Los periodistas tenemos cierta fama, a veces merecida, de que nos encantan demasiado las cifras. Y es que los números, sin lugar a dudas, muchas veces nos permiten hacernos una idea de la importancia mayor o menor de determinado acontecimiento o fenómeno que queremos anunciar o describir.
La expresión cuantitativa de algunas realidades es incluso indispensable, sobre todo en el ámbito de la economía, por ejemplo, y hasta para acercarnos a determinados indicadores sociales, con más objetividad.
Sin embargo, a veces sobreestimamos también la importancia de las cifras, o nos conformamos con algunas de ellas, sin someterlas suficientemente al análisis crítico. Y esto nos puede pasar a todas las personas, ya sea en nuestros centros de trabajo o de estudio, en la casa o en cualquier otro ámbito de nuestra sociedad.
Ahora mismo, por ejemplo, están teniendo lugar en nuestro país la discusión en los colectivos laborales de los planes económicos y los presupuestos aprobados para este 2020, y en otras instancias y estructuras se realizan balances del año anterior y los propósitos para este otro cuyo primer mes ya casi concluye.
Con frecuencia en algunos de estos análisis sobre los resultados de la gestión económica o del trabajo de determinada organización se presentan informes administrativos, elaborados por los dirigentes de cualquier instancia, donde abundan los números, como si esa fuera la mejor manera de reflejar lo que sucedió o lo que acontecerá.
No siempre, sin embargo, las cantidades en pesos, de toneladas, de unidades producidas, de ahorro, de crecimiento o decrecimiento, o cualquier otro indicador, son suficientes para entender en toda su dimensión la complejidad de los problemas.
Hay quienes incluso trabajan para lograr determinados indicadores a toda costa, en detrimento de otros aspectos que tal vez no podamos expresarlos de manera cuantitativa, pero no por ello son menos importantes.
A veces incluso las mejores y más contundentes cifras dicen poco o nada si no las acompañamos de un razonamiento cualitativo de cómo fue posible alcanzarlas, o por qué se produjo este o aquel incumplimiento, o cuánto más pudimos hacer, si no nos hubiéramos conformado con el espejismo de los números.
De paso, debo agregar que quienes recibimos esa aparente avalancha informativa de cifras, tenemos también que aprender a discernir cuándo estas son de verdad significativas, o si solamente quieren —como se dice popularmente— dormirnos, para que simplemente no nos percatemos de otras verdades que tal vez no se pueden o no se han querido contar, pero tienen gran relevancia para explicar deficiencias o insatisfacciones que nos rondan.
Tampoco es que les hagamos la guerra a los números, porque sin duda alguna ellos pueden resultar muy gráficos para mostrar una tendencia en el tiempo, o la capacidad que tuvimos de conseguir o no llegar a una meta.
Pero estemos atentos contra quienes quieran reducirnos el mundo a una expresión matemática, y encerrar en fríos guarismos toda la complejidad de la existencia humana.
Y exijamos siempre, además, que detrás de cada cantidad, haya una calidad del análisis. Como precaución adicional, interpretemos con mucho cuidado los números que nos brindan o que reproducimos, para que sean consistentes entre sí y guarden una relación lógica unos con otro, y con la realidad que nos circunda. No olvidemos, en fin, que —definitivamente— las cifras solas no hablan.