“A Martí se le llamaba Maestro y Apóstol en vida. Era una situación singular. En la emigración se puede entender, porque Martí era un emigrado, vivía entre los emigrados, muchos lo habían leído y otros lo habían escuchado, o lo habían visto; pero me llama la atención que en los treinta y ocho días que Martí pasa en la manigua, personas que no tenían por qué haberlo leído, no habían convivido con él, no lo habían escuchado, le dicen espontáneamente Presidente”.
Esta reflexión de Roberto Fernández Retamar dice mucho de la poderosa influencia de la personalidad de Martí, que rebasó el conocimiento de sus contemporáneos para calar hondo en el pueblo.
Ante la frustración con la llegada del siglo XX de los ideales por los que se había batallado durante tantos años, no faltaron las evocaciones nostálgicas, como lo reflejó una canción del primer decenio del pasado siglo: “Martí no debió de morir./ Si fuera el maestro y el guía,/ otro gallo cantaría,/ la patria se salvaría/ y Cuba sería feliz”. Reflejaba así un sentimiento colectivo.
Pero la evocación en esos tiempos no solo fue en tono de añoranza. Llama la atención que en un número especial de la revista El Fígaro, que salió en la misma fecha de inauguración de la República neocolonial, 20 de mayo de 1902, Juan Gualberto Gómez alertó que la que se estaba fundando no era la república martiana, sino a la que se había podido llegar, y el sueño del Apóstol quedaba como un reto para el futuro.
La reivindicación al Héroe de Dos Ríos estuvo presente con fuerza en las Glosas al pensamiento de José Martí, publicadas en abril de 1927 por Julio Antonio Mella, viril respuesta a la manipulación —para la clase dominante de la época— del ideario martiano. En el texto Mella expresaba que era necesario dar un alto, y si no querían obedecer, un bofetón a tanto canalla, tanto mercachifle, tanto hipócrita que escribía o hablaba sobre el Héroe de Dos Ríos. Y hacía un recuento de su pensamiento revolucionario y antimperialista.
Fueron otros muchos los pensadores de vanguardia de la república prerrevolucionaria que rescataron el pensamiento del Héroe Nacional, y en esta labor reivindicativa participaron activamente también la juventud, los trabajadores y en general el pueblo de muchas maneras.
En enero de 1939 la colocación de una ofrenda floral por parte de marinos de un buque nazi de visita en la rada habanera, en la estatua del autor de La Edad de Oro erigida en el Parque Central, encontró la repulsa de un grupo de jóvenes que por ese cívico gesto fueron detenidos y multados. No obstante, en la noche del 28 de enero se hizo efectivo el desagravio cuando los delegados del Congreso fundacional de la CTC, y su recién electo ejecutivo, con Lázaro Peña al frente, colocaron al pie del monumento una enorme corona de rosas blancas, aunque su mayor tributo al Apóstol fue la unidad de los trabajadores en una sola organización nacional.
El 11 de marzo de 1949 marines yanquis procedentes del barreminas Rodman, atracado en el puerto capitalino, se encaramaron en esa misma estatua y uno de ellos se orinó encima. Tras una indignada reacción inicial de los transeúntes, algunos de los cuales recibieron una golpiza por parte de la policía, al día siguiente al conocerse la noticia, jóvenes universitarios y el pueblo, encabezados por el estudiante de Derecho Fidel Castro Ruz, realizaron una manifestación de protesta ante la embajada de Estados Unidos, exigiendo que los culpables fueran juzgados. La condena del principal ofensor se limitó a 15 días de prisión en el Rodman.
El rescate del organizador de la Guerra Necesaria se produjo una vez más en 1953, centenario de su natalicio, en que frente a las falsas celebraciones oficiales de la tiranía de Batista, se llevaron a cabo acciones dignas, entre estas el Congreso Martiano en Defensa de los Derechos de la Juventud promovido por la FEU, celebrado en el local del Sindicato de los Yesistas, que se erigió en tribunal de conciencia contra el batistato; y en la noche del 27 de enero se produjo la imponente Marcha de las Antorchas desde la escalinata universitaria hasta la Fragua Martiana, a la que asistieron en aguerrido bloque, los futuros asaltantes al Moncada.
Y la vindicación más trascendental al Maestro fueron las acciones del 26 de julio de ese año. Fidel lo resumió así en La historia me absolverá: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive,(…) hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la Patria”.
Dijo el Apóstol que los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan y los que odian y deshacen. Del primero forman parte los defensores de Martí en todos los tiempos; el segundo lo integran los que lo ultrajan, mercenarios al servicio de quienes pretenden retroceder en la historia para volver a esclavizarnos.