Después de haber cantado tantos ippones a nivel centroamericano, panamericano, mundial y olímpico, William Rosquet no pensó nunca que el pasado 11 de abril sería él un vencedor por esta vía, al darle el alta médica tras 14 días de tratamiento contra la COVID-19 en el Hospital Militar Dr Luis Díaz Soto, de La Habana del Este.
El jefe de reglas y arbitraje de la Federación Cubana de Judo cuenta su historia desde su hogar en Artemisa, adonde llegó el 17 de marzo tras haber participado como jefe de la competencia de este deporte en el Festival Militar de República Dominicana. Lo primero que recuerda, ahora que todo pasó, es el probable contagio en los aeropuertos (Santo Domingo o La Habana), pues ninguno de los compañeros que compartieron con él durante la justa ha enfermado hasta el momento.
“Como acostumbro, al día siguiente de mi llegada fui al policlínico a hacerme el análisis de la gota gruesa y decidí aislarme por si acaso. Ni siquiera pasé por casa de mis padres. Como al cuarto día empecé con decaimiento, catarro y el 23 me dio fiebre. Me llevaron urgente para el Naval y allí me dejaron ingresado por sospechoso. Tras realizar el análisis, el 28 informaron que era positivo.
“No perdieron tiempo. Ese mismo día comenzó el tratamiento: Azitromicina (una diaria por cinco días), tres tipos de antivirales (cada 12 horas) y el Interferón Alfa 2B (en días alternos). Nunca tuve falta de aire ni complicaciones mayores, pero al muchacho que estaba en mi cuarto (de unos 27 años) algunos medicamentos sí le provocaron vómitos y náuseas, pero los médicos siempre estaban pendientes, a todas horas.
William no quiere exagerar, pero aprovecha la conversación para agradecer lo que vio por espacio de una quincena como paciente, cuando cambió sus corbatas y trajes por un piyama diario.
“No puedo estar hablándote sin mencionar a los doctores, personal de enfermería, pantristas y auxiliares de limpieza de la Sala 2F del Naval. No tengo nombres porque estaban enmascarados con la protección que llevan. No les vi casi la cara a ninguno, pero estaban pendientes de nosotros, que no faltara el agua para tomar, nos traían a su hora desayuno, merienda, almuerzo, merienda, comida y merienda. Limpiaba todos los días con hipoclorito.
“La atención no fue buena, fue excelente. Todo el personal, sin distinción, te preguntaba a cualquier hora cómo te sientes. Y ellos trabajan 15 días y luego otros 15 más tienen que estar aislados de su familia pues el riesgo existe siempre, aunque tengan protección”.
Con unas libritas de menos —quizás por las pastillas que le quitaron un poco el apetito—, el hombre que rige los destinos del judo cubano en cuanto a impartir justicia sobre el tatami, tiene 14 días de aislamiento en su casa con el Interferón Alfa 2B en la misma dosis que el hospital así como el antiviral kaletra cada 12 horas.
“Vivo con mi hijo y su esposa. Por las medidas que tomé solo ella se contagió, pero ya está al salir también del hospital. Nadie en el barrio ni en la familia está enfermo. Los vecinos se asombraron de que no fuera a visitarlos cuando llegué, pero quería protegerlos. Ahora me están ayudando con los mandados y conversamos.
“Es cierto, soy una vida salvada, pero todavía hay mucha gente en las calles, a veces en moloteras innecesarias, y no saben lo peligrosa que es la enfermedad. Les aconsejo que cuiden a los niños y a las personas mayores. Que no salgan. Así se lo decía a los compañeros del Inder cada vez que me llamaban al hospital. Y solo deseo que llegue el 25 de abril para rehacer mi vida normal”.
William me pide unos minutos. La enfermera ha llegado para chequearlo. Quedan otros temas para una próxima llamada, en especial lo que sucederá con la clasificación olímpica del judo. “No dejes de poner que también aplaudo cada noche por esos hombres y mujeres vestidos de verde o de blanco. Ellos son los campeones olímpicos de hoy y de siempre”.