Tocaron a la puerta. Abro. Me saluda una jovencita con bata blanca. “Buenos días. Soy estudiante de Medicina. ¿Hay alguien con fiebre, falta de aire, catarro…?
Le respondo que no. Hizo anotaciones en una hoja de papel sobre una tablilla y me dio algunas orientaciones útiles. “Disculpe la molestia”, afirmó. Y siguió de casa en casa (¿quién sabrá cuántas?), bajo un fuerte sol.
Alguien les ha llamado ángeles. Estoy de acuerdo, porque muy bien pudieran estar en sus casas, leyendo, viendo la televisión o escuchando música. Sin embargo, todos los días, desde temprano salen a pesquisar para detectar a tiempo posibles personas enfermas.
Esos serán los médicos de mañana, los mismos que cubrirán consultorios, policlínicos, hospitales… y colaborarán con otros países, sin importar distancias ni condiciones, en las buenas y en las malas.
Debí preguntar su nombre. Quizás se llame Adela, Jenny o Marisol y ponerlo en estas líneas. Solo atiné a darle las gracias, como hago cada día con quienes llegan y preguntan de manera tan respetuosa y sencilla. ¿Qué menos puede hacerse que agradecerles infinitamente la labor que realizan?
Los ángeles andan sueltos y como los míticos Reyes Magos tocan a las puertas. No dejan regalos. Pero sí aportan confianza, porque en tiempo de pandemia, la preocupación y ocupación vale más que el oro.