La apuesta cubana por la consolidación de iniciativas de desarrollo local (IDL) que estimulen las producciones y sirvan de alivio a las comunidades encuentra elocuente expresión en la fábrica El Barquillo, el primer proyecto de este tipo aprobado en Matanzas.
Creado en agosto del 2013, directivos y empleados se han encargado de demostrar la pertinencia de varias ideas útiles: nuevas fuentes de empleo, fabrica alimentos, es rentable, eficiente y funciona con estabilidad.
Así resume Enrique Denis Martínez la historia de esta IDL. Fundador del proyecto, hoy su administrador maneja con precisión matemática cualquier dato solicitado.
Sin embargo, detrás de cada cifra, de los cumplimientos habituales, habita en este hombre un orgullo superior, el convencimiento de “hacer hasta lo imposible por no detener la producción, porque eso sería dejar de darle alimento al pueblo y decirles a los trabajadores: ustedes están interruptos… Eso nunca”.
Tal convicción, surgida con el nacimiento de la iniciativa, estuvo a punto de quebrarse en un 2019 muy duro. “Primero falló la harina, luego el combustible. Esas circunstancias pusieron en riesgo los planes. Aunque por factores ajenos a nuestra voluntad resultó imposible satisfacer las toneladas de panes comprometidas, logramos sobrecumplir en la repostería”.
No darse por vencidos
Ni en los tres mercados ideales, ni en las ferias comerciales, ni tampoco en los organismos imaginaron los quebraderos de cabeza padecidos por El Barquillo para por lo menos garantizarles polvorón y panqué, sus dos productos estrellas.
Cuando la cosa se puso fea con la falta de combustible (tres meses seguidos), aparecieron un par de hornos eléctricos en desuso y los arreglaron. Según Denis, eran los ideales para cocer la masa de polvorón y de panqué, pero no la de pan, alimento que depende de un horno que lleva diésel y electricidad, y que no podían utilizar.
“Fueron días intensos. Debíamos trabajar con respeto a los horarios picos para no violar ese régimen. Sorteamos la coyuntura de esa manera. Cuando se normalizó la entrada de petróleo decidimos, previa consulta, seguir con la producción de estos dulces”.
Se trataba, argumenta, no solo de garantizar un alimento de tanta demanda, sino de asegurar las elevadas utilidades que genera. “Por ejemplo, de 216 toneladas de repostería, terminamos el año 2019 con 250,6 t, y en dinero hicimos 2 millones 200 mil 900 pesos, cuando debíamos entregar 885 mil 600 pesos”.
Los incrementos productivos se reflejan en los mil 700 pesos de salario medio alcanzado por los 37 trabajadores de una fábrica con una bien ganada reputación, consecuencia de la calidad de sus panes, gaceñigas, coscorrones, palitroques, galletas, moldes de pizza, panqués capitolio y mantecados de frutas o polvorones.
No obstante su exitosa gestión, su punto bajo radica en no satisfacer completamente su objeto social. De sus ocho productos, ninguno es del barquillo, el alimento que da nombre a la IDL. Hace algo más de dos años no se producen. La obsoleta máquina dejó de funcionar y ha sido imposible restañarla.
Las ganancias de este proyecto de desarrollo local serían redondas si pudieran convertirse en suministrador de los barquillos para el balneario de Varadero, el emporio turístico cubano de sol y playa que hoy solo utiliza los que se compran en el extranjero. “Invertir en una máquina sería lo mejor”, sueña Denis y los ojos le brillan. “Sustituiríamos importaciones, justo lo indicado por el país”.
Mientras el deseo se concrete, una alegría mayor se cuece en los hornos de El Barquillo. Su colectivo fue premiado con el inicio, este lunes, de la Jornada Nacional por el Día del Trabajador de la Industria Alimentaria.