Hay días que sorprenden. Hay jornadas que se miran con orgullo, porque en sus horas se ha obrado más de lo que era posible imaginarse. Y este Primero de Mayo en Holguín y Cuba fue un día de esos: único de su tipo entre tantos calendarios, hermoso en su diferencia, estremecedor como cualquiera de las tantas marchas que hemos hecho los cubanos.
No importa si las plazas cubanas no sintieron nuestros pasos. Hay pruebas irrefutables de que hubo una caminata espiritual mucho más grande. Fue posible advertirlo desde bien temprano, cuando en las redes sociales se fue gestando un mosaico de fotos, sentimientos, acciones imprescindibles en medio de la pandemia, e incluso de nostalgias, pero sobre todo de esperanzas.
Cómo no sentir que estuvimos en la plaza si desde Internet fue posible ver cómo reluce una bandera cubana entre las manos de un médico-héroe y en medio del clima un poco nublado y gris de Lombardía, Italia. Cómo no sentir los pasos de todos avanzando en una plaza si tus ojos vieron cómo una niña estampó en una hoja su versión del Primero de Mayo y la envió como regalo a uno de esos galenos que hoy son en el mundo un símbolo de esperanza.
Cómo no sentir que estás entre los ruidos de felicidad de la multitud proletaria, si sabes que en medio de tantos avatares hay gentes que nunca abandonarán la vanguardia y siguen ahí pegados a las calderas de un central o a las líneas de producción de cualquier fábrica, donde se cuece el porvenir de los cubanos.
Cómo no sentir que hubo marcha, si viste a tantas familias reunidas en los balcones, sonriendo, saludando, siendo feliz y fuerte en medio de la batalla. Si oíste, incluso, una canción hermosa interpretada desde un hospital por un músico-voluntario.
Entonces cómo no saber que #ViviremosYVenceremos si el proletariado cubano, del cual formas parte, lo demuestró a ritmo de poesía, sudor y mucho trabajo.
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