Ante el fracaso del Plan de Fernandina, José Martí decidió reorganizarlo todo de manera que la guerra, concebida de carácter nacional para que el gobierno colonial situara sus fuerzas en diversos lugares, se iniciara de inmediato, aunque sus principales jefes — Máximo Gómez Báez, su General en Jefe; Antonio Maceo Grajales, y él—, no se encontraran en Cuba.
La contienda estalló el 24 de febrero de 1895; mientras, desde el exterior, ellos y otros comprometidos, buscaban la forma de llegar a la isla. Con ese propósito, el 25 de marzo de ese año, de Puerto Limón, en Costa Rica, en el vapor de pasajeros Adirondack, que se dirigía a Nueva York, partió una expedición de 23 revolucionarios, entre quienes se encontraban los generales Francisco Adolfo Crombet Tejera, Flor, jefe de mar; y Antonio y José Maceo Grajales, el primero de estos como jefe de tierra.
La integraban, además, dos coroneles, uno de ellos colombiano; seis tenientes coroneles, entre los cuales se encontraba un dominicano; dos comandantes, cinco capitanes, tres tenientes y dos subtenientes. Llevaban consigo, 11 fusiles, 23 revólveres y 15 machetes.
Dos días después, tras breve escala en Kingston, Jamaica, el vapor puso proa a la isla Fortuna, en las Bahamas, donde el día 29 los cubanos la abandonaron. Allí adquirieron otros dos fusiles y, luego de múltiples gestiones, al siguiente día abordaron la goleta Honor y pusieron proa a Cuba. Una tormenta los sorprendió a la altura de la isla Gran Inagua, pero sin otros incidentes, pasada la medianoche arribaron a la costa norte de Baracoa, donde la nave encalló y se viró; en horas de la madrugada del 1 de abril desembarcaron en la boca del río Duaba.
En esa misma fecha los expedicionarios sostuvieron un encuentro con numerosas tropas españolas de línea y guerrilleros, que les persiguieron tenazmente, y el 8, con una emboscada en el lugar conocido como La Alegría, el enemigo logró dispersarlos. Dos días más tarde, durante un combate en Alto de Palmarito, resultó mortalmente herido el general Flor Crombet, lo cual representó una sensible pérdida para la contienda bélica recién comenzada.
De aquellos 23 hombres que venciendo múltiples dificultades acudieron al llamado de la patria, solo nueve pudieron reunirse con los que ya se hallaban en los campos de la insurrección, entre ellos Antonio y José Maceo. Aconteció el día 18, en el campamento de Vega Bellaca, luego de recorrer 186 kilómetros desde el punto de desembarco. A partir de entonces, la revolución pudo contar con el firme brazo de Maceo, y su capacidad militar para conducir las tropas a la victoria.