Cuando supe que podría entrevistar al doctor Castellanos ―para más señas, Roberto Castellanos Gutiérrez― no quise abocarme en cuestionario previo, solo anoté unas pocas ideas y preferí aliarme a la intuición, que corriera mi imaginación entre el deseo de conocer las muchas y celosas confidencias de mi interlocutor y la responsabilidad periodística y ética que yo asumía.
Tendría como entrevistado al Médico Personal del Comandante en Jefe, al Teniente Coronel Director General del Centro de Investigaciones Médico Quirúrgica (Cimeq), al Héroe del Trabajo de la República de Cuba, título que le fuera otorgado en 2017.
Conversamos con la tranquilidad que brindan las noches apacibles. Yo, consciente de su excepcionalidad. Él, acomodado en su butaca, giratoria y con un aditamento al espaldar para hacer más llevaderas las muchas horas que pasa en su despacho. Contestó con locuacidad todas mis preguntas, hizo comentarios al margen de la entrevista e hizo una sola indicación: que no me preocupara por el mucho tiempo, pues era costumbre en él irse tarde a casa.
“A veces duermo aquí. De hecho, cuando me voy a la casa monto allá el Puesto de Mando. Es que son muchas cosas, muchos criterios y decisiones. Pero no es ningún mérito; es mi obligación. Estoy convencido que hay gente que trabaja más que yo.
“Esta oficina la heredé ―dijo casi de imprevisto― pero no me gusta mucho. Con lo que le he añadido, ahora es un híbrido. Si yo la hubiera diseñado, fuera diferente, más pequeña”. Y comienza a explicar cuadros, fotos y hasta una estatuilla que adornan el local. Son siete fotos en total, indica. De Fidel, Raúl, el Che, el Granma, una de familia… Bien cerca, palabras de Fidel: “Todo el que tiene una responsabilidad lo primero que tiene que hacer es pensar, razonar y buscar solución a sus propios problemas».
Justifica puestos y tareas a él encomendadas con aquello de que el azar juega su papel. A pesar de eso, en varios momentos, siempre para demostrar méritos ajenos, mencionó también el esfuerzo y la dedicación que cada cual le impone a lo que hace.
Tiene 51 años, pero la calvicie y las canas le hacen parecer un hombre mayor. Le hago saber mi apreciación, y parece estar ya acostumbrado a tales insinuaciones. “Antes de calvo y canoso muchos me veían viejo y, para algunos, ya era el Puro. Quizás sea porque soy un hombre reflexivo, serio ―así me veo―. Por la forma de enfrentar la vida, podría decir que soy un tipo luchoso.
“De todos modos, cuando se es director muchos creen que hay que ser viejo. Mira, yo sí quisiera llegar a viejo, aunque sea con achaques. Bien viejo, pero apto síquicamente”.
Su vida social es muy limitada y por eso ha perdido muchos amigos de su primera juventud. Le gusta el deporte, pero no es un apasionado. No puede ver un partido de béisbol completo, pues le parece muy largo. En fútbol simpatiza con el Barcelona, y supone que es porque a la mayor parte de su familia le gusta ese equipo.
Respeta todas las religiones, pero nunca incorporó ninguna. Nació, se crió y se hizo médico viviendo en Luyanó. “Barrio pobre, con mucho tambor. De allí me mudé con 25 años”, dice.
Se ha casado dos veces. Tiene tres hijos, uno de ellos cuentapropista dedicado a la electricidad automotriz. Una ingeniera industrial, que por estos días de enero puja por hacerlo abuelo. El más pequeño de solo cinco años. “Nunca les pedí que fueran médicos, siquiera se lo insinué. Es más, ambos ―los mayores― decían que podrían ser cualquier cosa menos médicos, y eso no me afecta, pues la sociedad necesita todos los oficios y profesiones”.
Hijo de gato…
Su padre también es médico, “quería ser clínico, pero solicitaron un grupo de recién graduados para estudiar ciencia y papá se hizo bioquímico; dedicó toda su vida a la ciencia”. Su madre, sicóloga de profesión, le repetía: ni médico ni militar, pues ambas profesiones le parecían muy sacrificadas, pero el pequeño Roberto tenía bien claro el deseo de hacerse médico asistencial.
Cursó secundaria básica y preuniversitario en la Escuela Vocacional Lenin y en 10° grado se vinculó a un Círculo de Interés del hospital Calixto García. “Mi madre se jubiló siendo miembro del Minint. Y yo, médico militar. Hoy todos reímos de las cosas que tiene la vida”.
Antes de graduarse como médico aceptó irse a las Fuerzas Armadas. “A los pocos días pidieron uno para el Minint y en 1992 entré a este ministerio, atendiendo civiles y militares. Hice un curso de medicina natural y tradicional y en el 94 comencé la especialidad de Medicina Interna”.
Luego de tres años debía regresar a la unidad militar del Minint de donde había salido y casualmente se vacía una plaza en el Cimeq, en lo que es la terapia intensiva y aunque no quería ser intensivista, lo proponen. Logró hacerse Especialista de Segundo Grado en Medicina Intensiva. “Me fui convirtiendo en Médico Asistencial, directamente vinculado al paciente. ¿Su tarea mayor? Con solo 36 años formó parte del equipo que de manera directa garantizó la atención médica al Jefe de la Revolución, y después dirigió el grupo médico que atendió al mejor amigo de Cuba, al Comandante Hugo Rafael Chávez Frías.
“Me dieron esa tarea inmensa, y cuando terminé ocupé esta responsabilidad que ahora cumplo. Yo nunca he dicho que no a ninguna tarea”, enfatiza.
Fidelidad y entrega
“A ese grupo médico lo distinguió la fidelidad, la entrega; fueron momentos muy difíciles, mucho más porque coincidieron las enfermedades de ambos y teníamos que interactuar y atender a los mayores líderes mundiales de las últimas décadas. Fueron muchas cosas juntas, cosas que no se enseñan en la carrera.
“En ese trabajo tiene que predominar la profesionalidad; tienes que ser capaz de contener los afectos, abstraerte y cumplir con tu función profesional. Pero somos humanos y no pocas veces las lágrimas te inundan, entonces tienes que dejar el llanto y ser un profesional. Para eso estás ahí.
“Te puedo asegurar ─dijo convencido─ que ningún revolucionario estaba preparado para asistir a la involución biológica, a las complicaciones o limitaciones físicas de Fidel, aunque felizmente mantuvo en todo momento su capacidad mental, tanto que él mismo fue preparando al pueblo e informó a todos de su enfermedad”.
El tema le apasiona, pero a la vez le estruja la mirada, el semblante. “Aprendí mucho, porque con el Jefe se aprendía, se aprende, de todo. Todo lo preguntaba. No había tratamiento o algún equipo médico que no averiguara si estaba al alcance de todos. Nunca faltó su preocupación por la salud del pueblo. Prevalecía su perseverancia, fortaleza espiritual y moral, y su optimismo.
“Todos los días nos ponía a prueba, una o varias veces. Era mejor decirle que uno no estaba seguro de algo y que debía revisar, que tratar de pasarle gato por liebre.
“Era muy exigente, con los demás y con él mismo. Exigía el dominio de las cosas. Estando enfermo trabajaba mucho, un montón de horas cada día. Estuvimos muchos años juntos; y le aseguro que llegamos a tener una gran comunicación”. Así dijo Castellanos, aunque por un momento pensé que su respuesta sería que habían llegado a ser amigos, mucho más al subrayar, con absoluta tranquilidad, que hoy no es el mismo hombre que el de antes del 2006, o que el título de Héroe no es de él, “es del Comandante”.
¿Por qué héroe?
“No soy un bárbaro. Para mí ser condecorado fue una sorpresa. Ahora es un compromiso. Soy un médico cubano como otro cualquiera, lo que en cada momento hice lo que me tocó hacer. Es cierto que he trabajado con figuras de gran connotación, pero no he hecho más que los que fueron a luchar contra el ébola, por ejemplo.
“Soy un convencido que me condecoraron por ser parte del equipo médico. Siempre son mejores los resultados de grupo, pues detrás de cada nombre hay otros inadvertidos, y también son tremendos”.
Ciertamente respeta el título, tanto que se asegura chiquitico al lado de la tremenda cantidad de profesionales de la salud que han echado su vida en este campo. “Incluso los que han dado su vida. Hay mucha gente valiosa que no son héroes”, precisa.
Conceptos
“La medicina es una ciencia muy inexacta, con muchas variantes y el ejercicio de la asistencia médica te obliga a cuestionarte constantemente, a todos los días resetearte, como decimos los cubanos, lo que también hago para mis cosas personales”.
“El meollo de las tareas es que no son las que te gusten, hay que cumplir con todas las que vengan, te gusten o no”.
¿Muchas cosas por hacer aún?
Hace dos años y ocho meses fue nombrado Director General del Cimeq, y también fue ascendido militarmente a Teniente Coronel. “Ahora administro salud, que es optimizar recursos humanos y materiales para alcanzar el mayor rendimiento, pero extraño mucho aquel trabajo. El que no esté el Jefe es muy duro, durísimo, pero extraño aquel trabajo de médico personal, de asistencia.
“Así somos la mayoría de los cubanos, incluso los que a veces dicen que no, y llegado el momento sí lo hacen. El quid del asunto no está en decirlo, sino en salir a batear cada vez que te den el bate, pero hacer bien lo que te toca. Lo que venga lo enfrentaré. Si es aquí, es aquí, o en un hospital, como internacionalista, o tirando tiros. Y lo haré mejor o peor, pero nunca me voy a rajar”.
Le hubiera gustado ser médico internacionalista, “pero no fue el camino que me tocó”, subraya. Se dice un tipo feliz, optimista, por lo que asume como un reto todo lo que sabe que debe mejorar.