Resulta algo conocido que, el 17 de marzo, el presidente Dwight D. Eisenhower aprobó el “Plan de acción encubierta contra el régimen de Castro”, que incluía un conjunto de tareas para derrocar al Gobierno Revolucionario cubano, lo que abría un camino para implementar acciones subversivas en la isla caribeña, de manera articulada, desde los centros decisorios en los Estados Unidos. Mas, ¿cómo siguieron las discusiones en torno al tema en los días siguientes? ¿cuáles fueron las miradas que continuaron a aquella decisión? ¿qué acciones se plantearon?
Para dar respuesta a estas interrogantes, hay que recordar el objetivo central del plan mencionado:
(…) provocar la sustitución del régimen de Castro por uno más consagrado a los verdaderos intereses del pueblo cubano y más aceptable para Estados Unidos, de manera tal que se evite cualquier apariencia de intervención norteamericana. Esencialmente, el método para alcanzar este fin será el de inducir apoyo y, en la medida posible, dirigir la acción dentro y fuera de Cuba, por grupos selectos de cubanos (…).
Para cumplir este objetivo, había que desarrollar acciones encaminadas a crear una oposición cubana “unificada y responsable”, desarrollar una ofensiva propagandística con emisora radial, crear una organización encubierta de inteligencia y acción dentro de Cuba ─ya en ejecución─, preparar una fuerza paramilitar fuera de Cuba y dar apoyo logístico a operaciones militares encubiertas. [1]
El Plan, por lo tanto, ya establecía un programa general que debía articularse y ejecutarse en el tiempo siguiente. Esto llevaría a prestar atención especial al tema Cuba y plantear medidas concretas, para lo cual debían estudiarse alternativas posibles para lograr el propósito. De ahí que, en los círculos del Gobierno estadounidense, se mantuvo el asunto Cuba en numerosas reuniones y documentos de manera constante, con criterios, valoraciones de cómo actuar, propuestas y consideraciones acerca de qué se podía hacer en aquel contexto, siempre desde una perspectiva de agresión a la Revolución Cubana, cuya existencia se personalizaba en la figura de Fidel Castro.
Dentro de los documentos desclasificados y publicados en la colección Foreing Relations of the United States, se aprecia la manera en que algunos funcionarios expusieron opiniones acerca de la situación cubana y lo que debía hacer Estados Unidos en aquella circunstancia, en correspondencia con la decisión asumida. El lenguaje de la Guerra Fría, con el recurso de la “amenaza comunista”, sería común en muchos de ellos, así como también el uso de referentes como lo acordado en Caracas en 1954, en ocasión de la preparación del golpe en Guatemala frente al gobierno de Jacobo Arbenz, cuando se utilizó también el rechazo a la expansión del comunismo en el continente, como argumento. Sin embargo, hay explicaciones y propuestas que presentan características especiales, incluso desde una mirada actual.
En los documentos señalados, hay una cuestión clara: había conocimiento del apoyo popular a la Revolución, por lo que las acciones que se valoraban entraban en contradicción con las posiciones mayoritarias en Cuba. Un Memorándum del vice asistente del secretario de Estado para asuntos interamericanos, Mallory, dirigido al secretario asistente, Roy Rubottom, de fecha 6 de abril de 1960, muestra esa posición. Bajo el título “La declinación y caída de Castro”, expuso consideraciones sobre la situación del gobierno de Cuba y planteó, como primer aspecto, que “La mayoría de los cubanos apoya a Castro”, en lo que aclaraba que el menor estimado que había visto era de un 50%, con lo que admitía el apoyo, pero manipulaba su alcance dentro de la sociedad cubana. Como segundo aspecto apuntaba: “No hay oposición política efectiva”. Esta realidad había que tomarla en cuenta para los planes que elaboraban, no para acatarla, sino para revertirla.
Mallory se refería a la influencia comunista en Fidel Castro y el gobierno como una amenaza y, después de caracterizar la situación de acuerdo con su perspectiva, establecía su conclusión: “El único previsible medio para alienar el apoyo interno es a través del desencanto y la desafección basadas en la insatisfacción económica y la privación”. Luego de considerar la probabilidad de que se aceptara lo planteado o su potencial éxito, afirmaba que “todo posible medio sería emprendido rápidamente para debilitar la vida económica de Cuba”. Esto contemplaría la negación de dinero y suministros a Cuba, para provocar el decrecimiento monetario y “del salario real, para conducir sobre el hambre, la desesperación y el derrocamiento del gobierno.” Para lograr tal propósito señalaba, en lo inmediato, mirar a la legislación azucarera. Mallory planteaba que debían explorarse todos los caminos, pero trazaba la acción urgente que consideraba debía tomarse.
Un segundo Memorándum de Mallory, del mismo día, se refería a qué debía hacerse con la representación diplomática estadounidense en Cuba si se rompían las relaciones puesto que, entendía él, había que prepararse para esa posibilidad con vistas a proteger los intereses norteños en Cuba y cómo debían preservar una presencia dentro de la Isla.
En los días siguientes se mantuvieron las discusiones acerca de las acciones respecto a Cuba, desde las trasmisiones por una emisora radial y la posible televisiva, hasta las posibilidades de accionar a través de la OEA, para lo cual se planteaba potenciar el anticomunismo, la amenaza de la influencia comunista, presentada como extensión soviética, como vía para atraer las posiciones de los gobiernos latinoamericanos en una votación que pudiera ser favorable a los intereses norteños, más ya se había presentado una posición clara: preparar las acciones para el derrocamiento de la Revolución Cubana, a costa del pueblo y sus propias definiciones que debían ser subvertidas.
[1] Foreign Relations of the United States, 1958-1960, Vol VI, Washington, 1991, pp. 850-851. (Todos los documentos que se citan en este trabajo están tomados de esta fuente).