Cuando yo era niño proyectaban con frecuencia en la televisión un animado soviético o ruso, sin serlo, cuyos protagonistas eran dos personajes llamados “Se puede” y “No se puede”. ¿Alguien los recuerda?
Un día la ciudad de tornó en un caos porque “No se puede” se molestó y dejó de trabajar. Nada más quedó “Se puede”, que todo lo permitía.
El mensaje de aquellos muñequitos rusos, como les llamábamos, era, por supuesto, un llamado al orden tan necesario que debe primar en cualquier sociedad. Pero a veces uno tiene la impresión de que, en ciertas zonas de la realidad cubana, con demasiada frecuencia quedaba al mando solo el personaje de “No se puede”.
Muchas de las transformaciones que han caracterizado la actualización del modelo económico cubano han tenido precisamente la intención de neutralizar a ese demasiado abarcador y casi tiránico “No se puede”.
Desde las primeras y más fáciles prohibiciones que se eliminaron hace ya alrededor de una década, hasta las progresivas y más complejas medidas posteriores, como —por ejemplo— las encaminadas a otorgar mayor autonomía a las empresas estatales, hemos ido al rescate de “Se puede”.
También se ha tratado de llegar a definiciones cada vez más precisas dentro de la institucionalidad que, sin conseguirlo todavía en toda su magnitud, buscan cambiar la práctica indiscriminada donde cualquier funcionario pueda hacer uso de su responsabilidad para imponer trabas e interpretaciones personales que violen las políticas establecidas por el Gobierno.
Por eso resulta tan importante todo el entramado jurídico que ahora comienza a desatarse luego de la proclamación el pasado año de la nueva Constitución, con el cual las leyes y normas pondrán cada vez más en igualdad de condiciones y con límites precisos, a nuestros dos amigos, “Se puede” y “No se puede”.
Por supuesto, el modelo de sociedad al cual aspiramos requiere de una transformación cultural profunda, que implica no solo modificaciones legislativas, sino también en nuestras mentes.
La solución del viejo y nunca resuelto problema del burocratismo, por ejemplo, pasa por dar cauce a la iniciativa de todos los actores económicos, estatales o no, sin renunciar a la disciplina y a la planificación, pero desembarazándonos de ese nefasto concepto de que lo que no está expresamente permitido, siempre está prohibido. Por el contrario, hay que darle más oportunidades a “Se puede”, y reservar la actuación de “No se puede”, solo para lo estrictamente necesario.
Claro, ello implica una actitud más crítica de la propia ciudadanía, los colectivos laborales y las organizaciones sociales y de masas, que deben velar porque individuos e instituciones no pongan trabas absurdas en nuestra vida cotidiana, y hacer propuestas científicamente fundamentadas, que restrinjan la excesiva actuación de “No se puede”.
Pero también es urgente que aprendamos a convivir con “Se puede” de un modo más responsable, sobre la base del conocimiento y la profesionalidad en lo que hacemos, para que podamos aprovechar al máximo las potencialidades y ventajas que nos brinda. Porque a veces “Se puede” está ahí, al lado nuestro, y ni lo miramos.
De manera que volviendo a aquel lejano animado soviético con el cual comencé este comentario, diría que debemos añadir como un complemento inseparable del personaje de “No se puede”, a un nuevo protagonista: el travieso e inteligente “¿Y por qué?”.
Hay que preguntar siempre cuáles son las razones de cualquier traba o prohibición, y exigir las respuestas correspondientes que fundamenten su existencia, desde la legalidad.
En esta adaptación o remake a la cubana de aquellos muñequitos de mi infancia, el personaje de “No se puede” solo debe desempeñar su justo y merecido papel, pero nunca por encima del rol protagónico de “Se puede”. Y ambos tienen que trabajar juntos, siempre bajo la mirada inquisitiva de nuestro nuevo amigo “¿Y por qué?”.