Sus primeros alumnos, aquellos a quienes impartió clases de segundo grado por los años 50 del pasado siglo, aún le llaman el maestro Juanito. Otros le dicen el profesor Juan López. Personalmente, lo identifico como el papá de Popa, mi antiguo compañero de estudios, pero todos coinciden en nombrarlo Maestro de Maestros
El doctor Juan Virgilio López Palacio es un hombre conocido y querido, antes de ser Héroe del Trabajo de la República de Cuba ya tenía, a favor de la educación del país, una amplia hoja de servicios que suma más de 64 años de forma ininterrumpida.
Cuentan que en la escuelita pública de Caibarién, recién graduado como maestro normalista, lo visitó una inspectora, quien luego de presenciar su clase comentó: “Hubiera querido que el maestro de segundo grado de mi hija hubiera sido él”.
La expresión de aquella mujer resultó un incentivo que lo acompañó toda su vida. La frase, confesó, es una de las páginas mejor guardadas de su archivo personal. “La enseñanza primaria es preciosa, se necesita de mucha paciencia. La recompensa no tiene precio. Es una inmensa felicidad ver cómo aprende un niño a leer, escribir, a sumar, restar. En cada una de mis clases ponía en práctica lo que había aprendido de ese ciclo en mis estudios y eso me hizo tener éxito”, reconoció.
Después de este bellísimo recuerdo, el profesor Juan López inició el relato sin la más mínima equivocación o titubeo. Matizó cada detalle con fechas exactas, nombres y apellidos, describió locaciones. Lo sigue acompañando su potente voz, esa que no ha declinado ni un ápice.
Evocó, entonces, los días en que simultaneó la labor en la escuela primaria con los estudios de Pedagogía en la Universidad Central Marta Abreu, de Las Villas (UCLV), luego de desestimar una oferta hecha por la Universidad de Columbia, en Estados Unidos.
“La decisión de quedarme se la debo al consejo del doctor Gaspar Jorge García Galló, mi entrañable profesor. No se equivocó; era esta la institución a la que me debía, a la que le agradezco el hombre que soy”, afirmó orgulloso.
Con pasión narró un pasaje poco conocido: el tránsito por la enseñanza tecnológica industrial en la escuela 5 de Septiembre, de Cienfuegos, donde impartió Lengua Española. “Estos son alumnos muy agradecidos, nobles, humildes y merecen toda la atención. Existía la necesidad de que comprendieran la importancia de la ciencia y, a la vez, dotarlos de una cultura humanística e integral. En ese sentido se hicieron actos, conferencias, clases especiales”, precisó.
Su preocupación por la educación cubana ha sido el desvelo de su vida. Fue asesor técnico de la Campaña de Alfabetización y también alfabetizador. En su tesis para recibir la categoría de Doctor en Ciencias Pedagógicas diseñó un proyecto de programa de didáctica general para las escuelas de maestros primarios en la isla.
Desarrolló, además, en todas las universidades cubanas, un ciclo de preparación para introducir la clase por encuentros en la enseñanza superior, con el propósito de fundar los cursos para trabajadores. Ha formado como pedagogos a los jóvenes de diferentes especialidades que se inician como profesores en varias universidades cubanas, específicamente los de la UCLV.
Posee la condición de Doctor Honoris Causa de la UCLV, primer pedagogo de este claustro que la recibe. Es Profesor de Mérito de la Academia de Ciencias de Cuba, Premio Nacional de Pedagogía; resultó seleccionado Educador del Siglo XX en Cuba; ostenta las órdenes Carlos J. Finlay y Frank País; las distinciones Pepito Tey y José María Heredia; así como la Estrella Martiana.
Ha participado en centenares de eventos científicos defendiendo la pedagogía cubana. Es autor de un sinnúmero de publicaciones en libros, revistas y antologías.
“La pedagogía es enseñar a pensar, educar es un hecho cultural trascendente. Mi concepción radica en hacer teoría de la vida cotidiana en el aula”, reflexionó.
Sus recuerdos son innumerables y fluye a cada instante una nueva anécdota: “La directora de escuela de Caibarién, donde ofrecí mis primeras clases, es hija de uno de mis alumnos de aquellos tiempos. Cincuenta años después llegué al plantel, ella me abrazó con tal fuerza y alegría como si me hubiera conocido de toda la vida. Allí estaban también las pizarras inmensas que construimos juntos con los padres de mis alumnos de antaño”.
En este punto de la plática sentí que este hombre octogenario estaba emocionado, creí que debía concluirla, pero continuó y preferí escucharlo. “Miguel Díaz-Canel, actual Presidente de la República, cuando me otorgaron el Título de Doctor Honoris Causa de la UCLV, me envió una misiva muy emotiva y gentil, que agradezco profundamente. Machado Ventura, Segundo Secretario del Partido, me condecoró en dos ocasiones: cuando me entregaron en 1977 la categoría de Profesor Titular en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, y luego el Título de Héroe del Trabajo. Es un honor que no creo merecer, solo cumplí con mi deber”, expresó conmovido.
A su lado, Olga, su compañera de siempre, su cómplice incondicional, ha estado escuchándolo con la más absoluta atención, como si no conociera ni un detalle de esta historia. Los nietos han entrado y salido de la casa, lo abrazan de manera natural, es visible que así se comportan diariamente. Olguita, la hija médico, llamó desde Argelia, pero de pronto se hizo un silencio profundo. Su sonrisa franca, cálida, singular, tomó una expresión de nostalgia y dijo: “Mi gran privilegio fue ser testigo de un hecho extraordinario”.
El privilegio del doctor Juan López
Siento orgullo de haber sido testigo casi excepcional de la investidura del Comandante Ernesto Guevara como doctor Honoris Causa de la Universidad Central.
“Aquel día, el 28 de diciembre de 1959, el Guerrillero Heroico entró al teatro universitario; aunque el profesorado usó el birrete y la luctuosa toga negra con alza cuellos color azul ultramar, símbolo de la escuela de Pedagogía, el Che no se puso el atuendo. Vestía su acostumbrado uniforme verde olivo, tocado con una austera boina negra rematada con una estrella en bronce.
“Pronunció palabras memorables que implicaban un cambio que iba más allá de aquella frase tan recordada: pintar de negro y de mulatos la universidad. Sus palabras avizoraban el futuro trascendente de la Educación Superior cubana”. “Siento orgullo de que el Che esté presente en nuestra universidad, su pensamiento guía el desarrollo industrial, económico, político, social, científico y educacional del país. No me correspondió a mí, por razones de edad; pero mis hijos y nietos al ingresar en nuestras escuelas primarias han repetido e interiorizado en su condición de pioneros la expresión: Seremos como el Che. A los cubanos nos ha correspondido, gracias a nuestro Poeta Nacional, invocar al Che Comandante, amigo, y repetir muchas veces Hasta la Victoria Siempre, por eso ese acontecimiento resultó inolvidable”.
En aquel entonces el joven delgado que escuchó casi absorto al Che no podía imaginar que sería uno de los que haría valer esas transformaciones.