Las actuales transformaciones en el ámbito del periodismo con frecuencia parecerían sobre todo una cuestión de forma, cuando en realidad el asunto es mucho más complejo, pues la proliferación de diversas plataformas y medios de comunicación implica serios cambios de fondo en el modo de hacerlo, consumirlo y entenderlo.
En estas jornadas alrededor de la celebración por el Día de la Prensa Cubana es importante que tanto sus profesionales como el público, en cualquiera de los soportes, nos cuestionemos nuestra manera de relacionarnos con los diferentes medios de comunicación y cómo asumimos lo que nos dicen.
Atrás quedó para siempre un modelo de periodismo con una cantidad limitada de órganos de prensa y un vínculo unidireccional con la ciudadanía. La confluencia del lenguaje televisivo, radial e impreso en un universo digital donde mandan la imagen, la rapidez y brevedad de los mensajes, más la interactividad con sus usuarios, modifica no solo las rutinas productivas de los medios, sino los tipos de contenidos, alcance, pregnancia y credibilidad de sus mensajes.
Pero esto no debe ser una disertación teórica ni enrevesada sobre comunicación. Lo importante es cuál sería la función de la prensa cubana en este escenario donde hay mucha información disponible, verdadera y falsa, humanista y deshumanizada, constructiva y tóxica o enajenante.
Tal vez la primera certeza a transmitir es que —como alguien dijo de la poesía— siempre habrá periodismo. Casi cualquier persona puede generar en estos tiempos, con un teléfono celular en la mano, una noticia o información de interés público. Sin embargo, no es solo eso lo que la sociedad espera de nuestra prensa, aunque también exige que le digamos, pronto y bien, todo lo que pasa.
Y en este punto la mejor referencia a la cual tal vez podríamos acudir en nuestra historia es a la propia obra periodística de José Martí, quien al fundar el periódico Patria el 14 de marzo de 1892 inspiró la actual conmemoración. En particular, sus Escenas norteamericanas resultan un magnífico ejemplo.
En la lentitud de las comunicaciones decimonónicas, Martí lo que hacía para sus lectores de importantes periódicos latinoamericanos era seleccionar información, condensar, correlacionar, interpretar y darle sentido a una realidad social tan compleja como la estadounidense, desde una perspectiva anticolonialista y antimperialista, con la objetividad de su honestidad ética y política, envuelta en el lenguaje más bello, culto y avanzado de su tiempo.
Esa esencia progresista, de independencia frente a las grandes fuerzas hegemónicas capitalistas, es la que no puede perder la prensa cubana, sin dejar de mejorar en su oportunidad y transparencia, así como en la creatividad y hermosura de su forma.
Por eso también hay que aprender a distinguirla de los medios de comunicación dependientes del exterior —los autoproclamados y mal llamados independientes—, los cuales pueden incluso contar con profesionales del periodismo, que trabajen dentro o fuera de Cuba, y hasta empleen a veces con mucha destreza las técnicas del oficio, pero en la raíz misma de su naturaleza nunca llegará a estar esa noción martiana de la verdadera justicia.
No podemos quizás como ciudadanía aislarnos ya de ese otro periodismo, que nos ofrece desde banalidades y escándalos, hasta análisis hipercríticos y hallazgos seductores. Pero sí es posible preguntarnos: ¿por qué gobiernos e instituciones capitalistas financiarían con cuantiosos recursos medios en Cuba o para Cuba?, ¿porque nos quieren mucho?, ¿porque ansían ayudar a informarnos?, ¿por solidaridad, “internacionalismo burgués” o amor a la libertad? Seamos más inteligentes que eso.
No obstante, también nuestra sociedad y el periodismo cubano pueden y deben sacar partido del aguijón y la denuncia ideológicamente motivada, que con frecuencia ni siquiera disimulan, de esa prensa mayoritariamente entreguista, que no siempre miente —aunque lo hace bastante, muy a menudo últimamente— y aprovecha al máximo nuestras debilidades internas y deficiencias profesionales, para su labor de zapa con fines políticos.
La mejor respuesta tendría que ser una prensa cada vez más revolucionaria e innovadora, sin tabúes ni silencios, participativa y conectada con la gente y las tendencias contemporáneas del periodismo, para que, en esta pugna inevitable y antagónica de sentidos e intereses, siempre prevalezca la vocación martiana de ser periodista para defender la dignidad humana, la América nuestra y la independencia de Cuba.