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Con Filo: Detector de verdades

¿Con cuántas personas nos relacionamos en un día normal de nuestras vidas? ¿Y en estos tiempos de enfrentamiento al nuevo coronavirus? ¿Más, menos o igual que antes? La pregunta parece simple, pero de su respuesta depende en gran medida la salud nuestra y la de quienes nos rodean.

 

La insistencia en el aislamiento social como medida preventiva para frenar la presencia del virus SARS-Cov-2 en nuestro país pasa a ser un factor clave en la actual fase de trasmisión autóctona limitada que recientemente declarara el grupo nacional de prevención y control de la COVID-19.

Todas las medidas organizativas que de manera progresiva se han ido implementando en los diversos ámbitos de la vida económica y social responden a la lógica de reducir al máximo esa interacción cotidiana entre individuos, pero su efectividad la decide no su propia proclamación o existencia, sino la manera en que la ciudadanía las asuma.

El incremento de los casos positivos de la enfermedad durante la última semana nos alertan sobre lo delicado de la situación epidemiológica. Tales cifras también hicieron saltar las alarmas, al trascender algunas actitudes indolentes o irresponsables, en contra de todos los esfuerzos y disposiciones para procurar un mayor distanciamiento social.

Por desgracia, ha habido aún mucha cantidad de público en nuestras calles y avenidas, en el transporte público, o en los límites del barrio, pero fuera de la casa, en no pocos casos sin que exista una necesidad perentoria, e incluyendo a adultos mayores, con más riesgo de padecer complicaciones graves por la enfermedad. Esta situación ha determinado las últimas disposiciones anunciadas para tratar de reducir al máximo ese movimiento excesivo de personal.

Otra arista importante de ese mismo fenómeno está en la cantidad de contactos por cada paciente confirmado con la COVID-19, un indicador que resulta esencial para establecer y cortar las posibles cadenas de transmisión. Un estimado construido a partir de recientes reportes diarios hecho públicos, nos arroja un promedio aproximado entre 13 y 15 personas informadas como contacto por cada persona diagnosticada como positiva al nuevo virus.

Hay dos vertientes para el análisis de este dato. La primera es la urgencia de replantearnos en serio nuestros vínculos familiares y laborales en este momento, bajo el principio de que la principal demostración de amor, cariño y camaradería que ahora podemos brindarles es alejarnos lo más posible de nuestros seres queridos.

El otro llamado no menos crucial es a la máxima honestidad en ese repaso de nuestra actuación diaria. Si alguien lamentablemente llegara a sufrir el contagio de la enfermedad, debe saber que tiene la posibilidad de evitar su extensión y hasta salvar vidas, mientras más transparente sea en relación con la cantidad de contactos que informe en la encuesta epidemiológica.

Las autoridades de salud insisten también en que si nos percatáramos de que mantuvimos algún tipo de relación con una persona sospechosa o confirmada como positiva a la COVID-19, lo mejor es no esperar por la inclusión en una lista de contactos, sino acudir a recibir la debida atención o vigilancia médica.

Como en otras ocasiones, no basta la exactitud y rigor de los procedimientos, sino que la eficacia de la respuesta médica y social radica en el compromiso cívico y humano de cada persona.

Los valores de la solidaridad, el altruismo y la honradez que tanto fomentamos en Cuba tienen que funcionar como una oportunidad y otra fortaleza ante el avance de este nuevo coronavirus, que en la presente circunstancia pone a prueba nuestras prácticas sociales y también nuestras más íntimas convicciones y sentimientos, como si fuera un detector de verdades.

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