Exhortaciones, campañas, reuniones, normas legales. Durante mucho tiempo lo hemos intentado casi todo, en función de conseguir un propósito que podría parecer sencillo, pero no lo es tanto: trabajar de un modo diferente.
Eso quiere decir, con prontitud y eficacia, sin esquemas ni burocratismos, haciendo en cada momento y lugar lo que en esa circunstancia específica sea necesario.
Pues bien, el actual enfrentamiento en nuestro país a la pandemia del nuevo coronavirus parecería ser una especie de ultimátum que nos obliga, ahora sí, por una simple cuestión de vida o muerte, de sobrevivencia, a pensar y actuar distinto.
Las evidencias de las últimas tres semanas demuestran que es posible hacerlo. ¿Cuántas decisiones y medidas, algunas completamente inéditas, no se han tomado en tan breve lapso? Todo además hecho bajo las premisas de la racionalidad y el conocimiento, con apego a la ética y los valores que queremos nos distingan como sociedad, y mediante una comunicación instantánea y transparente. No obstante, en este constante fragor también nos llegan a veces algunas señales de peligro sobre lo que ponemos en riesgo cuando no somos capaces de captar bien esta idea de cambio.
El plan nacional de prevención y control de la Covid-19 es quizás el manejo más complejo desde el punto de vista organizativo que debamos enfrentar en mucho tiempo. Implica a toda la institucionalidad, a la ciudadanía y sus diversos modos de funcionar.
[note note_color=»#f0f9f3″ radius=»2″]Puede leer también: Medidas vs. Covid-19: Nuestro traje flexible y muy cubano [/note]La agilidad en la toma de decisiones tiene que ir a la par con la rapidez en su implementación. Todavía hay entidades, por ejemplo, que mantienen actividades y personal no esencial en sus instalaciones, que motivan desplazamientos y otros riesgos innecesarios por la convivencia laboral, como explicaba la Ministra de Trabajo y Seguridad Social en la más reciente reunión del grupo temporal del Gobierno que chequea tales acciones.
Paradójicamente, todavía hay niveles de dirección intermedios, incluso de los propios organismos que lideran esta batalla por la vida, que complejizan trámites o asuntos concernientes a la implementación de esas propias medidas. Desde trabar asuntos por falta de cuños y firmas, hasta dilatar determinadas decisiones.
No es que haya necesariamente ineptitud ni mucho menos maldad en tales imprecisiones y errores. El problema es tan sencillo como que casi siempre resulta muy difícil transformar nuestra forma de trabajar, además de una manera abrupta, y como resultado de una emergencia como esta, que nos pone a prueba en medio de enormes tensiones.
Pero llegó el momento, y es preciso hacerlo, sin dilaciones, y con un margen de error lo más cercano a cero que sea posible. No hay alternativa ni oportunidad para equivocarnos dos veces. Y esto es una encrucijada general, pues en mayor o menor medida todas las personas debemos decidir algo, ya sea en nuestros hogares y familias, o como parte de nuestras responsabilidades profesionales.
Tiene que haber un mayor empeño entonces por reaccionar con rapidez y disciplina, pero a la vez con serenidad y sentido común, en el cumplimiento de lo estipulado.
Lo hemos intentado durante mucho tiempo, con todas las fórmulas habidas y por haber: exhortaciones, campañas, reuniones, normas legales. Pero llegó la pandemia del nuevo coronavirus, como una especie de ultimátum, y no nos queda de otra: hay que trabajar distinto.