El Gobierno de la República Árabe de Siria continúa aplicando rigurosas medidas sanitarias y de restricción para evitar el contagio y la propagación de la Covid-19 en la población. El primer caso de esta mortal pandemia, en la ciudad de Iblid, originado por una persona procedente del extranjero, fue reportado por el ministro de Salud Nizaar Yaziji, el pasado 23 de marzo.
Aún sin rebasar hasta el presente una alta cantidad de infectados que contabilizan hasta el presente a 19 personas, Damasco ha asignado al Hospital Docente Al Assad en esta capital para recibir a los pacientes diagnosticados con la enfermedad.
Entre las últimas disposiciones, fuentes gubernamentales anunciaron el receso hasta el próximo mes de abril de las actividades escolares docentes en los centros de enseñanza primaria, secundaría y superior.
Las clases se impartirán a los alumnos mediante el sistema de televisión nacional y las redes sociales, en medio de grandes dificultades tecnológicas y de comunicación por las que atraviesa la nación árabe.
El establecimiento de 14 centros médicos de aislamiento en diversas localidades del país forma parte también de las precauciones aplicadas en protección ante los estragos del virus Sars-Cov 2, mientras que el ejército sirio combate en Iblid los reductos de las bandas terroristas y la ilegal ocupación extranjera de porciones de su territorio por parte de efectivos de las fuerzas armadas norteamericanas.
La guerra terrorista impuesta a Siria desde hace nueve años por potencias imperialistas, sus aliados europeos, Israel y monarquías del Golfo Árabigo-Pérsico, unido al inhumano bloqueo y las sanciones económicas aplicadas por el Gobierno de Estados Unidos, cuyas tropas roban los recursos petroleros sirios, constituyen los mayores obstáculos para la adquisición por Damasco de medios de protección y medicamentos para combatir la enfermedad. que de forma galopante se propaga por todo el mundo.
Antes de la intervención extranjera en sus asuntos internos y la devastadora guerra iniciada por Occidente a partir de marzo del 2002, que condujeron a la pérdida de centenares de miles de vidas humanas, innumerables heridos y millones de refugiados, Siria ya contaba con un reconocido sistema de salud pública.
A su vez, la nación árabe mantenía una amplia red servicios en hospitales y centros sanitarios, personal médico de alta calificación profesional, más una eficiente producción de medicamentos de muy bajo costo para uso de sus cerca de 16 millones 700 mil habitantes, prestaciones seriamente dañadas hoy por la destrucción llevada a efecto por los crueles invasores.
De espaldas a las exigencias de numerosos países, la Organización Mundial de la Salud e instituciones internacionales, internacionales de levantar el bloqueo económico y las sanciones a Cuba, Venezuela, Nicaragua, Siria e Irán, para aliviar las consecuencias de la epidemia, el Gobierno del magnate multimillonario e inepto presidente de Estados Unidos, la más poderosa potencia económica y militar mundial se niega cerrilmente aprobar esta medida de elemental solidaridad humana.
Esta crisis ha mostrado como nunca antes y en toda su fetidez la brutal naturaleza expoliadora del sistema imperialista, solo interesado en el dominio económico y geopolítico universal, obtenido a costa de la vida de millones de seres humanos. Pero también el de ser un falso ídolo con los pies de barro, que ya no podrá ser el mismo después de los tiempos del nuevo coronavirus.