Durante las últimas dos noches una conmovedora iniciativa se repite en nuestras ciudades y poblados, cuando a las nueve las personas salen a balcones y portales, puertas y ventanas, para aplaudir en reconocimiento a todo nuestro personal de la salud pública que labora en Cuba y en el mundo para contener la pandemia del nuevo coronavirus.
En el fondo, este es un mensaje de amor no solo para quienes laboran en el enfrentamiento a la covid-19, sino también de reforzamiento de valores, de hermanamiento con las causas justas y una exaltación de un humanismo que hoy resulta más necesario que nunca.
Podremos buscar en todo lo que hayamos visto, leído o vivido a lo largo de nuestras vidas, e incluso en la historia, y no hallaremos quizás otro momento tan extraño y complejo como esta batalla contemporánea por la vida, ante un enemigo invisible y poderoso, producto de la propia evolución de una naturaleza que, como especie, creíamos dominar a nuestro antojo, cuando en realidad solo nos implica y nos contiene.
No andan muy lejos de la verdad analistas y pensadores que ya empiezan a distinguir las posibles implicaciones radicales que nos anuncia este giro dramático del devenir universal para el futuro inmediato.
La humanidad podría estar ante la oportunidad de replantear sus sistemas y modos de vida, su auto percepción y filosofía de la existencia, incluyendo la naturaleza de sus vínculos desde los individuos, hasta entre los países y las regiones, en un mundo interconectado como nunca antes, para lo bueno y para lo malo.
Para la sociedad cubana en particular, lo difícil de la situación no deja de entrañar también otra gratificante, pero ahora muy definitoria evidencia. Lo hecho hasta ahora por la Revolución y el socialismo no ha sido solo una utopía o una alternativa a largo plazo, sino una manera práctica de organizarnos sobre la base de un sentido más amplio de la justicia y la equidad social, con potencialidades y resultados palpables, incluso en las peores circunstancias.
Tampoco significa que todo marche bien, ni mucho menos. Junto a infinitos ejemplos de entrega, confianza y colectividad, conviven muchísimas indisciplinas, desidias y egoísmos, que saltan todavía más a la vista en estas duras circunstancias.
Sin embargo, podemos hacer que la cosecha sea mayor que la pérdida. Y lo principal, hasta el momento, es que todo apunta a la existencia de una convicción plural y fuerte de que es posible salir adelante, como una esperanza y un ejemplo. Esa conciencia es lo primero que se necesita para ganarle la partida al nuevo coronavirus, una amenaza inédita, pero que es solo la más reciente entre tantas batallas nuestras.
Por eso hay que aguzar muy bien el oído y el espíritu, todas esas noches de sincero agradecimiento que puedan quedarnos por delante, de batir palmas desde nuestros balcones y portales, puertas y ventanas, en apoyo a quienes laboran en Cuba y en el mundo para contener la pandemia del nuevo coronavirus, para poder escuchar mucho más lejos y profundo, más allá de nuestros aplausos.