Cuando Jorge Berlanga Acosta entra en materia (la biología que es su preferida) las ideas brotan cargadas de imágenes, como si la terminología científica con que describe la vida fuera poesía. Es así que habla de la “ironía” de ciertas enfermedades, de “pluripotencia” celular, o de “bancarrota energética” de las neuronas.
Escuchar y observar son otras dos habilidades que lo definen. Nada escapa a su mirada serena, ni siquiera el discreto tatuaje de la interlocutora; como tampoco olvida que tiene una hipótesis sin demostrar: “Cada experimento fracasado me deprime. Y le digo más, si algún día eso deja de sucederme, prefiero irme a vender café”.
Frente a esa impronta de entrega absoluta y proverbial sencillez, conversé durante las dos horas más cortas de mi vida con el jefe del proyecto de cicatrización y citoprotección del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB), líder científico del Heberprot-P, medicamento que marcó un antes y un después para quienes padecen de úlceras del pie diabético.
Bayamo, su tierra natal, ha dado numerosos hijos ilustres a Cuba. ¿Qué secreto habita esa ciudad?
Tengo un enorme compromiso sentimental con mi pueblo, no he cortado el cordón umbilical que me ata a él, así que no sé cuán útil pueda resultar mi análisis, pero puedo decirle que en Bayamo hay un encanto, un aura magnética, un embrujo, que los nacidos allí arrastramos por el resto de nuestras vidas. Sé de coterráneos emigrados que sufren la ausencia de su terruño.
Nací, crecí y estudié en Bayamo. Puedo asegurar que allí habita un patriotismo raigal, telúrico, medular, hipertrófico, exacerbado. Hoy, cuando escucho el Himno Nacional o Himno de Bayamo, me conmuevo tremendamente. Lo aprendí con mi primera maestra, de quien también recuerdo su profundo amor por José Martí.
Vivo orgulloso de los ingredientes que llegaron a mí desde el magma de esa región y que alimentan mi compromiso con Cuba.
Bayamo fue una suerte de Atenas en Cuba. Hubo allí gente muy ilustrada, el propio Carlos Manuel de Céspedes hizo un periplo extraordinario por Europa, Turquía y Egipto. Como él, otros parafilósofos enriquecieron la cultural local y el néctar nacional que nos integra a todos.
El que nace allí recibe una suerte de cuño indeleble en el alma. Quienes lo visitan, si tienen los nervios sedados y el espíritu abierto, se enamoran de la ciudad y cargan para siempre con el deseo de volver.
En Bayamo es el único lugar donde he podido verificar el fenómeno de la mismidad, que es donde alma, el cuerpo y el espíritu quedan alineados, tres planos en absoluta convergencia. Es como el equipo de las radiaciones para tumores cerebrales, que hace converger, en un punto específico, sus diferentes ases.
A mis 57 años, cada vez que voy a Bayamo, repito una rutina, un costumbrismo, que me lleva al Paseo, luego a la Plaza del Himno, y finalmente, a ver lo que fue el río. Lamentablemente la sequía casi ha secado un cauce que fue navegable siglos atrás.
Quien acuñó el término de cuna de la nacionalidad cubana, tal vez no le hubiera hecho falta ninguna otra innovación, con esa ya estaba certificada su existencia en este plano.
¿Su pasión por la ciencia tiene algún antecedente familiar?
Mi madre se desvivía para que hiciera las tareas, estudiara, y fuera a la escuela con el uniforme decente, como hace cualquier madre cubana. Pero no puedo decirle que fue un arquetipo familiar lo que me inclinó hacia la ciencia. Lo que sí adquirí de mis padres fueron valores de honestidad, amor al trabajo, a la patria, de fidelidad a la Revolución.
En cambio, puedo confesar que entre los recuerdos más nítidos de mi infancia figuran aquellas tardes en que cazaba caguayos, los fijaba a una tablita, los adormecía con una motica de algodón mojada con colonia Violeta, y luego les abría el pechito para ver aquel corazón latiendo. La maravilla, casi orgásmica, duraba poco porque cuando usted abre el tórax, si no insufla aire al pulmón, este colapsa por la presión atmosférica, explicación que aprendí mucho después.
Recuerdo también la primera vez que vi la circulación sanguínea en el mesenterio de una rana. Estaba en la primaria y usamos un microscopio de luz natural de un solo lente.
Hoy los temas de la biología me siguen apasionando. Lamento ser tan viejo, estar tan cansado, y saber que la vida no me dará la oportunidad de entender, por ejemplo, los misterios que ocurren en el útero materno, donde tiene lugar un proceso de división y especialización celular que expresa la maravilla de que es la vida, tanto en su desarrollo filogenético (historia evolutiva de los organismos) como ontogenético (cambios estructurales en un mismo organismo).
Me encantaría poder entender la alquimia, la magia, el misterio del escultor que alinea en ese proceso a animales tan inferiores como los peces con sus esqueletos cartilaginosos hasta llegar a los humanos. En esa cadena evolutiva compartimos un polo cefálico y caudal (podal en el hombre), una simetría bilateral, dos hemicuerpos (derecho e izquierdo), pero hay genes muy específicos que dictan la ubicación exacta y la diferenciación de células, tejidos, órganos…
Esa fascinación comienza en células madres pluripotentes que luego dan lugar a la formación de estratos embrionarios, en los que empieza a proyectarse esa impronta en la que cada célula sabe a dónde debe migrar y a qué debe dar origen. Es una información que se ha conservado a lo largo de la evolución.
Cuando usted coge un embrión humano y aprecia sus distintos estadios de desarrollo, puede identificar la etapa en que parece un reptil, luego un pollito y así sucesivamente. De alguna manera ese proceso recrea el desarrollo filogenético y confirma la ley darwiniana de la unidad de las especies.
Cuál es el misterio, qué ocurre, por qué una célula primitiva se ubica en una posición determinada, y genera un fenotipo prospectivo que no se le olvida a lo largo de toda la vida. Son preguntas apasionantes.
Lo que sí está comprobado es que si usted toma células diferenciadas, hace una ectopia y las ubica en otro tejido, estas no sobreviven. Las únicas que lo consiguen son las de los tumores malignos en lo que se llama metástasis y esa es otra gran pregunta, qué misterio hay en el cáncer que induce al tejido receptor para que acepte, y al tejido recién llegado para que colonice.
Lamentablemente ya no tendré oportunidad de entender nada de eso…
Lo narra con tal pasión que seguidores no deben faltarle… su hijo, por ejemplo…
Bueno sí, pero mi hijo, no estoy seguro. Estudia en la Universidad Federal de Río de Janeiro. Cursa el cuarto año de la licenciatura Matemática Pura. Es muy inteligente, y está fascinado con la modelación de sistemas experimentales de inteligencia artificial y cosas de ese tipo.
Usted se graduó de Doctor en Medicina Veterinaria en la Universidad de Granma en 1985. ¿Por qué vino para La Habana?
Cuando terminé mis estudios comencé a trabajar como profesor en la misma Universidad, en el Departamento de Medicina Interna de la Facultad de Medicina Veterinaria. Siempre preferí la investigación en Patología experimental.
Mi amigo, el doctor Juan Infante, quien para entonces trabajaba en el Instituto Finlay, me entusiasmó con el presupuesto de que en el CIGB buscaban un patólogo. Él sabía de mi pasión por el tema así que le dije: “Fíjate, haré como el Che cuando le preguntaron por un economista y respondió: ‘Soy yo’. Después explicó que había entendido un comunista. Yo voy a decir que soy el patólogo, y tú me apoyas”.
Es así que llego al CIGB. Me entrevistan y tuve la suerte de entrar a la división que entonces se llamaba Ensayos clínicos y preclínicos, bajo la tutela del doctor Pedro López Saura, una gloria de la medicina cubana, cuya muerte dejó un vacío enorme en el orden académico y personal. Con nadie me he sentido más a gusto discutiendo una idea, por descabellada que pareciera.
Una mañana, cuando apenas llevaba tres semanas de trabajo, camino al bioterio, López Saura me pregunta si sabía lo que era el factor de crecimiento epidérmico. Le respondo que había leído un artículo de 1989 acerca de su aplicación en quemados. El tema me había impresionado muchísimo, sobre todo por el hecho de cómo un tejido regenera o cicatriza, cómo la célula sabe que hay un daño y que hay que repararlo.
Pues ese va a ser tu trabajo, me respondió, tienes que estudiar toda la parte farmacodinámica del Factor de Crecimiento Epidérmico en la crema Facdermin (así se llamaba entonces) en ratones quemados. La apasionante tarea me tuvo muy ocupado entre 1991-1994.
En los años siguientes estuve vinculado a especialistas que me ayudaron a comprender la dinámica histopatológica del tejido cicatrizal, uno de ellos era la jefa de Anatomía patológica del Hospital Calixto García, la profesora Elena González. Hoy continúo el nutritivo aprendizaje con dos autoridades de las ciencias patológicas: el siempre joven y sabio profesor Israel Borrajero y con el agudo e inquisitivo doctor Ernesto Arteaga.
Un día, de manera intuitiva, comienzo a cuestionarme por qué solo podíamos darle un uso tópico a aquella proteína que fabricábamos nosotros mismos en el CIGB, con una pureza extraordinaria. Por qué teníamos que estar condenados a una sola formulación.
Sobrevienen entonces otros experimentos (1995-1997) y llegamos al de cortar el nervio ciático a las ratas para probar el factor de crecimiento. Descubrimos que los ejemplares a los que se lo infiltrábamos localmente no perdían los pelos, lo cual indicaba que el folículo piloso se mantenía vivo, y si bien los dedos estaban cianóticos, no se había necrosado como los de los animales del grupo control.
Esos resultados se desataron en cascada. Fueron años muy productivos en el orden académico. Repetimos el experimento unas tres veces, y siempre ocurría lo mismo, la mielina del nervio mejoraba y había otros efectos positivos.
Eso me dio una suerte de moral combativa para desencadenar una sucesión de modelos experimentales en animales vivos basados en los efectos farmacológicos de la inyección del factor de crecimiento epidérmico que, por su versatilidad de funciones, permitió emplearlo en isquemias intestinales, renales, y hepáticas; en atrofias de la mucosa gastrointestinal; así como en la prevención y control de la disfunción múltiple de órganos en ratones quemados… Trabajamos intensamente. En este último tema en interacción con entrañables profesores del Departamento de Patología del Hospital Militar Luis Díaz Soto.
López Saura me mandó a uno de los mejores laboratorios del mundo en Biología Molecular de la cicatrización, estaba en Edmonton, Canadá, adjunto a la unidad de quemados del hospital universitario. La experiencia allí fue tremendamente útil. A mi regreso ya podía trabajar modelos experimentales más complejos en cerdos.
También estuve en el Imperial Cáncer, de Londres, Reino Unido, institución que ahora tiene otro nombre. Eso también fue muy importante, no solo por los experimentos, sino por la cultura de leer que conservo de aquella época.
Esa etapa con López Saura fue como una segunda carrera universitaria debido al rigor, la exigencia y lo que aprendí con él. Le agradezco mucho, siempre lo haré, lo que no le perdono es que se nos haya marchado tan fácil y tan pronto.
¿Qué investiga hoy?
Estamos tratando de desentrañar el misterio de la memoria metabólica del diabético, porque aunque usted no lo crea, esas células siempre recuerdan el estrés de la alta carga de azúcar. Si usted las saca y las coloca 10 años en una incubadora, con las mejores condiciones de control de temperatura, de glucosa, de iluminación, de todo, siempre se comportarán diferentes a las células de una persona sana.
Ese tipo de legado que le queda a la célula es lo que conocemos como memoria metabólica. Estamos tratando de entender algunos aspectos de ese proceso, porque está claro que, mientras más estrés hiperglucémico tenga la célula, más activa será esa memoria, y más severas serán las complicaciones.
¿Por qué el interés en la diabetes?
Alguna vez estuve vinculado a enfermedades metabólicas y eso me dio cierta cultura en torno al tema, pero en realidad mi pasión por la diabetes vino por mi interacción con el doctor José Ignacio Fernández Montequín (líder clínico del Heberprot-P) en su sala de pie diabético del Instituto de Angiología, adonde llegué buscando respuestas.
Cuando ya había comenzado a trabajar con el factor de crecimiento para el pie diabético comprendí que no es posible navegar por un sustrato donde no se domina el alfa y el omega de la enfermedad de base. Es por ello que comencé a estudiar la diabetes y terminé apasionándome.
Los casi 20 años de interacción con Montequín, y los médicos más jóvenes como Calixto, William, Héctor Álvarez y otros tantos, han sido un convite de hermandad y aprendizaje para mí. Igualmente me ha sido enriquecedor todo lo aprendido con ilustres profesores del Instituto de Endocrinología, donde existen médicos brillantes, nobles, muy entusiastas y cooperativos.
La diabetes es una enfermedad irónica, pues la sangre está encharcada en azúcar, el principal sustrato energético del organismo, mientras la célula pasa hambre.
Hoy se sabe que la restricción calórica es el primordial mecanismo de control de la senescencia celular y de mejoría de las funciones orgánicas. Esto se ha demostrado a lo largo de experimentos en los que se pone a animales de laboratorio bajo restricción de consumo, lo cual previene ciertos procesos perjudiciales; mientras que la sobrecarga de azúcar en otros ejemplares activa genes y mecanismos nada saludables. Esa restricción calórica en animales de laboratorio ha mostrado atenuar la inflamación, la oxidación, el apagamiento de las mitocondrias, el acortamiento telomérico, etc.
Uno de los experimentos más revolucionarios que ha existido en el campo de la diabetes es la demostración de que el cerebro produce su propia insulina, amén de la generada por el páncreas que le llega a través del líquido cefalorraquídeo.
En el más reciente decenio se comprobó la importancia de la insulina para las neuronas cerebrales, y sobre esa certeza se ha desarrollado una corriente muy fuerte de control de las demencias a través del suministro de esa hormona por vía intranasal.
Para mí, uno de los fenómenos más interesantes del Alzheimer es la resistencia cerebral a la insulina, la cual condiciona una bancarrota tremenda desde el punto de vista energético en las neuronas.
Me alineo con la hipótesis de otros investigadores de que el Alzheimer no es una única enfermedad, sino un grupo de enfermedades cuya elocuente expresión distal es el irremediable deterioro cognitivo. Este es uno de los numerosos puntos de convergencia con la diabetes tipo 2. De tal modo, la doctora Suzanne De La Monte introdujo el término de diabetes tipo 3 para nombrar el Alzheimer, basándose en la similitud de eventos moleculares que ocurren en el cerebro de esos pacientes.
¿Hay cómo vencer esa resistencia cerebral a la insulina?
Está en investigación. Hay varias hipótesis al respecto, lo que pasa es que estamos hablando de la unidad sellada. Llegar al cerebro en experimentos con animales resulta bastante invasivo, traumático, es muy difícil obtener una muestra útil, y al parecer no todas las zonas procesan la insulina de la misma forma.
No obstante, sí hay hipótesis de posibles causas, entre ellas la inflamación endovascular de bajo grado que caracteriza y propicia la resistencia periférica a la insulina. Eso no lo digo yo, es algo ya verificado. También hay marcadores citopáticos que son predictores, por ejemplo, del Alzheimer y de la diabetes tipo 2.
Este es un resultado muy interesante y esperanzador pues hay tratamientos para el Alzheimer que se usan en el mundo, como la metformina, algunos hipoglicemiantes orales, o la insulina nasal, vía a través de la cual se puede llegar directo al cerebro.
El mundo enfrenta hoy grandes retos científicos, y también profundos dilemas éticos…
Totalmente de acuerdo. El mundo de la investigación científica en la esfera biológica, que es la que trabajo, es muy ingrato, y le seré honesto. Si bien llegar a un resultado es reconfortante, remunerante en el orden espiritual; también es frustrante, desconcertante, doloroso, aplastante, cuando uno pasa tiempo detrás de una hipótesis, monta un experimento y no sale, lo repite y tampoco funciona. Uno se estruja entonces las meninges para descubrir qué está fallando, o si la hipótesis es errónea.
Por otra parte, trabajamos con seres humanos, con todos los atributos que nos caracterizan. Hay pasiones y sentimientos de todo tipo; sombras de toda índole, algunas muy pesadas, muy sombrías; hay ansias; vanidades; egos, algunos bien fundados a los que uno respeta y admira, pero otros vacíos, huérfanos, presuntuosos, que son los más aborrecibles… Todo eso que es consustancial a la existencia humana.
El ambiente científico en el mundo es competitivo como el del arte. Hay laboratorios que apuran sus investigaciones para tratar de publicar determinado resultado antes que otro, y muchas veces orientan sus trabajos hacia lo que deja más dinero. Eso explica situaciones de salubridad y sanidad colectiva en lugares desposeídos como África, por ejemplo. Algo similar sucede con las enfermedades raras, son tan pocos casos, que quedan huérfanas de investigación y de tratamiento.
En medio de ese panorama, Cuba se presenta como uno de los lugares más sanos y fértiles para trabajar las ciencias biomédicas, pues la investigación está encaminada a resolverle problemas al ser humano y lo está demostrando la pandemia de la COVID-19 que tiene a compañeros que llevan más de un mes trabajando afanosamente, con absoluto desprendimiento, desinterés y altruismo, con una limpieza de alma y de espíritu conmovedoras. Es una labor espartana la que están realizando, empezando por nuestro Presidente de la República, Miguel Díaz-Canel. En todo ello percibo la impronta de la obra de Fidel, y me reconforta. Es evidente que en este sector aquel sentido de consagración que predicara con su ejemplo, no se ha perdido.
Puedo asegurar que no hay cosa más nutritiva para el alma de un investigador que descubrir que ha contribuido a aliviar, mejorar, o curar, a una persona, ya sea de forma directa o al menos marginal, periférica o tangencial. No hay dinero comparable a esa satisfacción.
Como investigador me acompañan las palabras del Comandante en Jefe al inaugurar este centro el 1.º de julio de 1987: “No tienen derecho a regatearle horas al trabajo cuando de ustedes depende la salvación de una vida”. Esa frase forma parte de mi epigenoma cotidiano, de mi transcriptoma diario.
El espíritu de Fidel está presente en el sector de las ciencias biológicas en Cuba, lo veo aquí en el CIGB con la respuesta a la pandemia, sobre todo entre los jóvenes, lo cual es alentador y son actitudes que debemos perpetuar, pues resumen años de esfuerzo, de sacrificios.
Cuba enfrenta y desafía con avances científicos a grupos elitistas y deshonestos que controlan todos los ámbitos, hasta el de las publicaciones científicas. Existen editoriales con manifestaciones discriminatorias aun cuando la originalidad o virginidad de la idea, o lo revolucionario del resultado, pudiera traducirse en algo verdaderamente cuántico en el desarrollo científico para la obtención de medicamentos.
A pesar de todo eso, Cuba es uno de los pocos países donde el enfermo es un paciente, no un cliente, y donde una medicina no es una mercancía.
Lo primero que hizo la Revolución, a la par de la Campaña de Alfabetización y proclamar leyes que ya conocemos, fue inmunizar contra enfermedades como la poliomielitis. Esa realidad es tan cotidiana que se hace transparente, inapreciable, y cae, como fuerza gravitacional, sobre las familias, pero cuando uno viaja fuera de Cuba se da cuenta de la magnánima obra. “Hemos hecho una Revolución más grande que nosotros mismos”, dijo Fidel, y tenía razón, es más grande que todos nosotros.
A pesar de las limitaciones que siempre hemos tenido por el bloqueo de Estados Unidos, y las que nos han incrementado en los últimos años, nuestro país ha obtenido resultados científicos notables. Lo paradójico del bloqueo es que nuestras investigaciones están orientadas hacia el bienestar humano, a curar enfermedades, y un cáncer lo mismo le sale a un cubano, a un indio, que a un estadounidense.
Desde hace años varios políticos e investigadores estadounidenses han estado interesados en que el Heberprot-P llegue a ese país. ¿Cuánto se ha avanzado en ese tema?
Durante la época del Presidente Barack Obama se sostuvieron varios intercambios. Científicos y médicos norteamericanos orientados en el tema de la cicatrización de las úlceras participaron en nuestros eventos y nosotros en los de ellos. Fueron años en los que el medicamento quedó bendecido con la buena opinión de los especialistas de esa nación que lo conocieron de primera mano, lo inyectaron, y supieron de nuestros resultados.
Pero uno de los síntomas clínicos de la falta de ética y la inmisericordia es permear un logro científico con banales, vulgares, veleidosos y oscuros elementos políticos. Originales medicinas cubanas no han entrado a Estados Unidos por irracionales e injustificables extremismos de toda índole de parte de actores políticos de ese país. Las evidencias científicas de su efectividad existen. Los investigadores cubanos se han ocupado de publicar sus resultados en exigentes revistas científicas con arbitraje internacional. El caso del medicamento Heberprot-P podría ser muy útil en un país que amputa a más de 80 mil pacientes anuales, cirugías que podrían ser perfectamente prevenibles.
Hace unos días pude disfrutar del documental Cuba´s cancer hope, que aborda la experiencia del Cimavax (vacuna contra el cáncer del pulmón) que se prueba actualmente en Estados Unidos. Por cierto, me sorprendió que uno de los que financia a la compañía que lo llevó es David Koch. Él ya falleció, creo que de cáncer de próstata. Su fortuna, junto a la de su hermano, se estima entre las más grandes del mundo.
En otras entrevistas usted ha mencionado dos sueños, realizar experimentos sin sufrimiento animal y que los medicamentos sean gratuitos para quien los necesite. ¿Son viables esos sueños?
Reducir el uso de animales de laboratorio es una aspiración que comparto con millones de investigadores. En Cuba funciona un comité de ética que sigue de cerca el asunto. En el extranjero el tema tiene gran prioridad, y a veces raya con lo ridículo, pues un ratón no puede ser más cuidado y apreciado que una persona de color, por ejemplo.
Ahora bien, la Biología tiene sus complejidades. El organismo, ya sea un animal de laboratorio o un ser humano, es un sistema integrado de órganos y tejidos, interconectados a través de la circulación sanguínea y del sistema nervioso central y periférico. Hay diversos mecanismos de señalización y de intercomunicación.
En ese contexto, a veces es imprescindible trabajar con un organismo ad integrum pues ni siquiera el cultivo de múltiples líneas celulares puede recrear lo que allí sucede.
En los sistemas experimentales de medicina preclínica, cuando se usa un animal de laboratorio se logra una aproximación que predice cómo reacciona un humano ante un medicamento, insulto, o tratamiento; pero eso tiene un rasgo de incertidumbre.
Hace unos años autoridades de salud de Estados Unidos encargaron a sus institutos nacionales investigar por qué, si desde 1971 se había comenzado a trabajar en la búsqueda de cardioprotectores para reducir el tamaño de los infartos agudos del miocardio, en el 2015 aún no se había conseguido uno eficaz.
Lo más común es que un infarto acontezca en una persona que exceda los 50-55 años, que por lo general tiene otros factores de riesgo (hipertenso, hipercolesterolémico, fumador, asmático…) predisponentes o desencadenantes. Pero los investigadores, presionados por la necesidad quizás, a veces cometemos el error de montar experimentos en una población de animales sanos, isogénicos (comparten el mismo tipo de genes) y libres de patógenos. Pero en realidad, ninguna comunidad humana es así.
¿Qué pasó entonces?, que aspiraban a una respuesta positiva de la hipótesis en la que controlaban todas las variables externas para que el experimento les “diera”. Perdieron de vista que el experimento tiene un gran sesgo, pues las poblaciones humanas no son homogéneas, ni se puede predecir cuándo va a ocurrir un infarto, ni en qué zona, ni de qué tamaño sería.
En la modelación de un experimento se solicita, por ejemplo, a un centro de animales de laboratorio, 50 ratas del sexo tal, con un peso, edad y raza específica. Con ello se está homologando una población, y sacrificas la multiplicidad y heterogeneidad de la población real.
Otro asunto es que un síntoma o signo clínico es la resultante de la interacción del genoma de la persona con la noxa o agresión. Si se quiere reproducir un trauma raquimedular en una rata, por ejemplo, la noxa sería la acción de comprimir la médula espinal.
Eso significa que si usted coge una población de 200 individuos, del mismo sexo, más o menos igual raza, y les agrede de la manera más o menos controlada y homogénea posible, tendrá una campana de Gauss, en la que aflora una respuesta mayoritaria y también otra extrema, donde se expresa la plasticidad de los organismos vivos pues en Biología la respuesta nunca es absoluta, ya que está condicionada por el genoma y el epigenoma de cada organismo.
Lamentablemente, y por largo tiempo, seguiremos necesitando animales de laboratorio para evaluar las respuestas específicas de los organismos. Ningún modelo computacional puede reproducir fenómenos condicionados como la emocionalidad, el miedo a una inyección o la respuesta sexual.
¿Medicamentos gratuitos?
Existirán cuando el capitalismo no exista.
¿Qué significan los múltiples premios que ha recibido a lo largo de su vida?
Ya le comenté que el mundo de la investigación científica puede ser inhóspito, ingrato, por eso, para mí el mejor de todos los premios es sentirme en paz y saber que he ayudado en algo a mi pueblo, a la gente.
Cuando uno recibe un premio, antes fue evaluado, enjuiciado por otros, entre los cuales primó un criterio favorable, pero pudo no haber sido así y en ese caso las personas comienzan a autocuestionarse qué faltó, qué no gustó, qué no hice bien, o piensa que fueron injustos.
Detrás de cada reconocimiento hay personas que juzgan y puede suceder que algunas de ellas no merezcan tal cetro.
Por todas esas razones el premio que me hace más feliz es cuando alguien me reconoce en la calle como “el tipo que iba al Instituto de Angiología y llevaba unas ‛vacunas’ que Montequín, Héctor, Wílliam, o Calixto, les inyectaba en las úlceras que ya sanaron”. Eso sí que es reconfortante.
En abril del 2018 fue electo miembro del Consejo de Estado. En octubre del 2019 quedó ratificado en ese órgano de Gobierno hasta el 2023. ¿Qué hace usted allí? ¿Cuán útil le ha resultado esa experiencia?
Haberme vinculado como diputado y miembro del Consejo de Estado ha sido una sorpresa enorme y un premio inmerecido, inesperado e injustificado. En realidad, solo creo merecer el aire que respiro, y eso porque la atmósfera la compartes con todos los que tenemos pulmones.
Ser diputado me ha permitido conocer personas humildes que desde su condición de delegados de base o de presidentes de un Consejo Popular intentan ayudar a sus vecinos a resolver problemas. Ver esa entrega, esa consagración extraordinaria al pueblo, ha sido una experiencia enriquecedora, como indignante es cuando encuentro a otros que deben dar respuestas y no lo hacen.
Poco después de haber sido electo diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), en el 2018, por el municipio de Playa, me citaron a la oficina del Comandante José Ramón Machado Ventura. Me sorprendió su extraordinaria sencillez, y ahí supe de mi nombre en la candidatura para el Consejo de Estado, la cual fue aprobada días más tarde por el Parlamento. Y la sorpresa fue mayor en octubre del 2019 cuando fui ratificado con el 100 % de los votos de los diputados. No imaginaba que estaría entre los reelectos, ni que todos votarían por mí.
Yo no soy un dirigente político ni gubernamental, soy un simple investigador que puede estar, o no. Si algo disfruto es que nada ha manchado mi sencillez provinciana.
No aspiro a nada ni “me creo cosas”, para decirlo en buen cubano. No me las creo porque no tengo razones para ello. Los hay que admiran con rabia y derrochan vanidad. Otros se empeñan en robarle brillo al sol. Al final la vida les devuelve al lugar que les corresponde. Nadie escapa a las tres leyes de Newton y ni a las leyes de la termodinámica, siempre se cae para abajo.
En el Consejo de Estado he aprendido enormemente. Ha atenuado mi mayúscula incultura jurídica pues una de nuestras funciones consiste en estudiar y opinar sobre leyes, decretos leyes que emiten los Órganos de la Administración Central del Estado, textos que a la postre son sometidos al pleno de la ANPP.
¿Esas responsabilidades no le roban tiempo de la investigación?
Nunca diría que es tiempo robado, sino invertido positivamente. Yo siempre tengo tiempo. Leo mucho y rápido, aunque algunos de esos textos legales me dan más trabajo que otros, debido a la propia verborrea jurídica, o porque abordan temas que no conozco. Por otro lado, las Asambleas Municipales y Provinciales del Poder Popular en las que debo participar ocurren los domingos.
Estas responsabilidades me han permitido beber de la sencillez y la humildad de grandes cubanos que nunca imaginé poder conocer. No digo nombres porque mientras más uno se exprime las meninges, más personas olvida, pero algunos son baluartes vivos de la historia de este país. Cuando usted los trata se pregunta cómo es posible que sean tan sencillos, campechanas a pesar de las estrellas tan pesadas que cargan (no por la cantidad, sino por su significado histórico), y las profundas cicatrices que llevan en cuerpo y alma. Frente a ellas, ¿qué derecho tengo yo a creerme importante? Ninguno.
Entre los decretos leyes pendientes figura el del bienestar animal, algo muy vinculado a sus investigaciones…
Sí, se encuentra en fase de elaboración por Ministerio de la Agricultura. No recuerdo exactamente qué fecha ocupa su discusión en el cronograma de la revolución de letra jurídica que vive actualmente el país, pero se discutirá y es muy importante que se haga. Yo estoy esperando que llegue ese momento y tengo hasta la diatriba elaborada.
Este pueblo tiene muchos valores pero sería muy oportuno que creciera en sensibilidad hacia los animales. Nadie es verdaderamente humano hasta que no le entrega su cariño a un animalito.
Como mismo hay personas que andan caminando por la calle sin nasobuco, y hay que multarlos, o la policía ha tenido que detener a acaparadores y revendedores, igual grado de inconsciencia, tal vez mucho más hipertrófica, existe con respecto a los animales. Eso hay que revertirlo. Si este pueblo fue capaz de erradicar el analfabetismo, y contribuir a la victoria sobre el apartheid en países africanos, cómo no va a cuidar de los animales. Eso es paradójico, absurdo.
En el contexto de la pandemia hemos visto personas que abandonan a sus mascotas, a pesar de lo que los expertos, y el propio doctor Durán, han recalcado que no transmiten el virus…
Los coronavirus son muy viejos en la evolución y afectan a muchas especies de animales. Pero ha quedado claro que no existe ningún riesgo de contagio del animal al humano, no hay cruzamiento interespecies.
¿Usted considera que ese proyecto de hombre nuevo que se propuso formar la Revolución fue conquistado?
En la Cuba actual hay personas de muchos valores, no le puedo decir cuán nuevos son, pero en este mismo centro hay jóvenes, algunos prácticamente recién graduados, inmolando noches de alcoba con sus novias, o de placenteros sueños, para hacer PCR y diagnosticar qué paciente tiene la COVID-19. Eso me llena de satisfacción, en ellos viven Fidel y el Che, y los valores que ellos aspiraban ver en la sociedad cubana.
Nada es perfecto, pero no buscaremos manchas al sol, lo contrario a esa actitud altruista no es lo epidémico. Estos tiempos de contingencia han demostrado que existe una reserva extraordinaria de valores que afloran cuando se apela a ellos de manera adecuada.
En el micromundo de la investigación, estoy pensando en el CIGB, en el Grupo BioCubaFarma, y como académico, hay personas cuyos valores compatibilizan con aquella escala casi idílica de atributos soñados por el Che para el hombre nuevo.