Con Olfides Sáez (89 kg) como insignia y unas envidiables escuderas llamadas Ludia Montero (49 kg) y Marina Rodríguez (64 kg), la halterofilia cubana se vistió de carácter. La última muesca de su humilde progreso sucedió en la Copa del Mundo de Roma (27-31 enero), donde capturó tres medallas de oro y dos de bronce.
Tienen talento y personalidad estos forzudos para marcar una época. Tal vez no a la altura del podio olímpico, pero sí a nivel regional, continental y del orbe, luego del doble premio de Montero en la pasada justa planetaria en Tailandia 2019.
A la capital italiana arribaron los nuestros con una voracidad competitiva enorme, pues sobre la mesa estaba un delicioso puñado de puntos rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.
La trilogía dorada de Sáez definió otra vez su fuego profesional. Es un competidor espinoso. No teme y se aplica. En los Juegos Panamericanos de Lima 2019 reconoció que solo el disciplinado entrenamiento le permitiría aspirar a los mejores triunfos.
Marina (tercera) luce más curtida. Sus primeras luces ante rivales de cuerpo entero llegaron en la cita panamericana de Toronto 2015. Allí se apuntaló y lanzó su candidatura. Barranquilla 2018 y la cita peruana del pasado año fueron pugnas de las que salió fortalecida. Montero (bronce) se anuncia en mayúsculas. Cree y trabaja en consecuencia. El venidero ciclo podría tributarle mejores premios.
Es cierto que la lid italiana no reunió a varios de los mejores del universo en la actualidad; sin embargo, apresar un premio a esas instancias denota eficacia y mejora.
La modesta ruta crítica que se avecina para los cubanos incluirá el torneo Manuel Suárez, el Open de Colombia (ambos categoría de plata), y un torneo de clase oro en República Dominicana.
El objetivo final está marcado. Tokio 2020 es un reto al que se puede aspirar si se vinculan los aires de superación con los sueños de gloria.
