Nunca se había visto un recibimiento tan multitudinario, una alegría tan generalizada, un entusiasmo tan desbordante, como aquel que protagonizaron las masas ante la llegada a La Habana, el 8 de enero de 1959, de la caravana victoriosa encabezada por Fidel, que recorrió más de mil kilómetros desde el Santiago heroico hasta arribar a la capital.
Pero los que creyeron que solo se trataba de una marcha triunfal se equivocaron. Para el líder indiscutible de la Revolución esa nueva invasión de Oriente a Occidente había sido una gran siembra de ideas destinada a que, en cada punto del recorrido, el pueblo comprendiese que por primera vez en la historia patria iba a ser el principal artífice de la sociedad por construir, y que en ese empeño tendría que sortear no pocos obstáculos.
Si hoy el Comandante en Jefe quisiera comprobar el rumbo seguido por los patriotas cubanos con una pregunta similar a la que le dirigió a Camilo, en lo que hoy es Ciudad Escolar Libertad, aquella noche de hondas emociones y simbólico vuelo de palomas, podríamos responderle con orgullo: Seguimos bien, Fidel, firmes y decididos, hemos resistido las más duras pruebas y no habrá obstáculo que nos impida conquistar el futuro.