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Sin tiempo para el cansancio

¡Ese es un campeón!, expresó con admiración, del ginecobstetra tunero Roger Rojas, el auxiliar de limpieza guatemalteco Javier Juc Beb, cuando entró a poner orden en el salón de operaciones del hospital rural de La Tinta, Guatemala. Y es que allí el joven especialista, junto a un equipo de experimentados trabajadores de la salud, acababa de ganar otra pelea a la muerte.

 

 

Avisados de que iba a producirse un nacimiento, el fotógrafo y yo vestimos con rapidez la ropa estéril, cuando de repente nos vimos inmersos en una atmósfera de tensión al presentársele a la gestante una eclampsia, que ponía en riesgo su vida y la del niño.

Como los movimientos convulsivos amenazaban con desprender el catéter nasal por donde se le suministraba oxígeno, dejé a un lado la libreta de notas para sostenerle la cabeza. Desde mi posición observé los rostros preocupados del especialista en anestesiología y reanimación Carlos Tornés, de la licenciada en enfermería Ada Niria Sánchez, del técnico en laboratorio José Vega y de la auxiliar de enfermería guatemalteca Felipa García, que asistían a la paciente. Dominando la situación, con expresión concentrada e indicaciones rápidas y precisas para controlar las convulsiones y estimular las contracciones uterinas, Roger aguardaba el momento oportuno para practicar la episiotomía, incisión que facilitaría la expulsión del feto.

Miré a la muchacha indígena que en estado de semi-inconsciencia no cooperaba con la venida al mundo de su primer hijo, y le susurré unas palabras de aliento con la esperanza de que el tono de mi voz la tranquilizara, porque sólo entendía lengua kekchí. Al fin Roger hizo asomar la cabeza de la criatura que traía fuertemente enrollado en el cuello el cordón umbilical. Lo liberó de un corte, extrajo con habilidad el resto del cuerpecillo blanquecino y todavía silencioso y lo puso en manos de la neonatóloga Yamil Benech. Pronto, el primer llanto del recién nacido junto con la evidente recuperación de la mamá relajaron los corazones.


Casos que nunca había visto

La víspera, en un intento por brindarme la información más actualizada posible, guiándose por los datos de su libro personal de registro, el joven ginecobstetra me había hablado de su participación, desde su llegada en enero de 1999, en 464 partos, de ellos seis gemelares y más de cuarenta por cesárea, pero los acontecimientos desactualizaron con rapidez las cifras. No por casualidad en la recién celebrada jornada científica del departamento de Alta Varapaz premiaron los resultados de su labor de obstetricia.

«Al principio, me explicó, la cantidad de pacientes era menor, pero desde que está aquí la brigada cubana ha aumentado el parto institucional y en este lugar las mujeres tienen muchos hijos.

«Aquí me he enfrentado a situaciones que nunca antes había visto, como paridas en la comunidad que se aparecen aquí a las 24 horas con la placenta retenida, y un parto gemelar en que uno de los niños nació en la aldea y el otro quince horas después en el hospital.»

«Es un buen médico y la gente le tiene confianza», opina Armando López, enfermero del centro de salud de Telemán, a lo que Roger replica con una sonrisa: «¡Pero él me ha traído cada casos últimamente!»


Algo que no quería dejar de hacer

Ada Niria ha acumulado casi tres décadas como jefa de enfermería de la provincia de Santiago de Cuba y no quería jubilarse sin cumplir una misión como esta. En diciembre de 1998 arribó a Guatemala como parte de la primera brigada médica que entró al departamento de Quiché y en mayo pasó a La Tinta.

«Cuando llegué sólo había nueve auxiliares de enfermería empíricas para atender todo el hospital y ahora son 23 incorporadas a un programa de capacitación.»

Tal parece que esta mujer enérgica, a quien todos respetan, tuviera la virtud de multiplicar las horas para desempeñarse a la vez como asesora de enfermería, impartir docencia, asistir a los enfermos y llevar con eficiencia las responsabilidades de segunda jefa de la brigada médica y secretaria del núcleo del Partido.

Como a una hija la ha llegado a querer la paciente Elvia América Delgado, quien estuvo a punto de perder un pie a causa de una diabetes descompensada, y quiso atenderse con los cubanos. Verla caminando fue la mejor prueba de la eficacia del tratamiento.

«Mi esposo va a escribirle al Presidente Castro para agradecerle que haya enviado aquí a médicos tan excelentes que han hecho una labor tan humana y han entregado tanto amor.»


Carlos hace de todo

Para el anestesiólogo manzanillero Carlos Tornés esta es su segunda misión médica. La primera fue en Bluefields, Nicaragua, después del paso del ciclón Joan. Sus trece años de especialista le han permitido resolver con seguridad las complicaciones que se han presentado en los actos quirúgicos, y en no pocas ocasiones con el mínimo de recursos.

«Desde hacía mucho tiempo no trabajaba en un cuerpo de guardia en emergencias, ni asistía partos, ni tenía que ver con fracturas y mucho menos tratar malaria ni sarampión; he participado hasta en campañas de vacunación visitando casa por casa.»

Pero además Carlitos, como todos lo llaman, echa a funcionar la caldera, realiza tareas de mantenimiento, ayuda a poner en marcha la planta eléctrica y encuentra ocasión para jugar con los muchachos del pueblo un partido de fútbol o de basket y organizar carreras.


El hijo de Martica

A Marta Benito Fernández, santiaguera y técnica en radiología, le dijeron cuando llegó al hospital que el equipo de rayos X no servía, pero ella buscó la manera de echarlo a andar y reanudó un servicio que no se ofrecía desde hacía quince años. A partir de ese momento su actividad se volvió intensa, de día y de noche, porque es la única en su especialidad.

Como en el momento de nuestra visita estaban acondicionando el servicio de radiología, tuvo oportunidad de contarme la historia de Gerardo, el niño indígena que ingresó con una anemia severa y su madre lo tuvo que dejar solo en el hospital porque tenía que atender a sus demás pequeños.

Martica vio en él al hijo que nunca pudo tener y a fuerza de cariño suavizó su mirada de animalito asustado al punto de que, como la brigada vivía entonces en el hospital, el chico se escapaba por las noches para meterse en la cama de su mamá cubana.

La verdadera lo vino a buscar un día, y la radióloga lo despidió con lágrimas en los ojos, pero Gerardo no la olvidó, y cuando se escucha el grito: ¡Martica ahí está tu hijo!, ella busca ansiosa al niño que con la timidez característica de su raza, la acaricia con la mirada.


Un trabajo anónimo que se hace sentir

Ese es el de la habanera Lina Chinique, técnica en estadísticas de salud, y es que su labor callada pero perseverante posibilitó establecer el control del movimiento hospitalario, crear un departamento tan esencial para un hospital como es el de admisión y organizar el archivo, entre otras necesarias medidas organizativas.


Esto no es para toda vida

La consulta de la especialista de medicina general integral Rita Díaz ha sobrepasado en ocasiones los cien pacientes y la experiencia acumulada en el tratamiento de las afecciones más comunes en los adultos, le ganó un reconocimiento en la jornada científica del departamento. «Al principio me sorprendió ver personas con tres o cuatro gramos de hemoglobina caminando, y después supe que la anemia severa es frecuente, al igual que el paludismo, la tuberculosis, y las enfermedades respiratorias y diarreicas agudas. Afortunadamente los casos que he ingresado se han logrado recuperar.»

Ha tratado de compensar la inevitable nostalgia por el terruño que la vio nacer y por la familia, con las amistades que ha cosechado entre los vecinos de La Tinta. «Las personas en este lugar son muy dadas a querer. Soy una guajira oriental, y a los tres días de estar aquí me fui con la tía de la cocina para un campito a recoger cacao. Me he adaptado bien y si me preguntaras qué significado ha tenido para mí trabajar en Guatemala diría que a los médicos jóvenes como nosotros, además de madurarnos como profesionales, nos prepara para la vida.

(Fecha de publicación: 2000-02-05)

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