¡Cuántas emociones debieron sentir Celia Sánchez Manduley y el jefe de la guerrilla rebelde, Comandante Fidel Castro Ruz, el 16 de febrero de 1957, cuando en la Sierra Maestra se fundieron en un abrazo, el primero de ambos en el estoico bregar revolucionario!
Martiana convencida, Celia comprendió el porqué de los sucesos del Moncada, heroica acción lidereada por Fidel, a raíz de los cuales se empeñó en la ayuda material a los asaltantes encarcelados. Liberados los combatientes y fundado el Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR-26-7), este la contó entre sus más valiosos militantes y su quehacer como tal la inscribió en la historia de la Revolución.
Aquel día, al encuentro del líder acudió la mujer cuya apariencia física no revelaba la entereza, valor y heroísmo con que se había entregado a la lucha. A ella confió Frank País García la responsabilidad de organizar la recepción de los expedicionarios del Granma, para lo cual armó una vasta red clandestina destinada a brindarles apoyo y posibilitarles el traslado a la intrincada Sierra. Pero situaciones adversas conspiraron contra la materialización del plan concebido con esa finalidad.
La incertidumbre de las noticias iniciales acerca del destino de aquellos hombres una vez llegados a Cuba, no la amilanó y se mantuvo expectante hasta que, ubicada la diezmada tropa, se dio plena a la ingente labor de abastecerla, comunicarla con el mundo exterior y fortalecerla para su real consolidación.
Quizás el momento en que ambos se vieron por vez primera pasara inadvertido para la generalidad, aunque no por ello dejó de representar un instante supremo a partir del cual uno y otra marcharon indisolublemente unidos en acción y pensamiento.
Aquel encuentro fue todo un símbolo: frente a frente estaban el indiscutible guía del movimiento revolucionario, quien había señalado e iniciado la lucha armada como único camino posible para la liberación definitiva, y la joven mujer que desde el primer momento garantizó una retaguardia segura al núcleo inicial de la guerrilla, y de cuya gestión personal dependió todo el apoyo recibido en circunstancias tan apremiantes.
Con ellos se encontraba Frank País. Juntos analizaron lo acontecido desde el levantamiento del 30 de noviembre de 1956, la situación del MR-26-7 en el llano, la necesidad de reforzar la guerrilla, lo vivido por esta a partir del desembarco y sus perspectivas más inmediatas, y perfilaron los planes que permitieran su desenvolvimiento exitoso. Aquel 16 de febrero hizo historia, porque el intercambio entre aquellas tres grandes figuras de la Revolución, sin duda fortaleció la lucha.
De allí partió Celia con nuevas y más complejas misiones cuyo cumplimiento engrosaría su bien ganado prestigio como dirigente de la lucha clandestina. Todas las ejecutó exitosamente, no obstante ser objeto de la más estrecha vigilancia por parte de quienes ejercían una brutal represión.
Entonces no pudo quedarse en la Sierra, como era su anhelo porque, disciplinada por excelencia, comprendía cabalmente cuál era su lugar. Retornaría a ella dos veces más para, en la última, incorporarse definitivamente a la tropa y junto a Fidel completar una historia que la convirtió en indiscutible heroína de su pueblo.