Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quién debemos la sobrevida?
Cuántos recuerdos acuden a mi mente. Hoy puedo hacer una reproducción nítida de los hechos de aquella noche en que juntos partimos de Luanda después de horas de incertidumbre sobre si salía o no un avión para Lubango.
Como buenos cubanos el humor siempre acompañaba. Por eso, y sobre todo por tenderme la mano desde el vuelo inicial en el IL-62 que nos conducía de La Habana al riesgo, lo consideré el mejor compañero.
Y así lo hice saber a mis allegados en las primeras cartas. Entonces, cuando me respondían, al final de cada una leía la frase: “Saludos a Tony”.
Ya lo conocían; era de mi familia. El colega devenido hermano en medio de la batalla.
Ese día no importó dejar de comer a la hora indicada. No sería la única vez. Finalmente, ya tarde, “pegamos la gorra” gracias a la bondad de los muchachos de la Casa de Visita de Lubango. Sin embargo, ya nos habíamos alimentado de alegría al reencontrarnos con los otros colegas, “los fílmicos”, quienes sin motivo especial organizaron una fiesta.
Por supuesto, terminamos de madrugada. Antes hablamos de Cuito Cuanavale, que seguía “en candela”; de continuar echando pa´lante; de sueños, de paz.
Compartimos a lo cubano. No faltó el dominó, y el brindis por la victoria que con seguridad llegaría. Tony y yo formamos pareja como de costumbre. Ganamos y perdimos. Creo que perdimos más…, pero todos nos sentíamos ganadores. A pesar de que la guerra no permitía ver el final en ninguno de nosotros había sitio para la derrota.
Al amanecer marchamos a trabajar, juntos como pretendíamos hacer durante toda la estancia por el sur angolano. Pero las circunstancias nos obligaron a separarnos, y para siempre.
La realidad volvió más rica. Ante la disyuntiva presentada, los dos, apartados, decidimos cambiar los destinos concebidos en Luanda, aunque con ello incumplíamos la indicación dada por el director del periódico. Yo partí a donde debía Tony, Cahama-Xangongo, región que por conocida le motivaba menos; y él emprendería vuelo hacia Jamba-Chamutete, o mejor dicho, hacia la eternidad, que con este hombre ha encontrado buena compañía.
Por resultarme increíble la noticia de su muerte (tuve que escucharla varias veces para convencerme); por provocarme desvelos en noches sucesivas, he buscado refugio en el poema de Retamar titulado El Otro, cuyos versos expresan el agradecimiento eterno de los vivos a quienes como Tony abonan el surco de la semilla fecunda.
¿Quién se murió por mí…?
¿Quién recibió la bala mía…?
La para mí en su corazón.
Nota: Este trabajo periodístico se publicó en el periódico 5 de Septiembre el 7 de diciembre de 1989, en ocasión de la Operación Tributo.
El otro
Nosotros, los sobrevivientes,
¿A quiénes debemos la sobrevida?
¿Quién se murió por mí en la ergástula,
Quién recibió la bala mía,
La para mí, en su corazón?
¿Sobre qué muerto estoy yo vivo,
Sus huesos quedando en los míos,
Los ojos que le arrancaron, viendo
Por la mirada de mi cara,
Y la mano que no es su mano,
Que no es ya tampoco la mía,
Escribiendo palabras rotas
Donde él no está, en la sobrevida?
Roberto Fernández Retamar