La última sesión del Congreso Obrero tuvo lugar el 28 de enero. En ella los delegados reclamaron al gobierno cubano la reposición de todos los cesanteados tras la huelga de marzo de 1935, la convocatoria inmediata de una asamblea constituyente con la representación de delegados obreros; y se proclamó el rechazo a toda discriminación por motivo de raza, sexo, religión o nacionalidad.
En gesto solidario los delegados acordaron enviar un telegrama al presidente estadounidense D. Roosevelt con la exigencia de liberar al líder puertorriqueño Pedro Albizu Campos y los demás luchadores de esta nación encarcelados; igualmente reclamaron al gobierno de Brasil que dejara libre al luchador Luis Carlos Prestes.
Los presentes en la cita proletaria demandaron la expulsión del representante de Franco en Cuba; que se suprimieran las relaciones comerciales con Alemania y Japón; y que se actuara contra los espías nazifascistas que operaban en nuestro territorio.
En horas del mediodía se hizo efectivo el acuerdo adoptado en la sesión anterior de marchar a la embajada de Estados Unidos con el propósito de solicitar que levantara el embargo de armas con destino a los republicanos españoles.
La clausura de la reunión proletaria tuvo lugar en un multitudinario acto celebrado en el estadio de la cervecería La Polar en el cual, según los reportes de prensa, intervinieron más de una decena de oradores, entre cubanos e invitados extranjeros, y las palabras finales estuvieron a cargo de Lázaro Peña.
En esos seis días de Congreso se materializó un esfuerzo colectivo de varios años por el logro de la unidad de los trabajadores en una sola organización sindical.
Ese fue el mayor homenaje de los participantes en el Congreso a nuestro Héroe Nacional, aquel 28 de enero, aniversario de su natalicio, y no fue casual la fecha en que se conquistó esa unidad: la prédica unitaria de Martí los condujo en ese necesario camino que fortalecería a los trabajadores en sus luchas.
En este empeño los cuadros sindicales tuvieron a su lado a un guía excepcional: Lázaro Peña que, como expresó Rubén Martínez Villena cuando lo conoció , reunía desde entonces en su personalidad los bríos de la juventud y la madurez de un veterano, cualidades a las que unía una gran inteligencia, visión política, contacto permanente con las masas, y confianza en el futuro.
Lázaro se convertiría, en su condición de secretario general de la CTC, en el capitán de las luchas de los trabajadores que ya no serían batallas aisladas sino que marcharían juntos en una organización en la que se sumaron en un solo haz todas las tendencias ideológicas existentes en aquel momento en el seno de la clase obrera, cuyos representantes más honestos eliminarían sus diferencias en la lucha cotidiana.
La CTC no se limitó a encabezar las batallas por las reivindicaciones de las masas laboriosas, sino que empezó a hacerse sentir en la vida política del país .
“Queremos hacer de nuestra unidad —había señalado Lázaro en la apertura del congreso— palanca que defienda nuestras reivindicaciones, ariete formidable para vencer las resistencias de las compañías poderosas que todavía ignoran leyes y desprecian gobernantes. Queremos hacer de ella defensa de los intereses de toda la clase obrera, pero queremos también que sea defensa de los intereses de toda la Nación.”
Si entonces en las condiciones más adversas la CTC enseñó a los trabajadores a pensar como país, hoy que los trabajadores son la fuerza principal de nuestro proyecto de desarrollo socialista, se hace más necesaria que la movilización de sus fuerzas para contribuir más al avance del país, y en ello está empeñada nuestra central sindical como su misión principal.