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Lázaro Peña: El héroe que nos acompaña

Consulto la edición especial que publicó nuestro periódico con motivo de la desaparición física del justamente llamado Capitán de la Clase Obrera cubana, aquel 11 de marzo de 1974, para recordar un detalle que no siempre se menciona: la Resolución del Comité Nacional de la CTC que le confirió post mortem el Título de Héroe Nacional del Trabajo, “como reconocimiento a su condición de comunista, conductor y maestro de cuadros sindicales”.

Foto: Centro de Documentación periódico Trabajadores

Lázaro Peña le acababa de entregar a su pueblo una obra colosal en la que volcó toda su experiencia anterior de dirigente, desde que fundó la CTC en 1939. Se trataba del XIII Congreso de la CTC, que constituyó la culminación de un proceso en el que  cumplió magistralmente la tarea de revitalizar el movimiento sindical, muy debilitado por decisiones erróneas. Así lo orientó Fidel Castro: “Rectificar errores, orientar, definir, establecer el papel que corresponde en la construcción del socialismo a las organizaciones obreras (…)”.

Lázaro consiguió que el Congreso se convirtiera en la discusión más extensa, democrática, profunda  y  aleccionadora  de toda la  historia del  sindicalismo cubano.

Muestra de su alcance fue que se realizaron más de 40 mil “congresos” a nivel de centro, con una duración promedio de siete horas y más de un millón y medio de participantes.

Ello contribuyó a que los trabajadores pensaran como país, aun cuando ello significara renunciar a algunos beneficios como fueron la Ley 270 que establecía la jubilación con el ciento por ciento del salario, medida que inicialmente pretendió estimular a los más destacados, pero que fue generalizándose hasta abarcar a más de medio millón de trabajadores, y el llamado salario histórico, que respetaba sueldos altos en determinados sectores y los del personal calificado que en procesos de racionalización pasó a ocupar puestos de menor remuneración. Ambos contradecían la fórmula de Marx “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo”, defendida por Lázaro en el Congreso, y con su inmenso poder de persuasión  logró lo que para muchos parecía imposible: que los trabajadores, después de discutir ampliamente sobre el tema, aceptaran conscientemente la derogación de lo que constituía una insostenible carga para la economía.

En relación con la necesidad de rectificación, comentó en la asamblea de discusión de las Tesis del XIII Congreso en  Cubana de Acero, donde se efectuó la primera de estas reuniones: “No faltarán los que dirán: ¿Y si estaba mal por qué lo hicieron? Y tenemos que contestarles (…) errores como estos que tenemos que superar son mínimos si se comparan con el camino glorioso de haber sacado en la breve existencia de nuestra Revolución, a nuestro país de la condición de semicolonia y convertirlo en el primer país socialista de América”.

Blas Roca relató en una ocasión que muchísimas asambleas las comenzó con todo el mundo en contra y cuando terminaba era aclamado por todos.

Foto: Centro de Documentación periódico Trabajadores

Otro de sus contemporáneos, el intelectual Juan Marinello, habló del sorprendente contrapunto entre la firmeza y la comprensión, entre el ímpetu y la sonrisa. Intransigente en la aplicación de los principios, resaltó, fue Lázaro una expresión exacta y culminante de nuestro genio popular.

Y vale recordar lo expresado por el Poeta Nacional Nicolás Guillén, sobre el sentido fino, delicado, realmente cortés que tenía Lázaro para presidir una asamblea, para dirigir un debate, para aclarar un concepto yendo a la raíz, sin herir susceptibilidades, lo que le permitía encauzar la discusión como con mano de hierro bajo guante de seda.

Asistió a todas las plenarias provinciales previas al Congreso y a una gran cantidad de asambleas y en esas discusiones francas, libres y democráticas, logró ganarse la confianza de los trabajadores y de los dirigentes sindicales.

El resultado de esa intensa actividad que desplegó, a pesar de su ya precario estado de salud, fue el esperado, como lo señaló en el informe al Congreso: que en cada asamblea en vez de tendencias economisistas y de estrechez de miras imperó la voluntad colectiva de anteponer el interés social al personal, convencidos los trabajadores de que la solución de los problemas de uno vendría de los éxitos del esfuerzo de todos, del desarrollo general de la economía.

He ahí una de las grandes enseñanzas de Lázaro que valen para el presente, al igual que otras muchas ideas  defendidas por él en los meses antes de la cita sindical y en su transcurso.

Imaginemos su presencia en una de las reuniones actuales dedicadas a analizar el plan y el presupuesto en los colectivos laborales y recordemos algunas de las preguntas formuladas por él en la plenaria que precedió al Congreso efectuada en el teatro Principal de Camagüey el 28 de agosto de 1973:

“Hay que mirar, dirigentes sindicales, a la economía. Nuestra vista tiene que ponerse centralmente en la producción”,  pero ello no bastaba:

“(…) cumplir el plan tiene que seguir siendo nuestro objetivo; pero ha llegado la hora de saber: ¿Cuánto cuesta cumplir el plan? ¿Cuánto cuesta producir un peso? (…) ¿Cuánto nos propusimos ahorrar y cuánto ahorramos? (…) Cuáles son los objetivos de calidad que nos proponemos en la fábrica? ¿Cómo se mide? ¿Cómo se compara? ¿Cómo se sabe? (…) entonces así se sabe qué se va a ahorrar, qué se va a hacer para elevar la calidad, qué es lo que nos proponemos conseguir concretamente en cada  sector”.

Ante ese mismo auditorio abordó la necesidad de la capacitación de los dirigentes sindicales: “La dirigencia de nuestro movimiento sindical tiene que ir cambiando el concepto de su organización, adjuntos a nuestro comité dirigente, tienen que ir apareciendo economistas, juristas, que nos fundamenten los criterios económicos, que nos interpreten la legislación, que nos conformen nuestras iniciativas”.

Y sobre la calidad de las asambleas sindicales dijo en la discusión de las Tesis del Congreso en el hotel Habana Libre en ese propio mes: “Tiene que ser una asamblea preparada, con objetivos determinados, con el calor y la presencia del Partido, de la juventud, de la sección sindical, de la administración. Hay que estarla preparando días antes que se celebre (…) hay que saber lo que se va a proponer, hay que oír a los trabajadores (…) hay que tomar en cuenta lo que la gente dice”.

Pocas veces se recuerda la labor de Lázaro después de concluido el Congreso, que tuvo que realizar desde la clínica  donde ingresó ya de forma permanente. En su agenda de aquellos escasos meses que transcurrieron hasta su fallecimiento se registraron reuniones de la comisión encargada de implementar los acuerdos del Congreso; despachos con los dirigentes de las provincias y de los sindicatos nacionales; su preocupación por la vinculación de la norma con el salario; por la marcha de la zafra; por atender las necesidades de calzado de los cañeros y linieros; por la situación de los jubilados…

Se acercaba el Primero de Mayo y según sus más cercanos colaboradores posponía la creación de la comisión organizadora porque no quería delegar en nadie los preparativos y aspiraba compartir con los trabajadores y el pueblo esos festejos.

La muerte le impidió cumplir ese anhelo, sin embargo, su imagen no ha faltado durante los multitudinarios actos efectuados en las plazas de todo el país en ocasión de tan significativa fecha.

A los sindicalistas de estos tiempos seguramente les pediría que fuesen cada vez más socialistas y lucharan por una organización sindical más fuerte, poderosa y democrática, despojada de esquemas, y estrechamente vinculada con las bases; preparada para cumplir las misiones que le señale la Revolución y de encabezar los empeños de los trabajadores por construir una sociedad próspera y sostenible.

Por ese sindicalismo basado en la unidad, apegado a las necesidades del país y comprometido con su futuro, trabajó abnegadamente ese héroe que siempre nos acompaña.

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