Vivimos días de valientes, de batas blancas y verdes, de desprendimiento y solidaridad. Vivimos horas en que la medicina cobra fuerza de tornado y vuelve a ser cantada por poetas y aplaudida por un pueblo entero.
Vivimos momentos en que no es reiterativo saber lo que tenemos y valemos como nación para defenderlo con responsabilidad y unidad. Vivimos en medio de una pandemia, y mi vecina, desde el pasado domingo, suelta una frase, de balcón a balcón, con una tremenda lección periodística: Y Fidel tenía razón.
Confieso que reparé primero en escribir cuánto hizo el líder histórico de la Revolución por construir un sistema de salud robusto, tras el golpe de quedarnos apenas con 3 mil médicos al triunfo de la Revolución. Pero acabé mejor buscando la identificación del problema de la salud del pueblo en su alegato La Historia me Absolverá. Nada más claro para comprender por qué había que transformar uno de los principales derechos del ser humano cuando viene al mundo.
“… La sociedad se conmueve ante la noticia del secuestro o el asesinato de una criatura, pero permanece criminalmente indiferente ante el asesinato en masa que se comete con tantos miles y miles de niños que mueren todos los años por falta de recursos, agonizando entre los estertores del dolor, y cuyos ojos inocentes, ya en ellos el brillo de la muerte, parecen mirar hacia lo infinito como pidiendo perdón para el egoísmo humano y que no caiga sobre los hombres la maldición de Dios…”.
¿Cuán lejos están hoy estas palabras claves: asesinato en masa, falta de recursos, agonizando, dolor, muerte, egoísmo humano? Desde diciembre del 2019 cuando empezó todo en China o desde febrero al extender sus tentáculos sobre Europa y América, hasta el 11 de marzo en que tuvimos los tres primeros casos en Cuba, han sido miles las preocupaciones de cómo enfrentar la COVID-19, tras el colapso de sistemas sanitarios en países desarrollados, la imposibilidad de una vacuna inmediata para detener su rápida propagación o la escasez de personal calificado en varias naciones.
Otra vez volvió a resonarme la frase de mi vecina. Y encontré a Fidel retratando el presente desde el 19 de septiembre del 2005. “Aunque cada persona y cada pueblo tiene derecho a una vida sana y a disfrutar el privilegio de una existencia prolongada y útil, las sociedades más ricas y desarrolladas, dominadas por el afán de lucro y el consumismo, han convertido los servicios médicos en vulgar mercancía, inaccesibles para los sectores más pobres de la población. En muchos países del Tercer Mundo tales servicios apenas existen. Y, entre los desarrollados y los eufemísticamente calificados como ‘países en desarrollo’, las diferencias son abismales”.
Servicios de atención primaria, importancia del médico de la familia y las brigadas de galenos que cumplen honrosas misiones internacionalistas, ahora en el combate contra esta enfermedad, están encerrados también en las palabras de mi vecina. La claridad del objetivo de estas últimas la esbozó el líder de la Revolución hace tres lustros, al hablar de lo que pudiera encontrarse en el futuro una tropa que él mismo calificara como heraldos de la vida.
“El Contingente Henry Reeve puede no solo apoyar a la población en casos de huracanes, inundaciones y otros desastres naturales similares. Determinadas epidemias constituyen verdaderos desastres naturales y sociales. Basta citar, por ejemplo, el dengue hemorrágico, que azota a un número creciente de países latinoamericanos, privando de la vida especialmente a los niños, y otras viejas o nuevas enfermedades graves, de las que podemos y debemos conocer las formas más eficientes de combatirlas”.
Tanta era su preocupación sobre la salud humana, que hace 18 años avizoró un fenómeno mayor, o mejor dicho, leyó por adelantado este escenario del 2020. “El desafío que las enfermedades hacen a la humanidad es un desafío serio, grave y creciente, y será creciente en la medida en que el descuido y la inconciencia sobre los problemas de salud pública sean mayores, de lo cual no puede culparse por entero, ni mucho menos, a los países más pobres de la Tierra, ya que aquellos que nos saquearon durante siglos han sido incapaces de dar el mínimo aporte para esa lucha”.
Hoy, como cada noche en el balcón, volveré a aplaudir y escucharé a mi vecina repetir su frase: Y Fidel tenía razón. Los dos quizás nos miremos y recordemos entonces que esos minutos espontáneos con el sonido de nuestras manos son también por el hombre que nos enseñó a formar profesionales dispuestos a luchar contra la muerte, a dar respuesta a muchas de las tragedias del planeta, y a salvar siempre vidas, muchas vidas.