida por la independencia de Cuba en el campo de batalla, durante un enfrentamiento contra tropas del colonialismo español, pero también en una guerra contra el naciente imperialismo norteamericano.

 

 

Sus propósitos eran igualmente atajar otros males como la injusticia social, la falta de unidad y el subdesarrollo que ya empezaba a aflorar como parte de una distribución inequitativa de la riqueza en el mundo.

El pensamiento martiano es clave para la Revolución cubana y para el proyecto socialista que defendemos, y cada día debemos meditar sobre nuevas vías para hacer llegar su esencia a todos nuestros compatriotas.

Porque mucho del devenir histórico de nuestra nación tiene en el pensamiento martiano una semilla que nunca cesa de germinar, entre otros motivos porque como alguna vez se dijera, la historia no ha avanzado lo suficiente, a pesar de que ya transcurrió un siglo y cuarto de su caída en combate en Dos Ríos.

Como el mismo dijera de Bolívar, también Martí tiene todavía mucho que hacer en América, y también en Cuba.

Incluso más allá de magnos propósitos colectivos y continentales, entrar en contacto con el ideario de José Martí es una fórmula insustituible para mejorarnos como seres humanos, también en lo individual. Muy probablemente los valores éticos de su legado lograrían redimir a cualquier persona que se ponga en contacto serio y sistemático con él. Es capaz de cambiarnos la vida solo a través de la palabra, y de su correspondencia con las acciones que —en su caso— estas siempre llevaban detrás.

Sobre el poder transformador de su ejemplo, hay muchos testimonios y muestras a lo largo de nuestra historia, que van desde los propios cubanos contemporáneos de Martí, hasta los insignes patriotas y revolucionarios que le sucedieron en el tiempo, entre quienes podríamos citar personalidades paradigmáticas como Julio Antonio Mella y Fidel Castro, por solo mencionar dos.

Por esa razón, soy de los que piensan que a Martí tal vez hay que citarlo menos, y leerlo más; no utilizar tanto como comodín los fragmentos de su obra, e identificarse mayormente con la raíz de su prédica humanista y patriótica. Ejemplos de ese apego a las enseñanzas martianas no nos han faltado en estos dos últimos meses de entrega y tesón en el enfrentamiento a la Covid-19.

Pero también en medio de tanta solidaridad y esfuerzo, tenemos lamentables evidencias de individuos en quienes todavía no prende la generosidad y el desprendimiento, la honradez y la decencia, la noción del deber y la responsabilidad que guiaron la existencia del Apóstol de nuestra independencia.

En interiorizar y tratar de comportarnos a la altura de sus principios e integridad estar el reto mayor para quien quiera que pretenda hacer valer su cubanía. Pongámonos a trabajar, siempre con nuevas maneras de hacer, para conseguir que Martí no muera jamás. Que su caída en combate hace 125 años sea la conmemoración de una siembra, no de una muerte, que fructifique cada día en nuestra conducta personal.

Necesitamos hoy, y necesitaremos más en el futuro, muchas cubanas y cubanos que sientan, actúen y vivan como lo habría hecho José Martí en estos tiempos difíciles y, a la vez, esperanzadores.

 

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